miércoles, 26 de febrero de 2014

Brechas

Ayer, durante la cena, extendí mi vulnerabilidad sobre la mesa y ensucié todo el mantel de pedazos inestables de mí.

Todavía no pude volver a armarme.

domingo, 23 de febrero de 2014

Bajada

No me morí, no abandoné este cuaderno desprolijo de apuntes virtuales. Nada más se me acumularon un montón de cosas en la estantería de la rutina y en los pasillos de la mente. Se me tensó el cablecito de acero que sostiene las pesas que equilibran mi cordura y hasta creí que podía llegar a cortarse. Pero no, todavía no. En cinco días voy a estar de vacaciones. Es casi lo único que debería importarme. Pero no, porque no sé vivir sin absorber el estrés como una esponja con dolor de espalda. No aprendí a no preocuparme por lo que está más allá de mí. No sé callarme, tampoco. Sigo con el motor acelerado en zona de 45. Y bueno. Ya encontraré un ritmo o un camino o una forma de conducir distinta. O si no, explotaré como un buen espectáculo de fuego y humo. O me pondrá una multa la vida. Lo único que sé es que tengo la cabeza muy desordenada como para escribir con compromiso. Y que falta poco para estar al sol con un licuado de abacaxí en la mano. Lo demás es todo cajas mal apiladas llenas de misterio, y pocas ganas de abrir a ver qué tienen. 

Aus-ente

No escribo. No duermo. No pienso.

domingo, 16 de febrero de 2014

Un auto inflado

A veces en esos rincones de rambla que miran al mar, donde se puede estacionar enfrentando a las olas bajo el rumor de la noche, las palabras y los gestos llenan el auto y lo inflan. El techo se ensancha y hay que bajar los vidrios para que entre aire y salga magia, porque da un poco de miedo creerse todo lo que pasa ahí adentro mientras la radio murmura su música de regreso a casa y queremos todo menos regresar a ninguna parte. Que las palabras sigan y los gestos se eternicen, que la noche sea cómplice de que podemos probar de nuevo y ver qué se siente. Porque descubro que aún hay cositas vivas en mí mientras hago de cuenta que miro el mar y en realidad miro hacia adentro y hacia vos, entrecerrando los ojos por las dudas, para que no me encandile la ilusión y todo eso. 

jueves, 13 de febrero de 2014

miércoles, 12 de febrero de 2014

La puerta

Capaz hoy, sin querer, o adrede, no sé, abriste un poquito la puerta de ese cuarto secreto, o de ese cuarto secreto que esconde otro cuarto secreto, como una mamushka de pequeños altillos del alma donde se guarda lo oscuro y lo íntimo y lo esencial, lo que puede doler si alguien lo toca o lo saca a la luz. Abriste y yo me quedé ahí, asomada, un ratito. Y puede que me quede un ratito más. 

lunes, 10 de febrero de 2014

Oídos

La gente me cuenta cosas. Por alguna razón soy digna de esa confianza que se deposita en un extraño de apariencia inofensiva, o en un leve conocido con cara de respetar el silencio, o en un amigo que escucha y hace preguntas. Entonces me entero de que a alguien le gusta desnudarse en la playa, o de cómo fue un festejo de cumpleaños en un cabaret, donde los hombres terminaron bailando en una jaula rodeados de prostitutas. O me cuentan, con la emoción palpable en cada línea del mail, cómo fue abortar. O me explican, a los 10 minutos de empezar a chatear, que adelgazaron 100 kilos. Me dicen que fueron infieles. O que nunca lo fueron. Que ya no se drogan. Que tuvieron sexo con tal y con tal. Que su vida cambió en un instante cuando pasó algo impensado y horrible. Que son hombres y les gustan los hombres, y viceversa. Que están peleados con toda su familia. Que no tienen amigos. Realmente, me cuentan que no tienen ni un amigo con voz de normalidad. Que no quieren tener hijos. Que nunca se enamoraron. Que toman ácido en las fiestas. Que odian su trabajo. Que no les dan los huevos para hacer cosas. Que su padre es de lo peor y les mintió toda la vida. Que su madre es alcohólica. Que están buscando un bebé. Que no les da la plata para mudarse. Que tienen una amante y una novia, además de una esposa e hijos. Que tienen miedo. Que tienen cáncer. Que los van a despedir. Que sufren. 

No sé por qué, pero la gente me cuenta cosas. Y yo enhebro secretos en un collar de historias para combinar algún día con mi vestido de escritora. 

domingo, 9 de febrero de 2014

Difícil

Escribir un post sin develar nada es lo más difícil del mundo. Más difícil que encontrar resguardo de la tormenta de ayer, que dejarte querer sintiéndote fea y que no dormirte cuando todo a tu alrededor te invita a enroscarte en un sueño tranquilo que huele exquisito. 

domingo, 2 de febrero de 2014

Iemanjá

Es una fiesta mística y a la vez, tan humana. Todo tipo de gente se acerca a la arena, la recorre, la excava, la adorna, la venera. Se llena de pozos habitados por finas velas azules. Huele a cera, a mar, a tarde de verano y a muchedumbre fresca.




Los niños no entienden, pero están ahí. Corretean, se bañan, juegan a encontrar rosas enteras entre la resaca que el mar devuelve. Porque el agua trae de regreso todos esos regalos, ahora podridos, muertos, lánguidos. Restos de espuma plast, adornos, cadáveres de gallina rellenos de maíz, sandías, flores artificiales, exvotos y miniaturas de la orishá que reina en los mares se alinean donde llegan las olas. Algunos curiosos recorremos examinando con asombro cada una de las rechazadas perlas de fe en ese rezo de basura largo como toda la playa. Es pura suciedad de gente donde la divinidad no se atisba. 











Las maes imponen sus manos en la humanidad que hace fila, los tocan uno a uno, les susurran, los miran con ojos cándidos. Echan perfume sobre sus cuerpos. Les venden collares celestes a veinte pesos. Les aseguran futuros y los llenan de bendiciones mientras un tambor vuelve aún más tangible la sensación de magia. 






Hay grupos de ofrendas, algunos con mayor despliegue que otros. Familias enteras rodean esos improvisados altares a ras de tierra. Sobre un mantel exponen la imagen de Iemanjá, la de Jesús y hasta la de un negro con tocado de plumas, haciendo que lo sacro conviva con botellas de champagne, envases de Mirinda, paquetes de cigarrillos, caracoles, velas, frutas de todo tipo, rosarios y todavía más flores. Todo agrupado en barquitos con telas celestes, algunos llenos de pop, arroz, caramelos y vaya uno a saber qué; por lo visto a la diosa le gusta un poco de todo.





Viejas vestidas de blanco se meten al agua y hacen sus mojadas ofrendas: una barca, una carta, una vela que flota. Elevan los brazos o se entregan en silencio al encuentro esotérico. Salen con la ropa adherida a sus piernas gruesas y flácidas, la tela transparentada por el agua, la dignidad ensopada pero bendecida, al parecer, por esa fuerza mística que cada 2 de febrero las reencuentra ahí para repetir un rito que abrazan con la seriedad de quien es conmovido por algo profundo. 











Miles de personas observan desde el muro de la rambla. La religión desconocida se vuelve pintoresca, casi ridícula para algunos. Para otros es un ejemplo de fe. No muy lejos el casino aprovecha la aglomeración para un lucro extra y el parque de diversiones se puebla un poco más que su vacío habitual, logrando sentar a tres o cuatro parejas por vez en las sombrillas voladoras. La rueda gigante chilla cada vez que frena y el mambo llena el aire de cumbia y reggaetón, como para combatir las brisas de macumba que llegan desde la Ramírez.









La tarde se va desenrollando de a poco, con la seguridad de quien ya vivió esto cien veces. Los adoradores se retiran satisfechos. El público mira y los autos pasan lento. Muchos se alejan un poco indignados por la mugre. Alguien me toca el hombro mientras estoy sacando una foto. Me doy vuelta, esperando encontrar a un conocido, pero es un tipo disfrazado de Spiderman queriendo asustarme. Los que me rodean observan divertidos. Le sonrío y largan la carcajada. En la celebración religiosa hay lugar para los turistas paganos. Hay lugar para todo. Hasta para acercarse a la orilla y mirar maravillado el reflejo de uno en el agua, olvidando la mugre que flota por todas partes.