lunes, 30 de marzo de 2015

Salir

Salir. Encontrar una amiga con ganas de ser joven y un bar con la música más baja que la charla. Brindar, vaciar los vasos hasta jugar con el hielo y que la fiesta empiece a absorbernos. Reírnos mucho. Dar vueltas. Flotar un poco. Sentirme linda. La impunidad que da el no tomarse nada en serio. Tirar una copa. Bailar torpemente suelta. Salir al viento de la calle. Hablar con caras. Bailar con cuerpos. Chocar con bocas. Las luces de la pista. El hambre de construir una anécdota. La hora que se comió la noche. Girar. La cercanía de todo. La abstracción. Salir a la oscuridad de un farol de vereda. El frío despertándome. La existencia revuelta y viva. El amanecer cliché. El ruido de la puerta de casa y el silencio zumbador que me golpea cuando todo se apaga. 

martes, 17 de marzo de 2015

No lo vio

No lo vio. Lo atravesaron las luces primero y después se incrustó en el paragolpes. Cuando el Citroën se estremeció por el cimbronazo, recién ahí reaccionó y apoyó su alma en el freno. La certidumbre de haber matado algo le silenció el corazón por unos segundos. Se bajó despacio a mirar. La noche muda se comía el camino. Estampado en la nariz del auto había un ciervo en pedazos, con los ojos desencajados, la piel salpicada de entrañas y las piernas torcidas en una pirueta atroz. Un ciervo, la puta madre. Un ciervo en un país donde los ciervos casi no existen. Le dolió como si hubiera sido un ciclista o una vieja. Despegó el cadáver del auto lo mejor que pudo y lo arrastró hasta el costado de la ruta. Acarició el pelo como sin querer y descubrió que el hocico seguía húmedo, con la vida reciente todavía agarrada a esos restos que ya empezaban despacito a pudrirse. El bicho se convirtió en un mojón inerte que marcaba el kilómetro 143,200. El hombre le acomodó las patas y le puso la cabeza en una especie de posición de descanso. Se limpió las manos en el pasto, volvió al volante y arrancó el motor con la impotencia de un condenado. Maté a Bambi, pensó. Aceleró hasta que su motor dejó de escucharse donde los caranchos ya sobrevolaban el cadáver de ciervo.

lunes, 16 de marzo de 2015

Rendez-vous

Rancio era el cuarto y también la cara de ella, agrisada por los cigarrillos que le pudrían la boca. También era rancio el hombre que les señaló la habitación, con los pies encadenados al suelo por un arrastre cansino. La puerta se abrió para mostrarles que sin duda el sexo iba a ser rancio y la conversación, estéril. Siguieron los pasos esperados y la cama se lamentó de tenerlos encima. El ventilador gemía más que ella. No tuvo sentido prolongar el trámite ni fingir siquiera la buena educación de un interés mal demostrado. El espejo resquebrajado lo encontró viejo, asumiendo las canas y compensando la panza con un buen auto. Ella no quiso mirarse; se encerró en el baño y se lavó la memoria de esa tarde con un jabón minúsculo. La toalla tenía olor a humedad y colgaba de un clavo. En el cuarto de al lado alguien la pasaba mejor o simplemente gritaba más fuerte. No se miraron. Él pagó y salieron de ese telo rancio para no llamarse nunca más, a no ser que la ranciedad de la vida los llevara de nuevo a necesitarse, a olvidar que olvidaron lo rancio que fue todo y a desear algo menos rancio que el rancio vacío de sus existencias huecas.