jueves, 28 de febrero de 2013

Tengo cara de feliz

Tengo las células de la superficie de la piel de los dedos de las manos del cuerpo del roce de la noche de la explosión de la risa de la cara del entumecimiento de la mandíbula del rostro de la alegría de los sueños de la cena del futuro de las ganas de la idea de la lengua de la hora de la charla del sabor de la magia del cuerpo de las manos de los dedos de la piel de la superficie de las células todas desbaratadas. Y locas. Y llenas. Y vivas. 

miércoles, 27 de febrero de 2013

En suma

El futuro puede predecirse. Puede leerse la muerte en cualquier borra de café. Puede adivinarse en la bola de cristal más turbia. El final de la vida sale seguro en el tarot, se sobreentiende en los buzios, se asume en los hechizos más sórdidos, se da por hecho en el horóscopo chino, se evidencia en cualquier carta astral. Ese momento mortal se asegura y se hace necesario en cada una de las religiones.   

Todo lo demás, lo que hay hasta entonces, son decisiones y gestos. Casualidades, sí, pero pocas. Pasos dados. Pasos no dados. Algo de suerte. Pero sobre todo, resultados de la voluntad y del carácter. Vida, en suma. 

martes, 26 de febrero de 2013

Gato encerrado


Está aburrido, inquieto, solo. Cada vez que me ve, maúlla. No sé qué reclama. Ojalá entendiera y pudiera hacerlo más feliz. Y más silencioso.

lunes, 25 de febrero de 2013

Los ojos

Los ojos más lindos del mundo encerrados en pestañas largas, castañas.
Los veo mirarme y pienso que esa es la certeza más grande.
Los guardo en mi retina como si en ellos se escondiera la esencia de todo.
Porque capaz que sí.

domingo, 24 de febrero de 2013

Fin de semana

Hay una bandada de golondrinas revoloteándome adentro. Y vos les das de comer. 

Las invitás, tímidamente, a posarse sobre tus hombros cada tanto, para domesticarlas. Les acariciás las plumas con tanto cuidado que parece que ellas te acarician a ti. Les hablás, en susurros largos, y ellas se calman de a poco. 

Hay una bandada de golondrinas anidándome adentro. Quedándose a vivir. 


miércoles, 20 de febrero de 2013

martes, 19 de febrero de 2013

Hace frío

Hace frío y no es por las nubes, ni por el viento, ni porque febrero se emputeció de repente y se cree abril. Hace frío porque no abrigan las palabras ni me resguarda un techo imaginario de planes trenzados. Se hielan las entrañas mismas, la convicción. Hace un frío horrendo en la autoestima, y granizó sobre la confianza. Nieva en la comunicación, y son blancos los pastos del silencio comprensivo. La escarcha entró por alguna parte, y hace frío. Hace frío de verdad. Frío de no entender, de quedarme parada a la intemperie mientras los copos me van sepultando a lo largo de las horas. Tiemblo, porque hace frío de morir congelada. 

lunes, 18 de febrero de 2013

A tu salud

El otro día con un amigo hablábamos del alcohol. De si decimos más cosas cuando estamos borrachos que cuando estamos sobrios. Coincidimos en que no. En que decimos las mismas, quizás de formas más desubicadas. Al menos, yo creo que no es que me animo a decir más cosas borracha. Como en general tiendo a hablar de más y a decir lo que se me ocurre, cuando tomo lo que más hago es repetir diez veces lo mismo, acentuar las erres y las eses, y reírme de todo. 

Antes pensaba que lo de que no te acordabas de las cosas después de una borrachera fenomenal era mentira. Que no podías olvidarte, que los que decían eso querían excusarse de algún lapsus estando beodos. Después fui descubriendo que es muy posible. Que hay conversaciones enteras que no recuerdo, episodios, anécdotas, acciones. Hay un limbo por ahí donde mi cerebro guardó unas vivencias ebrias que probablemente nunca emerjan en mi lucidez. No muchas. Por ahora puedo vivir con eso.

Tengo una amiga que no toma nada. Apenas algún daiquiri, y no llega a terminarlo. Y alguna vez, cuando me emborracho, me cuestiona. Que por qué. Qué le veo de atractivo. Primero que no me emborracho día por medio ni mucho menos. Ni siquiera fin de semana de por medio. Pero bueno, en comparación con ella sí soy más alcohólica, lógicamente. Lo que le veo es parecido a lo que me hace el relajante muscular. Es como que importan menos cosas. Flotás ligeramente, con el cuerpo descansado. La risa se aloja en tu charla. Las tensiones se disipan un poco. Hay más camaradería. Es un tumulto de pequeñas gratificaciones instantáneas.

Hoy me dolía la cabeza y me sentía estúpida y sola. Así que me hice un gin con pomelo. No gané nada, pero durante un ratito tuve algo que hacer y justifiqué mi tristeza. Con un gin con pomelo no me emborracho, obviamente. Pero entro en esa mentalidad de bienvenido alcohol, acompañame un ratito. También comí sugus y charlé con amigos. Y escribí este post.

domingo, 17 de febrero de 2013

Eso

Llegamos juntos a casa. A nuestra casa. Chica, pero ordenada y cálida. No sé si tenemos un gato o un perro, o los dos. Vos empezás a preparar las cosas para la cena. Mi inexperiencia te observa picar la verdura y preparar la carne. Pongo la mesa. Nos reímos. Hay música o el informativo. Da igual. Hablamos de cosas. Cenamos y yo lavo los platos. Después, nos acurrucamos en el sofá. Vemos algo en la tele. No sé qué, no me importa. Miro lo que vos mires. Sólo quiero disfrutar de eso que me envuelve toda. Ese olor a hogar. Tu dedo recorriendo mi mano, aunque ya casi no te des cuenta de ese movimiento. La placidez. Poder quedarme dormida ahí, donde siento que pertenezco. Eso. Y no mucho más. 

viernes, 15 de febrero de 2013

Otro día, ¿ta?

¿Cómo escribir algo de largo aliento si apenas me queda aire para un posteo irrelevante, para una excusa? ¿Cómo separarme de mí y escribir, por ejemplo, como si fuera una abuela, un pájaro o un adicto a la cocaína? ¿Cómo olvidar durante un rato que son los dedos de Magdalena los que teclean? ¿Cómo escapar del 2013 a la Edad Media o a un futuro improvisado en pensamientos metálicos? ¿Cómo habitar otros universos con este cansancio tan corpóreo, con esta apatía tan física? 

Hoy no puedo. 

jueves, 14 de febrero de 2013

Ausente

A veces está bien no estar. Borrarse por un tiempo. Permitir que los demás respiren un aire libre de tus exhalaciones. Dejar de frecuentar ritos para enroscarte en una ausencia íntima, espaciada. Continuar como latencia nomás, como una niebla perezosa. 

A veces me cuesta hacer eso y el cansancio de mi propio cansancio se repite y me aturde. Y lo que me da más miedo de todo es contagiar ese hartazgo de mí a otros que me importan. A los que me son clave. A vos, por ejemplo.   


miércoles, 13 de febrero de 2013

Ahí

Mirá la palma de tu mano, y si no me ves ahí, calladita y expectante, es porque andás mal de la vista.

lunes, 11 de febrero de 2013

Animales

1. Veía lloviznar por la ventana de mi cuarto. Olía lloviznar, también. En eso, un zumbido hace ondas en el aire y un minúsculo picaflor se asoma entre las flores del jazmín del cielo que crece afuera de mi cuarto, llevándose sorbos de entre los pétalos. De repente se dio contra el mosquitero una vez, dos. Siguió revoloteando como si nada.

La belleza no siempre es inteligente.  La fragilidad no siempre es débil.


2. Había dos caballos tordillos en el piquetito de los carneros, justo al lado del parque. Fui con mi freno y agarré a uno, el más grandulón, el que se dejó enfrenar primero. Era tan grandote que la cabezada le quedó chica, y tuve que atarlo medio a lo bestia hasta traerlo cerca de la casa y cambiarle el freno. Lo ensillé. Se portó bastante bien, aunque debo confesar que su tamaño me amedrentó un poco. Me subí, y salvo unos bríos contenidos, se quedó quieto. Después salí, anduve unos metros y me di cuenta de que había algo raro en su andar, a pesar de que parecía robusto y saludable, y respondía a todo lo que le pedía. Estaba manco. Volví para atrás. Desensillé. Le lavé la mano que tenía una herida grande expuesta justo atrás del vaso. Lo solté de nuevo y me sentí culpable.

Los más fuertes también se lastiman. Los más nobles lo disimulan mejor.


3. Salí en moto de tardecita, cuando el sol mandaba hacer sombras largas y la humedad afloraba sobre los pastos. Me fui bastante lejos, donde el padrillo cuidaba a sus yeguas y potros. A la vuelta, entre unos matorrales, vi una cosa inmóvil y gris. Una oveja. Estaba replegada sobre sí misma, echada, con la cabeza hacia un lado y tenía el único ojo que yo podía ver cerrado de una forma casi apacible, desgarradora. Paré la moto y me acerqué. El ruido de las moscas era insoportable. Tenía una oreja comida por la bichera, y todo el costado. Le agarré la lana de los lados del lomo, como para levantarla, pero el susto le dio fuerzas y se paró sola, y salió correteando. Pero me dio la sensación de que tenía ganas de morirse, y de que yo había interrumpido su derrotada placidez.

La muerte puede ser algo deseable. El miedo, a veces, es lo que te empuja a existir un rato más.


4. No llenamos del todo la piscina, apenas por la mitad. El calor me obligó a chapotear unas cuantas veces, y en uno de esos baños descubrí, ahogado en el fondo, un pequeño sapo amarillo. Al principio pensé que estaba vivo, pero lo toqué ligeramente y su cuerpo estirado y rígido se bamboleó en el agua. Se ve que se emocionó con todo ese charco gigante y no pudo salir después. Me olvidé de sacarlo con el calderín, pero alguien lo pescó porque hoy ya no estaba más.

La utopía puede ser peligrosa. Saltar es tentador, pero hay que haber estudiado la forma de escapar. Por las dudas.


5. Al lado de la piscina hay una palmera, que parece ser donde muchas palomas hacen sus nidos. Y cada verano se les caen los pichones. Hace un año intenté salvar a un par, de esos que son grandes porque tienen plumas pero chicos porque todavía no vuelan. Porque hay unos gatos que rondan la casa de noche, especialmente cuando asamos algo en la estufa. Los llevé lejos, a unos ombúes medio decrépitos. Los dejé ahí. Se los deben haber comido los lagartos en vez de los gatos. No sé qué es peor. Hoy vi a un pichón caído, correteando por el jardín, y no hice nada.

La naturaleza es sabia, dicen. Quiero creer.

domingo, 10 de febrero de 2013

Shhh

Hoy caminé abajo de la lluvia un rato y fue mucho más fresco que conversar con la mayoría de los seres humanos.

sábado, 9 de febrero de 2013

Nubes


La esponja de nubes cubre todo hoy.
Pero hay sol del otro lado.
Tiene que haber.

viernes, 8 de febrero de 2013

Desborde Nº 452

Catorce cosas grandes y sesenta y tres cosas pequeñas y yo parada bajo una piedra gigante aplastante agobiante eterna. El mundo que sigue girando como si nada y las horas que gotean y chorrean y babean y ensucian todo. El sueño escaso nimio inverosímil muerto. La mandíbula apretada para siempre. El dolor en la espalda y en la vida y en la espera y en la inacción y en la presión que crece. La responsabilidad, bienvenida y aterradora a la misma vez. El silencio que mata y destruye y hiere. Las palabras que hacen lo mismo. Los brazos que no me envuelven lo suficiente. El caos de las jornadas interminables. La noche. No tener tiempo de pensar qué estoy comiendo. Bloques que se me apilan desprolijos en la cabeza como un tetris ya derrotado. Las rodillas que se resienten de no caminar. Puré de cerebro. Ducharme bajo una gélida lluvia de ideas. Pensar sin alma para salir del paso. Pensar con alma y dejármela en un texto. Extenuarme. Aniquilar mis pausas. Llorar en un balcón. En un auto. En una sala vacía. Relajante muscular para ser una gelatina que escribe a cuerda. Una vereda a oscuras me traga me acoge me recorre los pies. Hablar y vomitar frases y mis oídos cansados de mi lengua y mi boca gritando a mis orejas y quedar muda porque ya está todo dicho. Paciencia que se agujerea y retazos de pelo bailando mientras camino y nunca se puede dar un buen abrazo en el asiento de un auto. Problemas que son la solución a la vez que son el problema y un remolino entreverado de catarsis y de necesitarte y de no saber cuándo vamos a descarrilar y de sentirme inmensamente sola aunque apoyo mi frente en un hombro en un hombre en un hogar. Querer ser minúscula. Romperme, de a tajadas irregulares, un día a la vez. Resulta que disfrazo un poco mejor la frustración. Hasta de mí misma. Pero a veces me desbordo y me desbundo y me disocio y me destierro. Y se me caen las ilusiones tan hondo tan bajo tan lejos tan rápido que quedo temblando y fragmentada, mirando un semáforo en amarillo hasta que se me hacen polvo los ojos.

miércoles, 6 de febrero de 2013

La sombra


Media rueda gigante clavada en el horizonte y vos y yo viéndonos los ojos de cerca. Olerte. Que el abrazo se me impregne en la ropa. Escucharte latir sereno y profundo y acariciar tus manos con mi pelo. Las palabras que las risas ahogan, la murga de fondo como banda sonora del verano maduro, y tu mirada que iluminaba a un farol, y no viceversa. En ese espacio físico que ocupábamos había más magia que en Disney. Incluso el silencio estaba bien, porque encierra una paciencia sensata. Todavía no es su hora, y sin embargo ya se instaló, y a pesar de todo crece. Se jura certeza. Vive en pequeños intervalos de ternura explosiva y en una presencia permanente tejida en secreto. Un día se va a acabar la sombra, pero mientras tanto seguimos caminando bajo los árboles. No me importa mientras cada algunos pasos me des la mano.  

martes, 5 de febrero de 2013

Sorpresas

El domingo vino un individuo a casa. Resulta que el guardia le dio la llave de la azotea, quizás porque lo conocía, quizás porque se confundió, y se ve que este hombre estaba arriba viendo el paisaje y le dieron ganas de saltar y aterrizar en nuestro balcón. Al señor se le movió sin querer una maceta muy pesada y reventó el vidrio, y en una de esas decidió entrar a avisarnos del destrozo y pedir disculpas. No nos encontró, aunque nos buscó en todos los cajones y armarios. Por poco no nos cruzamos, lo hubiéramos invitado a tomar un café. Pero el huésped estaba apurado, así que emprendió la marcha al poco rato, cuando vio que no estábamos en ninguno de los dormitorios. Pero se ve que nos profesaba mucho cariño, así que decidió llevarse un recuerdo. En realidad varios. A mí me va a evocar cada vez que use mi laptop y mi cámara de fotos buena, por ejemplo. Nosotros siempre nos vamos a acordar de él. De cómo arruinó la mitad de nuestro fin de semana en familia. De cómo su visita fue una advertencia. De cómo nos hizo sentir pequeños y débiles. De cómo nos preocupó para siempre. Y de cómo, al final, nosotros nos hicimos más fuertes.

domingo, 3 de febrero de 2013

Colonos

 Recordemos lo mejor de un fin de semana que terminó haciéndonos daño.



























viernes, 1 de febrero de 2013

Relato antagónico

Se puso a pensar en el desgarro. Un páramo gris nada más, sin casas. Un vertedero de sangre. Un unicornio pudriéndose y tres buitres arrancándole los ojos. Una montaña de arena roja. Vio el ataúd y pensó todo eso, y además pensó en el árbol que había dado el alma para construir esa caja horrenda. Se le ocurrió que una muerte causa otras o las prepara o las anticipa o las reclama. 

Vio cómo lo metieron en el nicho y las náuseas se le atragantaron con el olor a corona de flores. Las coronas de flores siempre tienen algo de lúgubre y siniestro, de más cosas vivas arrancadas para celebrar una muerte. 

Cubrieron el hueco con un cuadrado de mármol. Vio la tapa tan pesada que sintió que la encerraban a ella ahí también, con el cuerpo y la pérdida toda que la aplastaba. Los buitres le iban a morder las vísceras. Qué le importaba nada, si ya estaba muerta. Como sus ilusiones y los recuerdos y las manos de Juan acariciando la seda blanca y brillante que tapizaba el ataúd . Manos de muerto, ahora. 

Dio seis pasos y se sentó en el escalón de un mausoleo. Una gárgola la miraba fijo. Vomitó claveles y soledad. No se sintió mejor, ni peor. Sentirse peor era imposible. Se derramó toda en un silencio macabro. Se derrumbó por adentro; quedó sin paredes, sin barandas. No lloró porque la pena no la tenía en los ojos. Se imaginó que la habían enterrado y se quedó quieta. No habló. Vio cómo aterrizaba el anochecer sobre las tumbas.

No se inmutó cuando se oyó respirar cada vez más lento. Seguía inmóvil, olvidada. No pensaba ya. Tampoco se movió cuando el primer buitre se posó sobre un ángel de piedra. Ni cuando el segundo le picoteó desafiante una mano. Ignoró cuando el tercero la mordió fuerte. Cuando fueron por sus ojos, ya sangraba. Dejó de ver y de doler. Dejó de todo. 

No supo bien cuándo exhaló por última vez, pero fue bastante pronto. El festín de su cuerpo roto fue pudriéndose en la noche. Al día siguiente, los trabajadores del cementerio descubrieron que tenían que cavar un pozo nuevo para otro cadáver de unicornio. 






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El ejercicio era escribir sobre lo opuesto a lo que siento. El resultado es dudoso. El intento es válido.