domingo, 30 de septiembre de 2012

Lo remoto se tangibiliza


Este año mis primos le pidieron algo para mí a los Reyes Magos.
Estamos a octubre, pero capaz que se los conceden y todo.
Por las dudas creo que voy a dejar los zapatitos.
Los converse, obvio.

viernes, 28 de septiembre de 2012

The riddle

Me duele una costilla o algo así, me duele porque me pincha y se me clava adentro como si estuviera malformada y grotesca, como si quisiera agujerearme el alma y el costado y las ideas, me duele como si no pudiera respirar sin que me duela, como si en cada bocanada me matara un poco, un soplido a la vez, una exhalación, un círculo de aire. Me duele cuando me tuerzo, cuando me muevo, cuando me inclino y me encorvo. Me duele más que un dolor físico, me duele una incertidumbre, una duda, un quizás. Me duele un quién será. Me duele el cuerpo pero en realidad me duele la intriga, el no saber, la posibilidad. Me duele un misterio, un mundo. Me duele todo. Me duele ya. Me duele desde que sé que existe esa niebla. Me aguijonea, me hiere, me raspa. Me duele entero. Me hace sufrir el desconocimiento. El velo. El acertijo. 

jueves, 27 de septiembre de 2012

Khalil


Hoy me gustaría estar junto a su belfo suave. Olerlo. Me encantaría hundir mi cara en su cuello caliente y arqueado. Sentir su inquietud, su fuerza agazapada. Su magia de suaves pelos grises y blancos. Tocarlo, entero. Aferrarme a su crin. Mirarlo a los ojos. Ojos de amigo, ojos de loco. Tomarle el pulso a sus pasos elevados. Verlo correr, todo estampado en el horizonte. Susurrarle cosas. Hacerme afín. Romper esa barrera de miedo que me separa del animal, y que a él lo separa del humano. Subirme, por primera vez, a su lomo robusto. Caminar con sus pies de semental. Repiquetear en el corral, y galopar por los potreros. Estar en control de su infinidad, y a la vez, que exista el riesgo de perderla a cada segundo. El desafío de ganarme su confianza. Volar, un ratito, con sus alas de caballo. Trazar en la tierra un camino de viento. Enloquecer. Convertirme en otra fibra más de su crin. Que flotemos. Desaparecer en su tranco de hamaca. Apagar los ruidos de afuera. Llegar de nochecita al galpón. Atardecer juntos, desensillando. Quedarme quieta unos segundos, junto a sus orejas móviles. Ser cómplices. Que me siga hasta la portera. Que me huela él. Amar su curiosidad. Sacarle el freno, y que permanezca ahí un instante. A mi lado. Después, rompe en una carrera y se funde a negro. Pero yo sé que fuimos parte de algo. 



(Felices 6 años de vida) 


miércoles, 26 de septiembre de 2012

Las reglas del juego

Es fácil. Mirá. Empieza acá, o sea que vos ya empezaste. Él también. Sus fichas se mueven por casilleros. Siempre por los mismos casilleros. Avanzan juntos. A veces retroceden. El objetivo es difuso, pero lo divertido es el transcurso de la partida. Si juegan bien, no se acaba nunca. La clave está en no ilusionarse. O en ilusionarse a la misma vez. De todas formas, siempre va a haber un poco de dolor. Hay que ser sincero y valiente. Podés dejar de jugar cuando quieras. Pero lo mejor, es que siempre ganás. Ganás un oponente digno que te sigue cada partida, o ganás experiencia de juego. 

Te toca tirar el dado.

martes, 25 de septiembre de 2012

Oh Tuesday Tuesday

Píquiti píquiti plop.
Dormí poco. Sí.
Pero no importa.
Es martes.
No te cases ni te embarques, bobi.
Pero ilusionate un poquito.
Está bueno.
¿No?
Yo qué sé.


lunes, 24 de septiembre de 2012

El misterio del delivery del sushi

El sábado de mañana mi madre recibió una llamada extraña. Una supuesta señora con acento japonés le decía que le estaba por enviar a casa las 200 bandejas de sushi que había pedido para la fiesta. Todo una tramoya tergiversada en la que me vi envuelta, porque mi nombre surgió en la conversación. Si mi madre no había hecho ese pedido, capaz que lo había hecho yo, dijo la japonesa. Si en algún crimen no me voy a ver envuelta jamás es en pedir sushi, así que evidentemente era una farsa turbia para lograr algo de nosotros. No sabemos si el objetivo era entrar a casa, coparnos, averiguar más cosas de la familia, vendernos sushi vencido o hacernos una broma de mal gusto. 

Cuestión que la doña dijo ser de cierto restorán de sushi al que a veces mis hermanas piden comida. Llamamos después al restorán, y ellos no eran. Quedaron preocupados. Llamaron al celular que había llamado a mi madre y se comunicaron con un tal Jason, que hablaba en un cocoliche medio raro. Le dijeron que querían aclarar las cosas antes de hacer una denuncia penal. Jason dijo que había sido un malentendido. Después colgó. Después llamó al restorán de sushi y habló en español uruguayo. Todo muy normal, muy lógico. Inexplicable.

Seguimos sin saber quién es Jason ni qué quería. Nos hicimos amigos de los dueños del restorán de sushi. Empezamos a trastornarnos respecto a la privacidad y la seguridad. Pensamos códigos para comunicarnos si nos pasa algo, como un secuestro. Se lo contamos a nuestros conocidos para que estén alerta. Agendamos el celular de Jason para que si nos suena salga: "Cuidado, tránfuga". Y bueno, eso. No hay demasiado más que podamos hacer. 

Después de tardecita salí a caminar por la rambla. Mamá me dijo que llevara el spray anti chorros. Ese que ya usé una vez. Yo cuando salgo a caminar, lo único que llevo es mi mp3 roñoso, y quizás la llave de casa. A veces ni eso. Y pensé: No. El día que tenga que salir a caminar por la rambla con el spray pimienta, va a estar todo perdido. No va a tener gracia vivir en este país. No va a ser lógico seguir estando acá. El día que tenga ese tipo de miedo, me voy a tener que ir. Y mientras tanto, me rehúso a tenerlo. Así que no. 

Y caminé por la rambla de nochecita, y no me pasó nada. Como nunca me pasó nada. Tengo cuidado, sí. Pero no voy a tener miedo.  

domingo, 23 de septiembre de 2012

viernes, 21 de septiembre de 2012

Resumen

¿Cómo se pueden resumir 24 horas en un posteo mediocre?

No se pueden, porque siempre nos olvidamos de algo. Porque siempre me va a faltar mencionar alguna cosa, rendir tributo a alguna magia, o destinarle una línea certera a un instante de sol. 

No sé cómo resumir las últimas 24 horas. Mediocremente, voy a intentarlo. 

Resulta que tres personas distintas me dijeron cosas lindas del blog. Quizás, y lo pensé mientras caminaba hacia la panadería, este blog sea una de las mejores inversiones que he hecho. Inversión de tiempo, de lágrimas, de ojos cansados de pantallas, de sangre, de ingenio, de imágenes, de aburrimiento. Hay de todo, y me gusta que sea así. Y me gusta que a la gente le guste. Que, por unos segundos, vaguen por mis ya cientos de páginas virtuales. Tengo un libro acá, casi sin darme cuenta. Un libro monstruo gordito y desparejo, macabro, franco, buscador. Un diario personal gigante, que excede lo personal, y a la vez, se mantiene inevitablemente pegado a mí. Una yo, pero de letras. Y claro que es grato que a alguien le guste una yo pero de letras. 

Y tuve mi último día de pasante. Ya no voy a ser aprendiz en forma oficial, aunque creo que es una cualidad importante seguir siendo aprendiz siempre. Por ese lado, estoy feliz. Empiezo a ser una persona adulta que trabaja, y además, en un trabajo que voy queriendo mucho. Con gente que voy queriendo mucho. Por eso fui a comprar bizcochos, para celebrar, para convidar, para ser parte. 

Y resulta que alguien se va. De este pequeño grupo de gente que voy queriendo mucho, alguien se va. Vienen nuevos, se van viejos, y así. Todo el ánimo de la tarde se hizo de golpe agridulce. Me gustan los cambios, y todos los que sucedieron últimamente fueron para mejor. Pero no quita que el sentimiento de esa incertidumbre, esa desazón de que alguien se baja del barco, está latente en todos. 

Por suerte tengo una amiga con la que ir a seguir tomando el té. Por suerte tengo una abuela que me regala libros y me escribe mails. Por suerte tengo una madre que se preocupa por venirme a buscar un viernes de tardecita. Y también tengo unos zapatos rosados nuevos que me compré con mi sueldo. Tengo la cabeza clara para ver todo eso, para seguir trabajando, para no parar de ser aprendiz. 

Hola, mundo.    

jueves, 20 de septiembre de 2012

Gay people

Sí.


Homosexuales.
Gays.
Trolos.
Lesbianas.
Tortas.
Putos.
Maricas.
Marimachos.
Invertidos.
Bolleras.
Mariposas.
Anómalos.

Homosexuales. Eso. Gente que le gusta gente de su mismo sexo. Niños que gustan de niños. Niñas que gustan de niñas. Gente. Personas. Hombres y mujeres. Seres humanos que aman seres humanos. Como todos. Gente que se acuesta con gente. Como todos. Personas que buscan a alguien en quien depositar su afecto. Como todos. 

Conozco a mucha gente. Algunos son homosexuales. Algunos no. Tuve el honor de estar cuando se abrieron  algunas puertas de clóset. Recibí confianza. Mucha, de muchos lugares distintos. No sé qué tan bien la he sabido respetar. Lo que más me cuesta es ver lo difícil que es hacer notorio algo que no hace la diferencia.  Es amor. Es sexo. Es besos y abrazos. Da igual con quién. Por lo menos a mí, me da igual con quién mis amigos, conocidos, compañeros, tengan ganas de hacer esas cosas. Me duele que otros tengan miedo. Me molesta no poder hablar normalmente de chicos lindos con chicos, o de chicas lindas con chicas, porque reina ese temor gigante de que alguien escuche, alguien comente, alguien repita, alguien se entere, y todo salga a la luz.

¿Qué es todo? ¿Qué es la luz? ¿A quién mierda le importa? Para mí es fácil, porque no lo vivo en carne propia. A mí me pasa que me gustan los individuos del sexo opuesto, por alguna circunstancia determinada de mi naturaleza y mi forma de ser. No es una opción mía. Es así, se dio así. Me gustan mucho más los varones. No me tengo que preocupar por dieciocho mil traumas extra. No tengo que esconderme. No tengo que tener una doble vida. No tengo que irme a otro país para ser libre y poder besar a una mujer en la calle. Ese chip interno instalado que se desarrolló para el lado de que me gustan los hombres me ahorró un montón de inconvenientes. 

Es duro ver a alguien que no puede ser feliz porque tiene terror. Pánico. Porque muchos homosexuales tienen pánico. De lo que va a decir la familia, de que los amigos los dejen de lado, de que los señalen, de que los insulten, de que los traten como algo menos valioso. No sé cómo disminuirles ese pánico, porque es real. Porque la sociedad, hoy, tiene una cabeza chiquitita. Sobre todo acá. Sobre todo en este país enano y en esta ciudad microscópica, donde hay apenas dos boliches gays y una tolerancia superficial. Montevideo gayfriendly las pindongas. La mayoría de la gente que conozco se erizaría de repulsión o de shock o de morbo ante una pareja de hombres besándose en una parada de ómnibus.  

No sé cómo concluir este post. Lo que sé es que hay mucha gente que quiero que es homosexual. O que tiene un padre gay. O una hermana lesbiana. O un primo puto. Probablemente todos ustedes que leen esto tengan algo de eso. Probablemente muchos ni lo sepan, porque esa persona todavía no se animó a contarles. Como si fuera un deber a la sociedad andar contando con quién tuviste relaciones, o a quién te interesaría conocer íntimamente, o por qué te erotiza más tener sexo con alguien genitalmente igual a vos. No lo es. 

Pero se siente como si lo fuera. Debería ser algo que surge, que no hace falta que se explique. Pero no. Porque no es "lo normal". No es "lo esperado". Es "la anomalía". Entonces hay que aclarar: "soy gay". Dos palabras que en la absoluta mayoría de los casos llevan un mundo desgarrador atrás. No tendría que ser así.  No sé cómo hacer para que no sea así. Sé cómo escuchar y dar mi parecer y acompañar a bailar y a shows de drag queens. Pero no sé cómo hacer para que sea normal. Para que sea lo que es, una forma de vivir que no se elige, que se vive nomás, como todos vivimos lo que nos toca. Algo estructural, sí, y muy central de cada uno, que probablemente afecte en más de un sentido la vida de quien prefiere a personas de su mismo sexo. Pero no algo horrible. No algo ajeno, desfigurado, enfermo. Una normalidad más, como lo son tantas. 

Cada tanto me agarra la desazón y me preocupan cosas. Es parte de mi normalidad. Disculpen.   


miércoles, 19 de septiembre de 2012

Ciclón

Hoy me dediqué a vivir la emoción del temporal, como todo el mundo.
Y a dormir.
Y a descifrar enigmas.
Y a recuperar palabras.

No tengo energías para mucho más.
O capaz que sí.
Mañana te cuento.

martes, 18 de septiembre de 2012

Quiero de ti

Ponele que una vez nos encontramos. Ponele. ¿Y ahí qué? Nos saludamos, nos vamos a un hotel, nos abrazamos tímidos, o nos miramos de lejos y con melancolía.

Ponele que no quiero eso. Ponele que hoy no quiero que me mires. Quiero que no me puedas mirar, de tanto que querés mirarme. Ponele que en una de esas, justo hoy no quiero que me veas. Quiero que sientas esas ganas de verme, que explotes de ellas, pero que no puedas alzar la vista. Que tus ojos se hundan solos, pesados, en el mar de ganas que tenés de posarlos sobre mí. Que te ahogues un poco. Que te mueras un poco. Que sangres, como yo, cuando no te veo.

Ponele que lo que más me gustaría sería que te quedaras clavado en el suelo sin poder mirarme, oliéndome, bebiéndome, pero sin mirarme. Castigado, arrepentido. Ciego. Me gustaría que te quedaras ciego un rato de ansias de encontrarte con mis ojos en un ida y vuelta de pupilas curiosas. Que esa sensación de imposibilidad te generara un dolor físico, una agonía. Que no te alcanzaran las manos para llegar a donde estoy, y que a tientas, me buscaras.

Ponele que yo me escondo y vos recorrés el aire que circunvala mis contornos, pero no podés tocarme, no podés depositar tu tacto en mi cuerpo, en mi piel rota, en mi respiración tranquila. No podés acercarte más, ni mirarme, ni siquiera hablarme. Quiero que me sientas lejos, que me sepas cerca, pero que me sientas lejos, inalcanzable, invisible. Que sólo me puedas oler, y saber de mi presencia, pero que no me llegues. Que no me dañes.

Quiero estar frente a ti y a la vez, ponele, protegida de ti. A salvo de lo lejos que estás. Refugiada de tus manos tiernas pero afiladas, de tus ojos cuestionadores, de tus palabras muertas. Quiero que estés y que tengas que decirme cosas que no podés soltar, a pesar de que una fuerza gigante te da náuseas y ganas de expulsarlas.

Ponele que te sentís mal, que necesitás mi cobijo, mi abrazo, y yo no te lo doy, yo me lo reservo para mi, para mis secretos, para mis búsquedas, para mis deseos que alguna vez tuve de que te pasara todo eso conmigo otra vez. Me guardo mi alma para mí, pero te la muestro, en confidencia, sin que la puedas ver ni tocar. Te dejo percibir su pequeño aroma a soledad y a fuerza. Su testarudez. Te asomo su torpeza, su goce, sus sueños. Y la escondo, otra vez, bajo el velo de la nada.

Ponele que hoy, eso es lo que quiero de ti. Que mi perfume, mi esencia, letárgica ya, te agobie por un instante. Y que me extrañes desgarradoramente. Nada más.

lunes, 17 de septiembre de 2012

Tarada pero feliz

Cada tanto me surge la necesidad de pensar en algún tema de actualidad y depositar aquí mis concepciones al respecto. Como para que el blog no se remita al pequeño entorno que me circunda y amplíe un poco más mi cabecita con ejercicios de pensamiento y opinión. Pero la actualidad es casi siempre la misma y a todos nos atañe más lo que sucede en el mini entorno personal, aunque haya guerra en Oriente Medio o se esté por prohibir la consumición de bebidas alcohólicas en la Rambla. 

Entonces no me surge hoy un post actual y enmarcado en las noticias cotidianas, pero sí me surge un post brotado de lo que me nutre, que por suerte ayer fue un libro, y no cualquier libro, sino un libro que me regaló mi abuela y del que desconfié desde el primer momento, porque si bien su autora tiene renombre -Pilar Sordo-, el título "Bienvenido dolor" da lugar a la suspicacia y a la sospecha implícita de que estaba ante un infame "libro de autoayuda". 

Eso es lo que me decía la tapa y lo que sabía de ella. Y quizás sea un libro de autoayuda, pero en las primeras casi 100 páginas, que leí de corrido anoche, no pude menos que suscribir a cada una de las afirmaciones. En ese primer capítulo, Sordo describe a idiosincrasia chilena y esa necesidad de ser serios para aparentar saber cosas del mundo, esa asociación errónea entre sensatez y falta de risas, ese miedo inexplicable a afirmar la felicidad propia, esa tendencia obsesiva a tirarse abajo. Los uruguayos somos muy parecidos. Parece que si vas sonriendo por el mundo sos un gil, y que no entendés la gravedad de los problemas.

En ese primer capítulo, Sordo explica un estudio que llevó a cabo en varios países, y detalla tres grandes conclusiones. La primera, con la que estoy totalmente de acuerdo hoy en día, luego de un proceso personal de hallazgo de esa conclusión por mi propia cuenta, es que la felicidad es una decisión. No se está feliz por estar alegre, sino que se trata de una actitud ante la vida. Básicamente esa es la conclusión que más recuerdo, pero también decía algo de que había que ser agradecida y apreciar lo que se tiene, y que una de las cosas más importantes para lograr todo eso es la buena voluntad. Tendría que releerlo pero van a pasar unos años antes de que lo haga, porque no releo los libros en seguida. 

Así que nada. Decidí ser feliz. Bien si les gusta, bien si no. Capaz que soy una tonta por reírme demasiado, por buscar la carcajada y la simpatía y el humor y la naturalidad y valorarlas por sobre otras cosas. Que escriba posts tristes no quiere decir que no sea feliz. Quiere decir que estoy tratando de quedarme con lo mejor de las cosas, y que estoy llevando el dolor de la manera que sé, para volver a estar alegre, y seguir con esa actitud feliz. Porque no hay mucho tiempo para nada, y porque mi abuela tiene razón, y la vida está llena de sorpresas lindas, como libros que están de acuerdo con lo que pensás, como que la autoayuda no se lee, sino que se fabrica, y como que tengo demasiada suerte y mucho para valorar, y por ende, mi deber, mi responsabilidad y mi mandato, es ser feliz. 

sábado, 15 de septiembre de 2012

Un tipo de hogar

Ayer a la una de la mañana estaba fabricando caretas en mi lugar de trabajo. En la azotea sonaba la cumbia y se enfriaban los últimos restos de asado. Ya estaban por abrir el helado. Eso fue después de ir a comprar la segunda botella de vodka. Creo. Y antes de bailar con las guirnaldas de chorizos. Terminó relativamente temprano, pero más era exceso. Me enteré de cosas, para variar. Cosas lindas y no tanto. Cosas que puedo aceptar. Que puedo tratar de cambiar. O que puedo llevar con cierto orgullo. Claro que me importa haberte importado un bledo. Pero no me va a importar mucho más. Estoy tratando de hacerme un hueco en este hogar. Creo que él tiene un rincón para mí. Ahí a la izquierda, al fondo, al lado de la ventana.

jueves, 13 de septiembre de 2012

En el zaguán

En el zaguán me esperaba. Ataviada con gasas y transparencias. Sensorial, palpitante. Roja. No pude evitar tocarla. Primero el pelo, rosado, lacio. Después, los hombros. Los brazos. Los dedos reptantes. Se le erizó el alma. Me lamió la boca. Se sumergió en mí.

Nos ahogamos.

martes, 11 de septiembre de 2012

Las dudas horribles



¿Cómo va a ser mañana?
¿Alguien me volverá a querer alguna vez?
¿Es esta mi vocación?
¿Tengo vocación?
¿Cómo hago para seguir una dieta?
¿Voy a ser buena en algo?
¿Alguna vez fui buena en algo?
¿Era todo mentira?
¿Me voy a morir joven?
¿Está mal insistir?
¿Cómo hago para no alejarme?
¿Cómo hago para que no se alejen?
¿Quiénes son mis amigos?
¿Cuánta verdad hay en lo que digo?
¿Sé cosas?
¿Cuánto más me falta aprender?
¿Dónde está la próxima parada?
¿Qué va a pasar cuando los que quiero no estén más?
¿A dónde va este camino?
¿Es un camino?
¿Quién me ayuda?
¿Hablo sola?
¿Cómo hago para no equivocarme?
¿Lo vivido sirvió para algo?
¿Y lo dolido?
¿Qué sentido tiene?
¿Cómo vuelvo a una zona de confianza?
¿Podré crecer?
¿Crecí en todo este tiempo?
¿Qué tengo que cambiar?
¿Por qué me asusto?
¿Por qué me refugio en personas que precisan más refugio que yo?
¿Qué pasa cuando sueño?
¿Cómo llegué a donde estoy?
¿Qué sigue?
¿Hay alternativas?
¿Dónde encuentro gente parecida a mí?
¿Cómo mantengo la felicidad a mi alrededor?
¿Qué hay que hacer para tener ideas?
¿Se aprende?
¿Hay esperanzas?
¿Cómo me ven los demás?
¿Le importo a alguien?
¿Quién me importa a mí?
¿Por qué casi nada dura toda la vida?
¿Por qué duelen todavía cosas de hace mucho tiempo?
¿La soledad mata?
¿Qué pasa con las personas que están lejos?
¿Qué escribo hoy?
¿Cómo debo vestirme?
¿Cuánto falta para llegar?
¿Está mal lo que estoy haciendo?
¿Tengo que callar más?
¿Dónde está el éxito?
¿Cuál es mi sueño?
¿Tengo tiempo?
¿Quién soy?

lunes, 10 de septiembre de 2012

Dueños de todo

Lo que tiene vivir una historia con alguien es que se te apropia de los lugares, de los ritos, de los objetos cotidianos. Los contamina todos de su recuerdo salobre, de la nostalgia chaucha de la lejanía, del pasado, una vez compartido y risueño. Hacer determinadas cosas, cuando él o ellos ya no forman parte de tu diario existir, implica una noción de estar incumpliendo un compromiso, de estar siendo infiel, una culpa de haberlo superado, o justamente de lo opuesto, una forma de retenerlo en actos que fueron parte de una liturgia especial, y que ahora, sueltos, sin estar al servicio de una circunstancia más amplia, de una estructura simbólica de pareja, parecen ser acciones huérfanas y, ante esa misma orfandad, las transformamos en minúsculos homenajes a la memoria.  

Los chivitos de La Pasiva (uno de carne y uno de pollo) y el McFlurry de dulce de leche y oreo de McDonald`s son patrimonio de la persona con la que supimos hacer de ellos un monumento gastronómico. También la totalidad de la zona de casas de repuestos de Montevideo, el Salto del Penitente, Atlántida, la aerosilla de Piriápolis, el faro de Colonia y casi todos los de la costa, el bar esteño Moby Dick y la mayoría del territorio centro sur del país. Además del banco de plaza de La Cigale de Roque Graseras, todas las camionetas fiat grises, las bandas de música tropical y los perfumes Aqua di Gio y Bulgari. Es mucho para pertenecerle a una sola persona, y hay mucho más guardado todavía, pero él es quien me viene a la mente cada vez que vivo de cerca alguna de esas cosas, como una llamarada fugaz de cariño y comprensión, y un dejo innegable de añoranza. 

Por otra parte, las calles del barrio Salamanca en Madrid, las máquinas que lavan las calles de madrugada, Pachá, los autos rojos con una cinta amarilla y roja colgada del espejo retrovisor, el Kentucky Fried Chicken, el Monasterio de Piedra, Zaragoza, un rincón del Parque del Retiro, la sección de corbatas de El Corte Inglés, la carne de ñandú, los bosques de los alrededores de Pozuelo y hasta lugares a los que nunca fui, como Javea, le pertenecen a alguien que se quedó en todos esos lados y ahora probablemente los visita con quien tiene total jurisdicción sobre sus recuerdos. 

Hay cosas que se me borraron un poco, pero de alguna manera le siguen perteneciendo a quien las vivió conmigo por primera vez. La Estada, aunque es un bar que creo más mío que suyo, los sandwiches de lechuga y jamón (que son de su padre), una parada de ómnibus de Luis Alberto de Herrera, la calle Francisco Simón, la película Monsters Inc., Moviecenter casi por completo, una sala de operaciones en el Hospital de Clínicas, los sugus, las canciones de Metallica y Ozzy Osbourne, y algunas rutinas más, que seguro existen pero mi mente las bloqueó relativamente, por motivos que algún día se me harán más claros.

Y después están otras cosas, que quizás por recientes, por cálidas, se las adjudiqué a alguien. El rinconcito de Kibón con bancos que miran al agua. Los autos azules que paran ahí. El gtalk todo. El shawarma, y también ese otro punto de la costanera donde almorzamos ese día. El semáforo maldito de Av. a la Playa y Av. de las Américas, y todos los pozos que lo circundan. Los antros nocturnos de la intelectualidad tuitera. El Benetton hot o cold, nunca lo sabré. Los diarios universitarios que nunca salen. Soriano y Paraguay y la vieja que nos alcanzaba el control remoto. El bar de los desayunos. Y no mucho más. Pero alcanza. 

Al final, el universo mental se me compone de un collage del que todos se van apropiando un poco. Es colorido, es mágico. Fue feliz. 

domingo, 9 de septiembre de 2012

Broken

No me queda lucidez para poner en orden muchas cosas que quería escribir. Tengo el cuerpo hipotecado. Le debo el alma al cansancio y la cabeza al trabajo.

Me desarmo y nadie recoge los pedazos. Pero está bien, quizás merezcan desperdigarse en el suelo.

Cuando en mi vida vuelva a existir el tiempo voy a buscar un pegamento fuerte con el que unir todo en una yo imperfecta, pero recompuesta.

Y si me olvido de un fragmento bajo un mueble, capaz que sea un fragmento digno de olvidar. Y capaz que alguien se lo clava en un pie desnudo, y sangra. Y entonces aparezco yo a reclamar esa parte de mí en otro.

viernes, 7 de septiembre de 2012

miércoles, 5 de septiembre de 2012

Miércoles 5 de setiembre


Emblemático el día de hoy. Tengo miedo y calma y alegría y entusiasmo y alivio todo metido en el pecho. 

Para empezar, pagué mi multa, con mis monedas. En realidad con dos mil pesos en monedas de $2 y el resto en billetes, pero me parece que fue escarmiento suficiente. Para mí, porque vi irse uno a uno todos esos circulitos dorados, y eso duele. Para la señora de la IMM, porque estuvo media hora contándolos. Media hora reloj. Debo decir que lo soportó estoicamente, y que ni chistó. Contó una a una todas las moneditas, las metió en bolsitas de a 50 pesos, y me deseó buen día. Creo que no es la primera vez que le ocurre este episodio. 

Y después lo otro. Lo otro es ese gran signo de interrogación que atormentaba mi vida a partir del 21 de setiembre. Resulta que hoy me lo disiparon. Resulta que me quedo donde estoy, si quiero. Y quiero. Estoy contenta de estar en este trabajo que ya considero mi casa, y con esta gente que ya considero casi familia. Hay cosas que no sé cómo hacer, pero supongo que las aprenderé. Lo importante es que ahora no tengo que probar nada. Y por eso mismo puede que me salgan mejor las cosas. 

Emblemático el día de hoy, y eso que recién va por la mitad. 


martes, 4 de septiembre de 2012

One day, t(w)oday

Hoy es martes y es hoy. Tan hoy como ayer fue hoy y mañana va a ser su propio hoy cuando le llegue la hora.

Hoy es un hoy repleto. 

 

domingo, 2 de septiembre de 2012

Un ancla

Un ancla. Un ancla urgente, sosegadora, de hierro tierno. Un silencio amarrado a una cadena de gestos. Algo firme. Que esté cuando me despierte y equilibre el día entero, hasta la hora de volver a dejar de pensar. Que reconforte las lágrimas. Que me saque del pozo. O que baje por él conmigo. Estoy horriblemente a la deriva. Horriblemente. Estoy deshaciéndome de a poco a la vez que construyo cosas que no entiendo. Necesito que la falta de palabras no me agobie. Necesito una certeza que me acompañe a todas partes. Necesito respirar con una certeza. Respirarla junto con el aire, palpitarla. Veo y a la vez no veo muchas cosas. Se sigue moviendo la tierra bajo mis pies. No es España, todavía no es Uruguay, y no importa tanto el lugar donde estoy, sino el hecho de que no sé cómo estar en él. No soy el centro de ningún círculo. Floto, vago, deambulo por todas partes, y no estoy en nada. Porque quiero estar, con todas mis fuerzas. Quiero y me desangro tratando de estar. Quiero pertenecer con un anhelo enfermizo. Quiero gustar. Quiero no ser prescindible. Quiero poder callar y que hagan falta mis palabras. Quiero hacer falta. Quiero valer y que me necesiten como yo necesito a todos. Quiero que alguien, alguna vez, se dé cuenta de que yo también preciso cosas. Ayuda, por ejemplo. Calma, por ejemplo. Un abrazo, por ejemplo, sin tener que pedirlo. Un ¿cómo estás?, por ejemplo. Un contá conmigo, por ejemplo. Una risa, por ejemplo. También, por ejemplo, la solemne robustez de un ancla.