sábado, 5 de mayo de 2012

Fuego

Fueron sólo esos pequeños instantes del día, pero qué catárticos.

Acercar el encendedor al rastrojo seco, chasquearlo, y ver como la llamita se duplica en nada, se agranda fugaz, loca, y en segundos se está devorando el surco de paja que dejó la cosecha. Volver a hacerlo, en otra hilera, y sentir el viento que se lleva el fuego y lo desplaza, lo alimenta con magia y arrastra el humo oscuro, con ese crepitar violento que suena a destrozo.

Y ver desde la camioneta que se aleja esas columnas cenicientas que llenan el campo de vértigo, de destrucción controlada, de fatalidad. Al rato se apagan y sólo un rastro negro queda de esa manifestación de furia. Después no queda ni eso.

Pero ahí hubo fuego un día, así que ya no va a ser lo mismo. Por lo menos en mí, que todavía siento el encendedor en la mano.   

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