lunes, 16 de julio de 2012

Sensación térmica

Anoche dormí mal. Muy mal. Por primera vez me falló el colchón, me falló la densidad 30, me fallaron las dos almohadas, me fallaron las cuatro mantas y el pantalón de piyama por adentro de las medias. Me falló la paz mental, me falló el cansancio. Faltaron sin aviso, y me dejaron dando vueltas y mirando el reloj entre paréntesis de pesadillas. Porque en el medio de la noche me di cuenta de una cosa que me arruinó toda una teoría de lo que es la felicidad. La tranquilidad. El paraíso. 

Resulta que esta semana mi familia sufrió un par de eventos desagradables. El viernes, mientras las señoras que la cuidan levantaban y llevaban a mi abuela al baño, alguien entró por la ventana -es un primer piso- y revolvió todo el cuarto. Se llevó su anillo de casada y 600 pesos, y dejó a las señoras en vilo. Creo que de ahora en más van a vivir con las persianas cerradas. 

Después, también el viernes, nos enteramos de que se robaron 19 vacas gordas del campo. Supuestamente fue entre el domingo y el lunes. Eligieron las mejores, las arrearon de noche, las subieron a un camión y desaparecieron. Puede sonar a poco pero 19 vacas llenan un camión mediano y son 12 mil dólares. Así que imaginen el feliz día del padre que tuvo mi señor progenitor, volviendo de Artigas, después de hacer denuncias en Paso Farías y llamar a todos los vecinos para alertarlos. Aparte de que hay que darlo todo por perdido. Sólo suponer el grado de eficiencia de la comisaría de Paso Farías es tragicómico.

Y como no podía ser de otra manera, anoche soñé. Estábamos en el campo de siempre, una noche de verano. Todos dormían menos yo, que no sé porqué estaba mirando por la ventana en la cocina. Estaba inquieta. Era noche cerrada, y no esperábamos a nadie. Pero vi una luz en el camino. Una moto. Una moto que entró por el mataburro nuestro, y se acercó a la casa cruzando el parque. Y mi único afán era poder cerrar las puertas con llave. Cerré la de la cocina y una de las del living antes de que estuvieran demasiado cerca, pero no pude cerrar las dos que faltaban. Mi deseo máximo en el sueño era que ya hubieran estado trancadas, porque son las que menos usamos. 

En las sombras de la casa, yo escuchaba a la moto dar vueltas. Se movía con el motor en silencio. En ella iban dos, pero uno se bajó y dejé de verlo. Seguí al otro, desde adentro, vigilándolo desde la oscuridad, con miedo a que me viera por las ventanas, como yo lo veía a él. Iba muy despacio, y tenía un arma. Yo llegué al cuarto de mis padres, y desperté a papá. El hombre ya estaba frente a nosotros, por la ventana abierta, aunque no se veía lo que pasaba adentro del cuarto. Fue descansarme en que papá se había despertado y me desperté yo. Como si la responsabilidad de proteger a mi familia ya no recayera en mí. 

Entre esos sueños, y la incomodidad que me aplastó toda la noche, saqué una cosa en claro. Se me quedó bien nítida entre otras ideas somnolientas. Nunca más vamos a poder dormir con las puertas abiertas. Ni en casa de Montevideo, ni en lo de mi abuela, ni en el campo, que era el último bastión de la seguridad. Era el lugar protegido por su lejanía, donde las puertas no se cerraban hasta el día que nos íbamos. Donde estabas siempre a salvo de los peligros de la gente. 

Pero no. Y una tristeza negra se me instaló en el pecho. 



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