domingo, 30 de marzo de 2014

República Dominical

- El señor que es vecino nuestro tiene varios autos y como cinco entradas de garage distintas...
- ¿Y qué hace ese señor?
- Hace plata.

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- Zulma contó una vez que en la embajada en Ghana le salió una víbora por el water. Justo el otro día la ví ahí por la rambla.
- ¿A la víbora?
- ¡A Zulma!

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- Yo últimamente soy de la filosofía de preguntarme: "¿qué pasa si no me compro esto?" Si la respuesta es "nada", entonces no me lo compro.
- Claro, mamá, por eso estás tan amarreta.

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- Qué triste que no esté con alguien, ¿no?
- No, triste sería para alguien estar con él.




viernes, 28 de marzo de 2014

Reverde

Fue salir y pegarle una patada al cielo. Miré insistentemente a la señora con el pelo lamido hacia atrás, una autopista encanecida para la severidad, y quise despeinarle a gritos la cara de infeliz. Fue agarrar la calle y agarrarme el pecho y desvalijármelo a suspiros de odio. Enderecé un par de esquinas y entreveré las luces de un semáforo. Sembré confusión y las raíces del caos ni siquiera arañaron la tierra. La tarde era cáustica. Un hombre se paró a verme vomitarle impertinencias a un perro lánguido. Las palomas fueron a refugiarse en un esqueleto de grúa. El silencio me remangó la boca y golpéo con fuerza el cemento áspero. Escupí lágrimas. Me acuclillé contra un muro enfermo de graffiti y cerré con rabia los ojos. Cuando desperté era de noche y la calma pesaba. La rutina y la ciudad me habían perdonado la vida una vez más, igual que al perro huérfano y a la señora de cabello tieso. 

martes, 25 de marzo de 2014

Anónimo

Por alguna razón confiás en mí y me contagiás de eso. No sé qué cara tenés ni qué olor te puebla ni qué gusto de helado preferís ni cómo te quedan los jeans, pero a mí me basta que creas en mis textos. Y, más que bastarme, me enciende.

domingo, 23 de marzo de 2014

Yo no escribo

No sé qué es, pero de alguna manera los días pasan y yo no escribo. En parte tengo miedo de querer decir cosas demasiado grandes. O no quiero que me lean. A veces me salteo este encuentro con el teclado porque no estoy segura de lo que quiero contarle. O falta tiempo. O falta vida. O sobran desbordes y prefiero desahogarlos en otras cosas. Puede que me alcance con que me abrace un buzo de lana o puede que no, generalmente no. Estoy totalmente alerta y en modo búsqueda. Y no sé qué encontrar. La música no me llena, todo me da hambre, todo me da apatía, todo me agota. El cerebro estalla cada dos días. Lo que me entusiasma no debería entusiasmarme. Lo demás es un páramo. Pienso en el pasado como algo ajeno. El presente también es de otros. El futuro es una carretera rota. Me involucro relativamente en las cosas. Me aferro a modos de reír, a esas pocas personas que me hacen sentir liviana y fascinante. Me aburro más de lo que es recomendable. Me dicen que soy fosforescente. Me siento ocre. De a ratos, en un atisbo de ilusión, me descubro reviviéndome en los ojos de alguien, como si no fuera la silueta mediocre de una malabarista torpe. Como si hacer equilibrio fuera divertido y una pudiera llenar mil posteos sobre el mismo tema. Hasta que me repito para siempre y no, no quiero eso. No quiero ser un solo texto eterno. Entonces callo y el blog se va vistiendo de telarañas. 

miércoles, 19 de marzo de 2014

Danger


- ¿Y si naufrago?
- ¿Tenés un chaleco salvavidas resistente a mano?
- Sí.
- Entonces no importa.

martes, 18 de marzo de 2014

Leyenda

Había una vez un blog de una uruguaya de 27 años que contaba lo que le pasaba o lo que pensaba o lo que sentía o todo eso junto o nada que ver.

Dicen que un día de estos vuelve.

sábado, 8 de marzo de 2014

Ser nena

Participé en una iniciativa de Urufarma para el Día de la Mujer opinando sobre cómo se debe -o no- celebrar este día.

Se puede leer en su formato original aquí (junto a otras opiniones de varias mujeres uruguayas) pero además la transcribo a continuación.


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Hace 27 años nací y les dijeron a mis padres que su bebé era nena. O ya lo sabían desde un poco antes, no sé. La cuestión es que con ese detalle, esa forma de insertarme en la categoría de mujer desde que salí al mundo, automáticamente se me adjudicaron un montón de cosas con las que debí crecer. Por ejemplo, la noción de que está bien preferir las Barbies antes que los autitos. La posibilidad de usar pollera. El mito popular de que nunca voy a poder manejar tan bien como un hombre. La idea subyacente de que tengo que estar linda y flaca y diosa para conseguir un prospecto de varón que quiera establecer conmigo un vínculo a largo plazo formal y respetable. Y un montón de construcciones más que no necesariamente son ciertas.

Soy mujer en el mundo occidental. Puedo estudiar, puedo trabajar, puedo votar. Puedo hacer muchas cosas que mis abuelas no podían o que podían pero al precio de ser juzgadas socialmente. Algunas cosas han cambiado y otras todavía se pagan a ese precio. Por ejemplo, ¿por qué mi feminidad se tiene que apoyar en tacos de 12 centímetros? ¿Por qué tengo que hacerme la difícil si me gusta alguien? ¿Por qué tengo que estar depilada para sentir que no traiciono al género al ser deseada? ¿Por qué no nos dejaban jugar al fútbol con los varones en el patio del colegio? ¿Por qué mi malhumor se reduce a que me está por venir? ¿Por qué me miran las tetas, y eso que no son la gran cosa, como si no tuviera ojos?

Lo que más me preocupa es que el machismo implícito está tan arraigado que no nos damos ni cuenta de lo mucho que convivimos con él y lo aceptamos, incluso quienes nos consideramos –con notoria ingenuidad– más abiertas o más rebeldes que la media femenina. Porque yo no tengo claras las respuestas a esas preguntas y tampoco estoy segura de que todo eso esté mal. Muy a mi pesar, me descubro recelando de un hombre que se pone cremas o de una mujer con axilas peludas. Me pregunto si hay alguna manera de que las cosas sean diferentes. Menos impuestas. Más libres.  

Estoy segura de que las mujeres todavía tenemos terreno por ganar. Esta reivindicación, que está en marcha desde que existió una señora desconforme que cuestionó la hegemonía masculina por primera vez, no se terminó. No se terminó acá en Uruguay, y mucho menos se terminó en algunas sociedades donde las mujeres todavía son consideradas propiedades, objetos, insignificantes seres de segunda y hasta de cuarta. Eso no quiere decir que los hombres tengan terreno por perder, sino que todavía hay que derrotar prejuicios y desaprender conceptos latentes erróneos del lugar de la mujer. No es una guerra de los sexos; es una escalera de equidad en la que todavía nos falta subir peldaños.

No se trata de feminizar al mundo, tampoco. Me parece que tenemos que volverlo menos orientado al macho y más reflejado en todos. No sé si un 8 de marzo dedicado a exaltar al sexo femenino ayuda en algo. Capaz que no. O capaz que sirve para que tipas como yo podamos decir lo que pensamos y tipas como vos puedan leerlo y opinar, a su vez. Y, por qué no, para que ellos puedan opinar también. Bienvenidos seamos todos. Por ahí empezamos con este tema y nos colgamos y debatimos otros, agrandando así la mirada humana, haciéndola más rica y logrando algo que hace no tanto era imposible: que las mujeres formemos parte de la sociedad como seres pensantes, libres, respetados, llenos de vida y de ideas y de fuerza; en suma, como lo que siempre debió ser desde el principio de los tiempos.