viernes, 30 de noviembre de 2012

jueves, 29 de noviembre de 2012

Diciembre

Ya estamos. Se acaba noviembre y empieza fin de año. No es diciembre, es fin de año. Y mejor si se pronuncia todo junto, tipo findeaño. Se acumulan despedidas y reuniones y eventos y cumpleaños y asados y actos y cosas como si fueran interminables panes de un sandwich gigante.  Se acumula trabajo, también. Y a la vez, se terminan ciclos y en otros aspectos soy un poco más libre. Libertad bien ganada, creo. Un paso importante en la escalera hacia... no sé hacia donde, pero hacia algo por ahora invisible. 

Descubro cosas. Por ejemplo, que me gusta escribir para radio. Que salen mis primeros avisos en televisión. Que esperan cosas grandes de mí. Que hago reír. Que me valora gente que admiro. Que me votan para premios de twitter. Que estoy poquísimo en casa y cada segundo en familia cuenta, porque son escasos. Que el cansancio es la norma, y sin embargo, puedo más que él. Que sobreviví a los 6 meses de más trabajo de mi vida. Que los sacrificios valen la pena y que hay gente que de verdad te quiere ayudar. Que ser profesional es difícil, pero no estoy tan lejos. Que aprendo y a la misma vez parece que me queda demasiado por aprender. Que no debo dudar tanto de mí. Que las cosas buenas salen con trabajo y no mucho más. Que hay gente similar a mí por ahí y no es tan raro encontrarla. Que la sinceridad tiene sus pros y sus contras, pero siempre tiene más pros. Y que generalmente las intuiciones son correctas. 

Todavía queda un mes, y es el mejor mes. Hace un año estaba en Madrid, trabajando en otra agencia y con un futuro netamente incierto. Hace dos años estaba en Madrid también, empezando un máster y chocándome con el primer mundo. Cómo cambia todo y se mueven las piezas y se tuercen los caminos y de golpe estoy donde más quiero estar. Cada escalón tuvo su razón de ser y su aprendizaje y su proceso y su duelo y su sangre y sus carcajadas. Sé que no soy perfecta, a veces me regodeo en mi imperfección, me jacto de ella. No debería ser tan así, pero de verdad estoy contenta con el engendro que soy. Todo es mejorable, pero estoy cómoda en mi esencia, creo. No sé bien a dónde voy, pero voy para algún lado, y voy bastante rápido además.

Todavía queda un mes, y es el mejor mes. Diciembre huele a jazmines. También huele a que cumplo 26 años, a que vuelve mi hermana, a Navidad, a alguna escapada al norte y a cosas que van a pasar, que todavía no sé bien cuáles son. Porque diciembre sucede. Y es mi mejor época. 

miércoles, 28 de noviembre de 2012

Improvisemos


Tengo una estrategia huérfana. Irónica. Torpe. De mala jugadora de poker. No llega a plan, porque no tiene pienso ni vislumbra consecuencias. Tiene impulso nomás, instinto. La inercia de la pata ya metida. O sea que no tiene nada más que un puñado de malas decisiones enlazadas con una cuerdita de cruzar los dedos. Una resignación a actuar un poco mal. Y unas gotas de fin que justifica los medios. Es una estrategia trunca, que funciona en modo directo al desastre. Una balsa momentánea para un naufragio posterior. Un veremos qué pasa un tanto ciego. Pero al menos me mantengo a flote. 

martes, 27 de noviembre de 2012

Parque Rodó

Quería una vuelta en el tren fantasma sin cerrar los ojos y doscientas en las sombrillas voladoras. Quería ir hacia atrás a toda velocidad en el gusano loco, y sufrir el vértigo de la inestabilidad de la montaña rusa. Quería ver la playa desde las alturas, desde la rueda gigante frenada conmigo en la cima. Quería chocar los autitos con saña, con rabia y risa. Quería pararme en medio del mambo a todo trapo sin aferrarme a nada. Quería que el barco pirata me mareara hasta vomitar de la emoción.

Y lo hice todo cuando nada más caminaba por el verde y después me sentaba en un murito a descifrar unos ojos francos, mientras un millón de hormigas me mordían el estómago. Mientras escuchaba cosas que no pensé que serían dichas. Mientras se me ensanchaba algo adentro a la vez que se me encogía la razón. Mientras me invadía la ternura y se me agarrotaba un poco la desolación, desplazada por una ilusión bastante pelotuda que no va a tardar en encontrar su rincón en el basurero. 

El parque se llenó de pájaros durante una hora. Muchos todavía cantan. Lo malo es que es hora de dormir.

lunes, 26 de noviembre de 2012

Lunes

Hola. Sobrevivimos. Bueno, más o menos. Estoy desconcentrada. Pero no me morí ni exploté ni nada todavía. Un poquito por dentro nomás. Pero nada grave. Creo. Y eso nomás.

Lo que mata es la ansiedad.

domingo, 25 de noviembre de 2012

Amor


Amor es que mi abuela me haya pintado.
Me conmovió a fondo. Quizás no lo demostré, pero sí.
Pintó a una yo de 6 años. Hace veinte de esa foto.
Me pintó ahora, en estas semanas, teniendo Parkinson.
Me pintó perfecta. Idéntica. Con lo difícil que es.
Amor es eso. Amor es un cuadro de mi cara con su firma.



sábado, 24 de noviembre de 2012

Triste y feliz



Tengo un remolino enorme adentro. Enorme. Triste y feliz. Triste por las circunstancias. Porque es algo que nace muerto de entrada. Porque nada va a cambiar por una noche turbia. O sí, triste porque tengo miedo de que algunas cosas cambien, y no quiero que cambie nada de ese mundo micro donde funcionamos día a día, porque es un mundo que me encanta y que atesoro. Triste porque por algunos minutos todo era reputísimamente mágico. También feliz por esos minutos. Porque descubrí que no estaba tan loca. Que había un mínimo feedback. Que mis cristalitos de ilusión diaria no se basaban en la nada. Tenían sustento. El sustento que evidenció un abrazo horrible de tan genial. Feliz porque ya no tengo que guardar nada, o al menos cambiaron las cosas que guardo. Feliz por la reciprocidad momentánea, y a la vez, aterrada.

Espero que sea de esas cosas que se disipan cuando las digo. Que se levantan como la niebla y se van, alivianando el pecho. Espero que sea de esas confesiones que desaparecen en el momento de hacerlas. Como una obsesión loca que sólo me obsesiona si la callo, y se minimiza cuando es exteriorizada. Por ahora no. Por ahora sólo da vueltas entre mis ideas y desordena todo. No sé si hace falta aclarar algo. Me gustaría saber cosas, pero en el fondo pienso que no colaboraría mucho con la organización del caos. Me gustaría escuchar respuestas con más claridad, sin tanto vodka alterando mi percepción de los hechos. Ojo, nunca es excusa. El alcohol no tiene la culpa de nada, ni tampoco existen remordimientos. Sólo me mezcla los recuerdos. De mi lado del mostrador, por lo menos. Del otro lado, puede que todo haya sido el resultado de unas cuantas cervezas, y sería una explicación comprensible. Una versión oficial convincente casi. Yo lo que dije, lo iba a decir, no pensé que justo ayer, pero lo iba a decir. Al menos como exorcismo, para sacármelo de adentro en algún momento. 

Me gustaría pedirle que nada cambie. Que todo sea como era. Que ya se me va a pasar. Que me gusta esa amistad cómplice y no quiero matarla ni confundirla. Que voy a tratar de disimular mejor, de no marcar tanto. Que me voy a olvidar que desde el segundo día ya lo consideré especial. Que no voy a acordarme mucho de esa charla, ni rememorarla ni nada. Que vamos a reírnos de todo en un futuro no muy lejano. Que como nada va a cambiar en apariencia, que nada cambie en esa cotidianeidad alegre que había. Porque era lo que me hacía cruzar la puerta con ganas de estar ahí. Y me hacía feliz.

viernes, 23 de noviembre de 2012

Tolón tolón

Hoy son las vigésimo sextas campanas de oro de la publicidad. Así que voy a debutar. No sé, tengo muchas ganas porque aparentemente es muy divertido. Y te acordás del aviso de la cocina maravillosa con cupcakes? Parece que está pronto y creo que es precioso, como te dije. Así que nada, acá estoy, pensando un comercial para un lubricante de motores. Y después nos vestimos todos de fiesta y nos vamos a emborrachar y ver si ganamos algo, o nos robamos algo, o al menos nos sacamos fotos divertidas y capaz salimos en la tele. Tengo un trabajo. Pero además tengo un hogar. Y creo que también tengo amigos. Es difícil no hacerte amiga de personas con las que convivís en una misma habitación rectangular durante nueve horas diarias. Y te cuento otra cosa? Ayer tuve un after office. Estoy siendo grande. Es tenebroso, pero genial. Pila de aventuras, viste? Bueno, hasta luego, que antes de la fiesta hay que trabajar. O hacer de cuenta por lo menos. Después brindaremos con smirnoff ice. Chin chin.      

jueves, 22 de noviembre de 2012

Sincericidios

Qué cagada no saber disimular, ni patear las cosas para adelante, ni tragarse las dudas o silenciar los reproches. Cuántas disculpas siento que debo.

martes, 20 de noviembre de 2012

lunes, 19 de noviembre de 2012

Preparar un café

A veces preparar un café no es solamente preparar un café. Porque aunque el ceremonial implique poco más que rasgar un sobre de cappuccino instantáneo, verterlo en una taza y ahogarlo en agua caliente, es mucho más que eso si hay otra taza y otro sobre y otro ruido de cucharita revolviendo el alma. Y un ventanal y una conversación que se extiende lo suficiente para que volver a las tareas todavía no se justifique. Porque la excusa es el contenido de esas tazas blancas, es lo que azuza a las palabras para que no dejen de humear, para que ese vínculo hecho de sorbos y aroma no se corte de golpe, para seguir bebiendo hasta que no quede nada, y el secreto se postergue hasta la tarde siguiente, o quizás nunca, o por ahí un ratito robado en la azotea, donde las palabras desaparecen con el viento de la rambla. Preparar un café no es solamente preparar un café. Es abrir una puerta durante diez minutos, y no querer cerrarla más. 

domingo, 18 de noviembre de 2012

Doble jornada

Dos partidos de hockey después de tres semanas sin jugar. Sobreviví. No perdimos. Pero ya casi es lunes. Y la siesta se me hizo muy corta. Hasta mañana.

viernes, 16 de noviembre de 2012

Desborde

Una manada de frustraciones agotó mi viernes. 
La consigna es que no atraviesen la noche. 

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Dejarse caer es para tontos.

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Lo interminable. 

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El anhelo.

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Consuelo atomatado y fugaz.

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Desatarme cada noche. 

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Tachar para descansar.

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jueves, 15 de noviembre de 2012

Sinsentido


Hoy también hurgué en textos que tienen más de cinco años. Extrañé un poco quién era yo entonces. Y a la vez, no. Seguro hay mucho que pulir, pero así salió en su momento, y así lo dejo, que resista como resistió guardado en una carpeta virtual durante todo este tiempo. 
Está basado en muchas historias reales. Demasiadas. 


Sinsentido  (un cuento de 2007)

Cinthia y Lucy salieron del almacén en silencio. Las dos iban pensando en la torta que su madre estaba sacando del horno y cortando en cuadraditos mientras ellas iban a comprar una bebida para acompañar la merienda. Hoy era el único día que su madre no trabajaba, y como ellas estaban de vacaciones, habían decidido hacer un bizcochuelo.

Llevaban la chismosa entre las dos, cada una sostenía un asa. La iban balanceando levemente, al ritmo que esquivaban los charcos grises que ya eran parte de la calle sin veredas. El frío era perverso pero ellas no lo sentían, ya estaban acostumbradas a él, a escucharlo colarse por las rendijas de las ventanas rotas, a sentirlo pegado a las finas paredes de su casa, a absorberlo por los pies del suelo helado que recién el año pasado habían podido cubrir con baldosas.

Caminaron las dos cuadras que separaban el almacén de su casa. Habían comprado una gaseosa de naranja. No les alcanzó la plata que les había dado la madre, pero el almacenero les había perdonado cinco pesos, y además les regaló dos caramelos de frutilla. Con una media sonrisa las vio salir del cuartito oscuro que estaba orgulloso de denominar, con un cartel rojo algo despintado sobre la puerta eternamente abierta adornada con cintas de plástico multicolor, “El Almacén de León”.

Se frotó las manos heladas y se acomodó atrás del mostrador, pegado a la estufa eléctrica que no alcanzaba a calentarle más que los pies. Un viento gélido hacía bailar las cintas de plástico rojas y verdes y amarillas que dejaban entrever la desolación de la calle ahí afuera, la mugre que adornaba las zanjas, los perros que iban y venían entre la basura y los niños. León pensó en que faltaban dos horas para cerrar, y una para que viniera Rosa a cebarle unos mates. Después, la oscuridad reinaba y en este barrio era mejor encerrarse entre las débiles cuatro paredes de un rancho que permanecer en la calle, a merced del frío inclemente, de la pobreza eterna y de esa sed insaciable de los jóvenes drogadictos. 

Tres veces había perdido todo. Le habían robado hasta los frascos de caramelos. Aún así, León volvía a poner en pie su almacén y su dignidad. Siempre había trabajado, siempre había comprado el pan para su familia con el fruto del esfuerzo de sus manos callosas, de la espalda encorvada pero todavía fuerte, de las piernas que habían perdido el músculo pero no la sensación de horas y horas de acarrear bolsas, cajas, cajones o lo que hiciera falta para poder llevarse un manojo de billetes a casa. Por eso le indignaban esas rapiñas de adictos, y se atoraba de desprecio por los adolescentes que caían en las redes perversas de la pasta base, del pegamento, de toda esa porquería que inhalaban para salir de las tinieblas y que sin embargo los ensombrecían aún más. Les robaban a sus propias madres con tal de llenarse la nariz con esa sustancia blanca que los volvía estúpidos. Y nadie podía hacer nada más que irse, rezar o encerrarse en pequeñas fortalezas solitarias, porque los gritos de auxilio nadie los escuchaba, porque los niños aspiraban cada vez más y estudiaban cada vez menos, porque para sobrevivir hacía falta indiferencia y sálvese quien pueda, y hacía mucho tiempo que la solidaridad estaba en extinción en ese pozo olvidado pero no tan remoto en algún lugar de Montevideo.

León cavilaba hecho un ovillo en su sillita de playa atrás de la mesada del almacén, y no lo vio entrar. No lo escuchó hasta que lo tuvo encima, hasta que el aliento a miseria lo sacó de su abstracción, pidiéndole, rogándole, amenazándolo, el pedazo de vidrio le resbalaba entre los dedos cortados y temblorosos pero apuntaba incisivo, demasiado cerca de la cara de León, demasiado filoso, demasiado desesperado. Los ojos del muchacho eran una súplica y a la vez una promesa de odio. Eran concientes de su patetismo pero se regodeaban en él. León los reconoció al instante, esos ojos negros que tantas veces le habían comprado alfajores y chupetines, y más tarde, pero demasiado pronto, cigarrillos y vino. Ojos que se olvidaron de ser pícaros, audaces, hasta inteligentes, cuando evitaron enfrentarse a los libros del liceo y se involucraron en callejones, noche y malas amistades. Ojos duros ahora, dueños de una tristeza sin brillo. Inyectados de rojo y mojados, llorosos. A vos también, pensó León. A vos también, Matías. Y el cuerpo se le hundió en la derrota al ver esa arma precaria en las manos del joven.

Dámela, dámela. Ahora, rápido, ¿no ves que estoy apurado? Dale, viejo, dale. Matías temblaba pero no de miedo sino de ansiedad. La quería ya, tenía que conseguir plata, championes, algo para llevarle al tipo porque la quería ya. No podía ni entrar a su casa, igual ahí no quedaba nada, y su madre escondía todo bajo llave ahora, qué hija de puta. Ni siquiera le daba unos pesos los fines de semana, y lo quería internar. La odiaba, quería matarla a veces. Como iba a matar al viejo este si no le daba lo que tenía en el cajón. Seguro que algo le habían dejado las nenas que estuvieron antes, hasta lo saludaron y todo, Hola Matías, y él no las había mirado siquiera, tenía la vista fija en el almacén, en el viejo que ahora le alcanzaba doscientos ochenta pesos arrugados, calientes, en billetes de cien y de cincuenta y de diez. Te faltaron las monedas, viejo, dale, dale. Y la mano agitada de León le dio cinco moneditas doradas, una miseria. Y Matías salió corriendo y casi se tropezó con el estante lleno de bolsas de fideos, una bolsa se cayó al piso y la pateó en su huida, y volaron los tirabuzones por el piso de tierra, aplastados por los championes robados de Matías.

Algo se desbordó en el interior de León. Algún nivel de tolerancia o de paciencia llegó al máximo y explotó como un termómetro que se calienta demasiado. Los restos de mercadería pisoteados lo sacudieron, los contempló un par de segundos como quien se paraliza cuando le escupen a la cara. La humillación lo golpeó y la ira germinó en un brote explosivo. Antes de que tuviera tiempo de meditar sobre sus acciones, la mano ya había retirado el revólver cargado que guardaba atrás de las latas de choclo y estaba saltando sobre el mostrador a los gritos. A mí no me vas a dejar sin nada, a mí no. ¡Volvé, chorro! ¡Con mi trabajo no!

Las piernas histéricas de Matías ya ganaban una cuadra pero escuchaba al almacenero y sus bramidos, sus verdades lanzadas al frío atardecer del cantegril, a los oídos sordos de todos. Corría desvariando, abrazando contra el cuerpo el vidrio y el dinero, los restos de ser humano que le quedaban en el pecho, las lágrimas de abstinencia que le chorreaban por la cara. Callate, viejo, callate, musitaba de manera incoherente entre fugaces miradas hacia atrás como aterrorizada presa en una cacería asegurada. El primer disparo lo hizo tambalearse. El segundo entró por la espalda y atravesó el corazón. Cuando resonó el tercero, Matías ya estaba seco en el barro de la calle, caído hacia adelante sobre su dinero y sus lágrimas.

Alguien aulló y se abalanzó sobre el cuerpo del muchacho. Paralizada por un horror cansado, un viejo temor finalmente plasmado en sangre sobre la calle, un dolor de madre impotente, frágil, una desesperación absurda y ridículos ruegos de resurrección, Aída se desplomó en una catarata de lamentos sobre Matías, lo que quedaba de Matías, ese que no siempre fue un esclavo de su adicción, ese para el que no siempre estuvo prohibido entrar a su propia casa, ese que amó sin reparos pero sin saber cómo encaminar. Cinco veces lo había tratado de internar, y cinco veces se había escabullido de vuelta a las calles, a robar, a perderse en los laberintos de la droga, la soledad y la sordidez del no futuro. Aída abrazó esa espalda ensangrentada y se maldijo, y maldijo al asesino de su hijo, que lloraba arrodillado en el suelo, convertido en anciano de repente. Maldijo a dios y a la droga, que había sustituido al dios de su hijo. Aída lloró y no se le acabó la pena. Lloró hasta que el policía la retiró a la fuerza del cuerpo, hasta que vio las esposas en las muñecas de León. Lloró por su hijo y por ella misma y por León y el barrio. Lloró hasta que el frío lo dominó todo y el silencio y la noche volvieron a ocultar a la pobreza bajo una máscara muda y sin ojos.

miércoles, 14 de noviembre de 2012

Filmame ésta

Hola, ¿qué hacés? Yo estoy en un rodaje. Sí, un rodaje tipo de esos de filmación que son re cool y hipsters y está lleno de gente peluda cargando luces y pantalones caqui con muchos bolsillos y catering. O sea, estoy como re en la onda publicitaria, ¿entendés? Mentira, porque no entiendo mucho y estoy observando todo como si fuera una lección de supervivencia. Medio que lo es. Me preguntan qué opino y no sé bien qué opino porque acá hay gente haciendo su trabajo que tiene cientos de miles de kilómetros de sapiencia más que yo, y me dan cuatrocientas vueltas. Yo miro. Alguna cosa comento, como para dar a entender que no estoy en la luna. Pero es todo nuevo. 

Es todo lento y largo y tedioso también. Son cuatro electrodomésticos. Empezamos a las 10. Son casi las 6 y recién terminamos el primero. Ah, pero quedó precioso. Y almorzamos ensalada y carne con papines y torta de chocolate así que no nos podemos quejar. Es como una tribu de gente extraña que sabe lo que hace pero todo está algo misterioso, como que hacen cosas re importantes y claves para la filmación, y en realidad sostienen un cartón a lo lejos, pero justo ese cartón refleja el brillo perfecto sobre el logo del microondas, y claro, era vital el dolobu ahí parado como un gil con el coso de espumaplast reflejando. 

Entonces voy aprendiendo, y me aburro un poco, y presto atención y voy al baño y observo cómo pasan los técnicos y las ecónomas (¡¡¡ecónomas!!! gente que hace comida para que luzca linda y no se derrita ni se desplome ni se desmigaje y que tenga el tonito de color exacto y la veta del helado marcada y la cereza roja pero no magenta sino roja, o en todo caso eso se postproduce y retoca y todo solucionado). Y hay una pobre chica flaquita con pelo largo que anda por ahí divertida como un cacho de plancton, pero es la modelo de manos. La modelo de manos, ¿entendés? O sea, tiene lindas uñas y no tiene cicatrices pero sólo se ven sus dedos en el aviso, ¿qué clase de orgullo te da eso? Anda por ahí como alma en pena, pobre, tiene que abrir el microondas todavía, y prender el aire, y meter cosas en el horno. Al menos ya abrió el freezer que era lo más complicado (?). 

Ahora esperamos que preparen la cocina, van a meterle un pescado entero adentro y unos cupcakes, muy bajado a tierra todo por supuesto. Lo que cocina toda Doña María del Cerrito de la Victoria en un día rutinario. Pero tiene su magia, su ciencia, su delicadeza. Los cupcakes están combinados y parecen esponjosos. Son bellos, abrazables. Y el pescado olía bien cuando me lo mostraron. ¡Olía bien el pescado! ¿Entendés que hacen magia con la comida? Y vos te creés que vas a comprarte la cocina esta y te van a salir las cosas así de ideales y místicas del horno. Minga. Pero es lindo acariciar la idea. Eso es la publicidad. Acariciar la idea de algo. Quererlo. Comprarte el microondas porque el strogonoff que emergía de esa cosa era imponente. Te gusta pensar que sos capaz de crear cosas así, que hasta ahora no lo habías hecho porque no tenías el electrodoméstico adecuado. 

Y bueno, qué querés. Me gusta venderte ese verso. Me encanta ser parte del equipo de chantas que te dicen que acá vas a cocinar divino. Hasta me lo creo y todo, yo, que apenas hago sopa de sobre y se me desborda la olla. Yo me compraría esta cocina, ¿vos no? Ahora capaz que nos traen la merienda, y supongo que seguiremos en este estudio hasta entrada la noche. Pero bueno, hoy me tocó esto, mañana de vuelta me siento en mi escritorio y pienso cómo ofertarte un colchón o seducirte con un helado. Estoy chocha, ¿se nota? Me gusta lo que hago. Me aburro estando mil horas viendo como le cae el rayo de luz celeste a un aire acondicionado, obvio. Es interesante, pero soporífero. Pero me gusta casi todo el resto. Es una aventura, es variedad, es arte y es mucha mucha mucha técnica. La experiencia se palpa. Por algo hacen así las cosas. Vino la merienda, así que te voy dejando, y hablamos después, cuando veas mi aviso en la tele, ¿ta?

martes, 13 de noviembre de 2012

Ropa amarilla

Hoy quise sacar una foto pero no tenía la cámara. Era un conjunto de azoteas grises y despintadas, y en una de ellas, una cuerda llena de ropa tendida. Las prendas variaban entre el amarillo y el verde, pasando por ocres y mostazas. Le daban vida a los techos. Se movían con el viento fresco desubicado de noviembre. 

No existe la foto. No sé si existió la ropa. Y mañana ya no va a estar ahí. 

lunes, 12 de noviembre de 2012

Navío

Lo importante de un barco no es si tiene habitaciones en suite, jacuzzi, una cubierta de setenta metros o un buen chef. Tampoco es de relevancia cómo se vistan los marineros, ni el nombre que lleva escrito en el casco. No hay que juzgarlo por el brillo de la madera del timón, por la artesanía del mascarón de proa, o por el lujo que encierren sus camarotes. No viene al caso si de él cuelga un jet ski, o un gomón para ocho. 

Lo importante de un barco es la robustez de su porte, la agudeza de su quilla, la seguridad de su proa. Lo que es realmente clave es lo que esconde el cuarto de máquinas, la carga de la bodega, el ensamblaje oculto de su estructura. Lo indispensable es la agilidad de sus velas, la ternura con que lo mecen las olas, la resistencia frente al temporal. Lo trascendente es que evite ser naufragio, que no suspenda el curso, que navegue firme, que se llene de viento. 

Una embarcación digna no necesita llevarte a buen puerto, porque ella se convirtió en tu ancla. 

domingo, 11 de noviembre de 2012

Absurda

Empiezo a necesitar cosas que no sé si están. Y después necesito no necesitar nada.
Tengo miedo de mirar y que no esté. Tengo miedo de mirar y que siga ahí.
Me dan ganas de irlo a visitar sin que me invite. Y me dan ganas de que me invite y decir que no.
No quiero importar tanto como para hacer daño. Y a la vez, quiero.
Entiendo muy poco. La pregunta es si me basta por ahora.


sábado, 10 de noviembre de 2012

Lloro

¿Por qué? ¿Por qué lloro? ¿Por qué dejo que me duelan cosas que me cansé de que duelan? ¿Por qué sigo llorando después de buscar con quién dejar de llorar? ¿Por qué me caen las lágrimas en el medio de un restorán, como si nadie me viera? ¿Por qué está mal que no entienda situaciones que nunca me explicaron? ¿Por qué me afectan temas de los que fui bloqueada? ¿Por qué lloro, si no quiero llorar más por esto? ¿Por qué no dije que quería un abrazo en vivo y en directo, en vez de seguir llorando sobre este teclado? ¿Por qué no me lo ofreció? ¿Por qué un día sí y otro no? ¿Por qué soy la que llora, y ellos no? ¿Por qué está mal llorar? ¿Por qué me afecta una circunstancia en la que soy el enemigo? ¿Por qué tengo que saber verdades que no se dicen? ¿Por qué sacan tantas conclusiones de quién soy, si no tienen la mitad de las premisas? ¿Por qué se contentan con cosas inaceptables? ¿Por qué toleran todo? ¿Siempre va a ser así? ¿Por qué los vi envejecer minuto a minuto en esa media hora de postre y café? ¿Por qué sigo llorando? ¿Por qué me quedé sin fuerzas para toser? ¿Cuál es el veneno? ¿Por qué lloro? ¿Por qué?

jueves, 8 de noviembre de 2012

Torrente

Dos personas que nunca había visto antes. Y una charla re larga y cómoda.
No es raro. Es genial.
Un fav gigante para la noche de hoy.

miércoles, 7 de noviembre de 2012

Ya sos una señorita

Hoy me descubrí siendo grande. Siendo adulta, quiero decir, algo que no veía tan posible. Fui a dos bancos por ejemplo. Y volví al trabajo después de estar enferma, para descubrir que tenía muchas tareas acumuladas. Y reuní mis contratos de celular y documentos por el estilo en carpetas y los ordené. Me cociné por segundo día consecutivo (sopa, sí, pero vale porque implicó prender una hornalla). Me senté en una reunión como si supiera de lo que se estaba hablando. Me depilé. Un poco. Me compré remedios con mi plata y me quedé una hora más en la agencia de lo que dice mi contrato. Y no estuvo nada mal. 

A veces siento como si estuviera jugando. Como si todo fuera una práctica, una instancia lúdica, un rato adolescente. Jugar a ser grande. Pero no. Tengo 25 años para 26. Y el juego se acabó hace rato. 

Lo lindo es que se sienta como un juego. Que lo disfrute sin terminar de creérmelo. Espero que eso dure hasta que me muera. 


martes, 6 de noviembre de 2012

Haceme cielo


Haceme cielo. Hoy, ya, ahora. Haceme cielo y luz y nubes de fibra de vidrio. Haceme cartón corrugado, obra de arte, lienzo, papel. Haceme camino y señalética, carteles de pare sin respetar, destino. Haceme cielo, ya, hoy. Haceme infinito. Haceme un cóndor de origami en el que estén escritos tus misterios. Haceme pozo, socavame, desenterrame. Haceme hueco para rellenar de alma. Haceme fuego, quemate. Haceme sueños, dudas, ganas. Haceme sufrir, también. Haceme como si nadie me hubiera hecho antes y fuera la nada. Haceme desde los pies hasta el pelo, haceme de nuevo. Haceme sentir cosas, hierro, terremotos, hambre, rojo, paz, desolación de ausencia. Haceme herirte y lamerte. Haceme doler porque doler es hacer con un cincel más fino. Haceme morir. Haceme hielo y volveme charco y congelame otra vez, como si fuera nieve de montaña. Como si fuera desierto, haceme. Recorreme. Haceme feliz y haceme mierda. Haceme cielo, por favor. Haceme reír las mejores risas, las más sinceras. Haceme caer. Haceme adorarte. Haceme tener miedo a tu falta. Haceme desear, desearnos. Haceme creer que sí y comprobarlo, haceme paradigma, ecuación, descubrimiento. Haceme arrastrar y volar a la misma vez, como una especie insólita de ave gusano. Haceme bajar hasta esos sótanos donde guardás el infierno. Haceme cielo, ahora. Haceme un cuento de mentiras en las que sea inofensivo creer. Haceme claroscuro, elefante azul, niebla. Haceme un paraíso donde criar manzanos, cabras, rutinas. Haceme explotar. Haceme ninfa, gloria, espasmo, serpentina. Recoveco de ensueño. Placidez. Haceme cráter, agua de cañada, naufragio, cierzo o huracán. Haceme evolucionar, dormir sin ruido, apaciguame. Haceme grito, pólvora, cansancio. Haceme frágil, ósea, fiera, y también revolucionaria. Haceme ver secretos. Haceme cielo, o noche, o relámpago. Haceme fugaz si querés, pero haceme. Haceme sólida, profunda. Raíz de abrazo redondo. Haceme fruto y almendra y tormenta de verano. Haceme crecer como nadie, haceme estrella. Haceme enfermar de paz, de acostumbramiento a hacerme. Haceme manía, instinto, tripa y demencia. Haceme lágrimas, peces, ríos, perros, selva. Gato y pantera. Haceme deshojar, desvestir, desmadejame. Haceme respuesta. Haceme cielo, como puedas. Haceme confiar, mientras aprendo a soltarme. Haceme cielo. Haceme cielo o universo. Haceme música, oportunidad. Barro, conexión, recipiente. Esfuerzo y calidez. Haceme receptiva. Haceme arrecife y hogar, llename. Haceme tiempo, haceme tardar, haceme perderlo. Haceme hacerte. Pero no dejes de hacerme cielo. Aunque no sea azul. Aunque no sea eterno. Haceme cielo. 

lunes, 5 de noviembre de 2012