lunes, 30 de diciembre de 2013

2013

Estaba tirada sin saber si dormir o no, definiendo si después de una siesta de cuatro horas de la que desperté a la una de la mañana tenía que revivir o seguir muriendo, pensando que está empezando el último día de un año raro, lleno de cosas, en el que capaz viví más que otros años, dolí más que otros años y llegué a cambiar paradigmas en forma más radical que otros años, porque uno acomoda el cuerpo para hincharse con el viento o para hacerse chiquito y quedarse quieto, y yo todavía no sé bien qué fue lo que me pasó a mí. 

El ventilador suena más fuerte que mi razonamiento porque el calor, últimamente, se metamorfoseó en pereza y aplastamiento total de fin de año, entonces pensar es difícil y hacer balances todavía más, sobre todo desde el desequilibrio. Porque el desequilibrio fue una constante y todavía no encontré un eje calmo desde donde lanzarme a escribir, o a vivir, que para mí a veces vendría a ser lo mismo. Hay una novela esperándome pero yo me distraigo con otras cosas; patino, salto obstáculos a caballo, juego al hockey, me emborracho, trabajo en publicidad y tuiteo pavadas. 

Conocí gente, pero no tanta como otras veces. Quise amar y amé sin querer. Fue todo bastante complicado. Me embarqué en cosas estúpidas que me aportaron algo de sabiduría sobre la estupidez. Aparentemente, el miedo atrapa a los seres humanos. Yo, por lo menos, creo que sigo libre. También resulta que la gente se relaciona de formas caóticas. Cuesta aceptarlo pero una vez que estás en el baile, el caos es un ritmo interesante. 

Le di poca bola al blog. Serán etapas. Será cansancio. Será el tedio de repetirme. Una de las cosas que traté de aprender fue a ordenar las autoexigencias. A conformarme con no rendir bien en todas las áreas. Nunca se aprende del todo y la frustración reina, pero de vez en cuando le meto un jaque y por unos días la importancia de ciertas pelotudeces se disipa. Hay que rotar las prioridades cada tanto. Es como sacudir las sábanas. Y si no escribí porque estaba trabajando sin pausa o viendo amigos o escapándome a México o jugando al pool a las cuatro de la mañana, está bien. Quién soy yo para juzgarme.

Hay temas que siguen ahí, acumulándose en la pila de cosas para arreglar. No alcanza el poxipol para todo. Incluso, algunas veces, los mecanismos siguen funcionando a pesar de las averías. Se arrastra el tiempo y poco cambia. Uno llega a acostumbrarse a que no sea como debe ser. Sin embargo, no está mal gritar un poquito de vez en cuando. Che, vos, mirá lo que está pasando acá. Hacé algo. Y aparece un parche y seguimos, maltrechos pero temporalmente remendados. Llega un momento en que descubrís que eso es lo normal, y lo raro son los engranajes aceitados. Y aún así, te negás a aceptarlo. Está bien, porque si lo aceptaras, no habría gritos y, si no hubiera gritos, no habría parches. Porque un abrazo no arregla todo pero te fortalece como para seguir roto un poquito más.

La cortina se vuela porque se levantó un viento fresco, indispensable. Hay relámpagos. El cuarto no alcanza a enfriarse pero no importa. Es un inicio. No sé bien qué se viene pero, aún en el desequilibrio, estoy bastante firme. Y lo que aprendí con los patines es que si aparece un terreno complicado, lo mejor es acelerar y enfrentarlo con fuerza. No prometo escribir mejor ni con más frecuencia. No quiero prometer nada más que lo normal que uno promete al ir creciendo, que es básicamente no meter demasiado la pata respecto al resto de la humanidad. Pero no quiero quedarme en cumplir expectativas y completar formularios de existencia. Me gustaría desplegarme y llenar al viento de cosas lindas. A ver hasta dónde llego y a quiénes hago volar. 

jueves, 26 de diciembre de 2013

Perdón

A veces soy débil y tonta y me desbarranco y arrastro gente en mi caída. Después, abajo, entre los pedazos y las piedras, encuentro esos sueños que maté y, desparramados, los vínculos que los vestían. Son como pajaritos desnudos, aplastados por la impaciencia y el desasosiego. Entonces entiendo que ellos no van a volar nunca más y que yo no puedo trepar de nuevo ese cerro. 

domingo, 22 de diciembre de 2013

jueves, 19 de diciembre de 2013

A nadie más

Muchas veces me gustaría pedirle al tiempo una oportunidad más y un abrazo conocido. Una página fresca del mismo libro pero sin dolor, sin misterios, sin reservas, sin dudas, sin miedo. Ser valiente y decidida y dejarme atropellar por todo eso que es confiarle el grueso de tu felicidad a alguien. Rendirme, sencillamente, y querer. A nadie más que a él.

miércoles, 18 de diciembre de 2013

Mala hora

Hay un momento de la noche, más o menos a la hora que los canales de aire cierran la programación televisiva y un locutor enumera lo que se va a ver al día siguiente, en el que lo grande se vuelve inabarcable, lo gris se oscurece, lo difícil se retoba y lo lejano directamente desaparece. La noche se posa sobre todo y te aplasta. 

Es ahí cuando hay que apagar la tele con sigilo y arroparse bien para esquivar por unas horas esas tragedias, hasta que amanezca y parezcan franqueables otra vez. Hasta que se aliviane con el sueño la pena de sentirte chiquito y solo. 

domingo, 15 de diciembre de 2013

Pausa


"Amigos con el alma buena y el abrazo cálido,
amores de miradas limpias y de sueños ávidos,
millones de carcajadas empapadas en alcohol,
canciones a quemarropa derrotando al dolor.

Segundos de felicidad y tres o cuatro lágrimas".
Agarrate Catalina



Acá estoy, otra vez, rodando sobre las palabras. Otra vez navegando en lo que no fue, lo que pudo haber sido y lo que soy a causa de todos esos altibajos de la ilusión. Chocando con nociones nuevas y las permanentes incertidumbres. Tratando de saber qué carajo quiero. Rompiendo todo lo que toco. Tejiendo confusión a partir de la nada. Acordándome de algunas magias circunstanciales. De cómo una puede explotar y llover de euforia sobre todo lo que la rodea, para después lavar el suelo con un llanto incansable. De cómo se me quemaba la piel y se me erizaba el futuro. De cómo hoy no. 

Alguna vez aposté a correr por un camino que llevaba a un muro coronado por pedazos de botella. Era un callejón muerto, un rincón de cobardes, donde con jeringas de utopía se inyectan la vida que les falta en la rutina que eligieron. Me apuñalaron ahí, en el final de la calle, con una de esas jeringas enfermas de promesas sucias. Me dejaron perdiendo sangre y fuerzas. Y se fueron. 

Pero no me morí. Al menos no me morí toda. Las partes que quedaron sin pudrirse sobrevivieron como enredaderas hambrientas. Se abrazaron a un árbol y hasta florecieron en capullos tímidos. Se dejaron regar. Dicen que las plantas crecen mejor cuando alguien las quiere. No sé. 

La cuestión es que uno no pasa de agonizar a dar frutos de un día para el otro. Por eso estoy acá, otra vez, deambulando en el bosque que es mi cabeza y mojándome los pies en la catarata turbia que es la memoria. A ver si me lavo la cara y enjuago las hipótesis sobre para dónde tengo que correr ahora. O en una de esas tengo que quedarme un rato más acá, quieta, hasta que amanezca y vuelvan a escucharse los pajaritos.

sábado, 14 de diciembre de 2013

Nirvana

Llegamos de la fiesta después de caminar esas diez o quince cuadras en la noche, en la solemnidad del pueblo, entre los árboles y la conversación y las dudas y las ganas de solucionar el cosmos. La oscuridad era nuestro motor. Nos subimos a los juegos para niños como quien se encuentra con un carrusel por casualidad y da una vuelta para celebrarlo. Después nos llamó la piscina tapada por el cielo en silencio y agujereado de estrellas. El agua estaba quieta, salpicada de flores amarillas. El desafío estaba ahí, el impulso estaba ahí, porque estábamos nosotros y estaba la chance de ser jóvenes y espontáneos y tontos. Cuando uno se sacó el pantalón, entendimos que iba en serio. En ropa interior, nos hundimos los cuatro en esa libertad helada. Yo no sabía cómo parar de reírme. La noche tenía sentido sólo por esa estupidez. Porque no importaba que después se nos congelaran los huesos, o recorrer el jardín enorme en calzoncillos, o mojar la camisa y aparecer en recepción a pedir la llave con el pelo ensopado y cara de locos, a las cinco y cuarto de la mañana. El momento era ese y la vida era nuestra.  

jueves, 12 de diciembre de 2013

Ahí

Ahí, alojado entre el pulmón izquierdo y las costillas, está ese pedacito de algo que hoy me falta. Ocupando aire y cuerpo, evocando episodios, necesitando ese contacto seguro y esa compañía mullida, redonda, sensata. Existiendo dentro de mí como un reclamo. 

Y no sé qué hacer con él. Cómo callarlo o cómo llenarlo. No sé cómo ocultar ese espacio que sobra de mí o que falta de alguien. Ese vacío que sólo me sale pensar que es la ausencia de vos. 

miércoles, 11 de diciembre de 2013

Tres deseos


Que esta gente siga conmigo siempre, y yo con ellos.
Crecer.
Reírme cada vez más.

martes, 10 de diciembre de 2013

Chau 26

Son mis últimos minutos con 26 años y los estoy viendo pasar con un poquito más de fe en las cosas.

lunes, 9 de diciembre de 2013

Lost

Si alguien encuentra la manera de no sentirme esencialmente incómoda y sola y angustiada, que me avise, porque ayer se me perdió en algún lugar entre la tarde y la noche.  

domingo, 8 de diciembre de 2013

El mono

Por la plata baila el mono, dicen. Hasta que el mono se cansó y se dio cuenta de que quería parar de bailar, y comer, y dormir, y que alguien lo abrazara. Como era rico, podía pagarse un banquete y una cama. Hasta podía comprar abrazos que no tenían gusto a verdad. Sentía la distancia eterna que lo separaba de ese cuerpo que se apretaba contra el suyo, ajeno. 

Así que el mono volvió a bailar. Y bailaba cada vez mejor, para ver si lograba comprar abrazos más hondos, porque de lo demás ya está saciado. Compraba abrazos más largos, mas efusivos, más físicos. Pero no se venden los abrazos en serio. El mono, en el fondo, lo sabía. 

Siguió bailando cada vez más perfecto, ganando más y más dinero. Llegó a ser un erudito del baile, millonario él, y solo. Un infeliz. Un mono como tantos otros, lleno de oro y falto de amor. Porque tampoco supo darlo. Porque nunca entendió por dónde iba la cosa, como tantos otros monos bailarines que creen que si son ricos, como consecuencia van a ser felices. 

Ojalá que alguien los salve y les dé un abrazo de oro.

sábado, 7 de diciembre de 2013

Tres

Tres de la mañana. Esto es lo más parecido a escribir dormida.

jueves, 5 de diciembre de 2013

Sola

Música. Música intimista y extraña y ronca y suave y desolada, música que apague lo que pasa afuera, que ensordezca los auriculares y haga de la mañana un éter indefinido, una razón para aguantar la pena adentro, un escondite a la vista de todos. Acá estoy, pero no estoy acá, estoy ahí adentro y allá afuera. No sé bien dónde. Hace rato que estoy perdida. No hay contención ni muro, no hay tierra mullida en la que caer. No hay nada y tengo que fabricar pasión y afecto y buena educación y conversaciones. Tengo que armar con palabras deshilachadas un lugar coherente en la hilera de acontecimientos que significa existir. Y la canción dice que aunque no estés aquí, se escuchan los gorriones pero yo no escucho ni eso. Ruido. Desgano. Cosas rotas. Ausencias. Una veleta girando como loca sobre un eje que no existe. Y viento que llega de todas partes. Un verano árido que transforma en vacío cada cosa que toca. Un cielo enfermo. Y música para llenarlo de truenos.   

martes, 3 de diciembre de 2013

Al sol

Al sol se extraña la frondosa frescura del árbol al que vos misma le diste el hachazo.

domingo, 1 de diciembre de 2013

Otro blog

Un día voy a hacerme otro blog que no tenga una sola traza de mí, en el que escriba distinto, ascéptico y despojado, ajeno, sin alma, y ahí capaz algunos entiendan por qué vale tanto este blog, con sus lágrimas y su carne y su sudor, con el cansancio acumulado, con la rabia o la euforia aflorando cada tanto, con el dolor presente, con el miedo instalado, con la risa entretejida, con el sarcasmo y la duda y la rebelión recurrentes, con el aire viciado, con sus círculos repetidos, con sueños y derrotas, con grises y verdes y negros y rojos, con gusto a aventura, con noches locas, con días muertos, con aire a vida, con autocrítica, con lamentaciones y besos, con paseos y sol y fotos del cielo, con huecos mudos, con errores, con celebraciones varias, con gratitud, con pulsaciones y, en definitiva, con pasión y sangre. 

O quizás disfruten de esa escritura de robot y entonces yo ya no tendría sentido.