No hay una sola causa. Quizás hay causas más grandes que otras. Hay causas macro, y después hay causas goteo, que de a poco horadan la piedra y me hacen sentir vacía. Pero hay causas macro. Con esas a veces no puedo. O hago que puedo, y en el fondo me deshago de a poquito. Hay cosas que no domino. Esas son las que me entristecen más. Sin embargo, antes podía enfrentarlas distinto. Podía hacer que no afectaran tanto todo. O quizá no eran las mismas causas. Las mismas circunstancias. Ahora hay veces en que no sé ni por donde empezar a volver a armarme. A volver a amarme.
Caigo en el error de pensar que si me voy a un lugar lindo, donde tengo cosas que quiero y animales que quiero y gente que quiero, y ellos me quieren de vuelta, porque al final eso es lo que busco, entonces ahí voy a estar alegre y liviana y libre. Y no es tan así. Porque si bien estoy más en paz, y mi mente está menos contaminada, y el tiempo es otro y el verde es todo, la alegría no me viene a buscar. Hay como una pesadumbre que viene conmigo a todos lados, a caballo, a pie, sentada a mi lado en el viaje de 500 kilómetros, durmiendo en la otra cama del cuarto, ocupando mi lugar en la mesa.
No sé dónde está ahora. Me la reclaman. Los que me rodean se dan cuenta de que falta, de que no soy toda la yo que soy, de que finjo sonrisas y aguanto el llanto. No sé si se los debo a ellos o me lo debo a mí. Lo único que sé es que quiero que vuelva. Quiero que vuelva y que se quede y no llorar más mientras escribo esto. Quiero que se me instale adentro y alrededor, que contagie a los demás, que grite. Quiero que deje de estar en silencio en un rincón, que vibre, que desordene el aire. Quiero invitarla a convivir, quiero llevármela a todas partes, quiero que trabaje conmigo y que me haga crecer. Quiero que vuelva esa yo que perdí en algún tramo de los últimos meses, y que no se vaya nunca más, porque me gustaba esa yo, y creo que les gustaba más a todos.