viernes, 10 de diciembre de 2010

carta a mí misma

Mierda. Sí. Ya lo sabés. No podés esquivarlo más porque está ahí, esperándote, y tarde o temprano te va a matar, o se te va a morir adentro. Y no podés permitirte ninguna de las dos cosas. Lo sabés, ¿no? Sabés que hay un momento en la vida en que el estancamiento deja de ser agradable. Y podés esperar, podés esperar mucho o poco tiempo, pero ya van bastantes meses de esto, y no has hecho nada. Seguir tirando de la cuerda y poco más. Y la paciencia no es infinita. Ni la de tus padres, ni la de lo que tenés adentro, pidiendo a gritos una salida rápida. No te hablo de cualquier pavada, nena tonta. Te hablo de tu vocación, de lo que naciste para ser. De lo que hace vibrar tu alma. No entendés todavía. O te hacés la sorda. Pero lo sabés, creo, y me parece que sabés que es el momento de sacar tus alitas enclenques y tratar de volar. Aunque te despeñes por la cornisa al primero, al segundo o al decimoquinto vuelo. Golpearse hace bien. Y vos no te golpeaste nunca. Así que aprovechá que estás en España, en Madrid o donde quiera que estés, no importa, aprovechálo y escribí algo. Sacátelo. Como puedas. Aunque te salga una porquería. Aunque tu primer cuento valga menos que la caca de las palomas del Retiro. Escribí. Soltá las palabras. Largalas. Dejalas correr. Que se liberen y se rebelen y se revelen y se entretengan solas. Ellas saben a dónde ir. Tú sólo les abrís la jaula. Permitiles decir estupideces. A veces es mucho mejor eso que el silencio. El silencio agobia y asusta. El silencio es vacío. Por suerte en la realidad nunca hay silencio total. Siempre hay un grillo, una gotera, el zumbido de una heladera, un reloj. Siempre hay algo. Pero en tus hojas hay silencio. Están en blanco. Y vos tenés que llenar el silencio rápido, antes de que te coma. Llenalo de ideas. De luces y colores, como una feria de navidad. De risas, de chocolate y automóviles. De sueños. De abrigos de lana, o de pareos. Del sonido de una ola rompiendo en el muelle de Mailhos. Del estrépito de los fuegos artificiales. Del rumor subterráneo del metro. Del rosa pálido del algodón de azúcar, del metal de las rejas del balcón, del verde húmedo del suelo del bosque. Del olor a gel de ducha. De miedo y de gritos de horror, pero también de canciones de cuna. De los cuentos que te contaba tu padre. De galopes y de crines blancas. De lo que conocés y de lo que no. Abrí la puerta rápido, antes de que se enmohezcan en la oscuridad, antes de que te las robe alguien más, antes de que se te olviden. Desempolvá fantasías infantiles y sacudí las alfombras mágicas. Acordate de aquellos animales que hacías hablar para Papín. En papel o en web, pero plasmá todo lo que salga volando de tu cabeza. No sirve el formato pensamiento. No se puede leer. No vende. Y no es tu vocación. Así que menos pereza y más esfuerzo. Acción, y menos tonterías. O más tonterías, pero escritas. Más párrafos llenos de basura, pero que estén ahí, visibles sus cinco o seis líneas de tinta. Verba volant, scripta manent, te dijeron una vez. Haceles caso. Despertáte. Escribí. Ya va siendo la hora y estamos todos esperando.

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