lunes, 23 de julio de 2012

Vivir para no contarlo

Cada tanto me concentro en ver y experimentar lo que sucede a mi alrededor, y no en postearlo. Por eso mis publicaciones se limitan a dos líneas insulsas, pero en el fondo esconden significados enormes, aunque sólo los entienda yo. Son marcadores de página de mi diario íntimo, ese que es sólo mío y no quiero hacerlo legible para los demás. Por eso es críptico. Por eso son pocas palabras. Por eso pueden adivinar, pero no entender del todo. Quedan partes del círculo que no cierran, y está bien. Es mi círculo. Es mi historia. 

Pero mi blog da lástima cuando se junta una semana entera de porquerías en dos oraciones. Y no es que me debo a mi público, pero me gustó algún eco que tuvo el post dedicado al amable voyeur, y no quiero defraudarlo(s). Entonces bueno, voy a hablar de las cosas de las que no hablé. Que son los mismos temas de siempre. Las mismas preocupaciones. La misma óptica subjetiva. No importa. Porque es mi círculo. Es mi historia. Y es mi reiteración perpetua. 

La semana pasada fue una mierda. Entre otras cosas, porque estaba alterada por un desbalance en el entorno social. Cuando digo entorno social digo amigos y cuando digo amigos digo uno en concreto. Y cuando digo amistad no me refiero necesariamente a amistad. Y sé que con esto invito a leer entre líneas y a (mal)interpretar, pero es parte del juego. Juguemos. 

Y aparte de ser una semana laboralmente árida y desequilibrada emocionalmente, también está el detallecito de no estar moviendo ni un poco las piernas. Mentira. Las muevo mucho, demasiado, en cualquier posición en la que esté sentada. Piecito que va y viene, va y viene constantemente, limitado al metro cúbico que le corresponde abajo de la mesa. Inquietud. Permanente. Interminable. Excesiva. Siento que el organismo me pide que lo lleve a correr. Pero el frío me abochorna, y cualquier intento tendría que tener lugar muy temprano o muy tarde. Por ende, sedentarismo. Desazón. Y mucha, demasiada, comida. Mi cabeza está contenta de tener trabajo pero mi cuerpo extraña y necesita sus ratos de ejercicio. 

Y cuando vuelvo a hockey, hay factores pesados de desmotivación. Me siento inútil. Torpe. Burra. Siento que sobro, que no estoy a la altura del equipo. Me hundo. Y eso se nota en la cancha. Y duele. Estoy buscando el punto de retorno, de no hundirme más. Hoy volvemos a tener práctica después de dos semanas, tres para mí por el viaje. Vamos a ver. 

De a poco se rearma la estructura de la rutina. Vuelve el equilibrio de no tener asuntos pendientes. Me pongo al día con la aridez del trabajo atrasado. Retomo contactos. Intento vínculos. Reanudo lazos que me confortan. Vuelvo a moverme, aunque sean sólo dos o tres veces por semana. 

Y ahora pienso en el futuro como una carretera casi sin mojones. Hace mucho tiempo que no me pasaba esto. Siempre había algo, un viaje, un regreso, una visita, que interrumpía, aunque fuera algo bueno. Ahora no. Pista libre, y hacia adelante. Pero recién ahora. Me tomó una semana y pico despejar los obstáculos. Ahora sí es el momento de largada. 


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