miércoles, 18 de noviembre de 2015

Ansiedad

De golpe vivimos en un mundo en el que hay gente que cree sensato explotarse en mil fragmentos para matar a otros. No importa a quién, solo importa causar daño en beneficio de una mentalidad ciega. Las flores se pudren consolando víctimas. Las velas se apagan. Las bombas caen. La sangre se borra con la próxima lluvia. En medio de eso hay que besarse y comer y dormir y mirar reality shows. Vivir como si entendiéramos algo de la vida. Como si estuviera claro qué mierda estamos haciendo acá, tan lejos unos de otros.

Hay gente pariendo ahora mismo. Traen bebés a este vértigo con olor a guerra y a inocencia. Hay gente robando o pintando con acuarelas. Alguien se masturba frente a una pantalla, alguien ronca, alguien llora, alguien cocina lentejas. Nos volvemos invisibles en la calle pero todos nos ven en facebook. Nos persigue un archivo creciente de vergüenza. Nada se entierra excepto esos cuerpos que parecen trapos. Y la basura.

Todo cansa y a la vez no podemos quedarnos quietos. El silencio es incómodo y el ruido no se soporta. Desaparecieron los puntos medios. Reflexionamos en bloques de dos minutos máximo y por supuesto que nos salteamos los avisos. Cuando alguien, por un segundo o dos, nos convence de que estamos siendo felices, apretamos el botón de pausa. Conmoverse es de débiles. Comprometerse es de giles. Los valientes se difuminan entre noticias estúpidas que llamamos virales y que sentimos la obligación de conocer.

Vemos tanto que nos olvidamos de sentir cosas. No vibramos ya. Queremos correr hacia ninguna parte. No hay tiempo de pensar por qué ni dónde ni si vamos a volver. No hay tiempo de nada más que de extrañar el tiempo que se nos fue extrañando lo que fuimos. Respiramos sin paz y sin remedio. Recorremos círculos. Morimos cuadrados.