miércoles, 30 de abril de 2014

Fiap


Yo siento que perdimos con la idea más valiente así que capaz en el fondo ganamos.

domingo, 27 de abril de 2014

Flórida

Otra vez Miami y su sol y su gente rara semidesnuda y brillosa. Otra vez yo entre las palmeras y los taxis amarillos y el olor a agua con acentos caribeños. Otra vez los subs y Wallgreens y la Apple store repleta y ruidosa. Otra vez el art decó y el neón y los autos caros. Otra vez la gente en rollers y en segways y en unas especies de monopatín que desconocía. Otra vez la gripe y el aire acondicionado. Otra vez la playa. Otra vez todo y nada que ver. 
















jueves, 24 de abril de 2014

Corazón-nada

Hoy alguien me dejó una pregunta nueva planteada en un posteo viejo. Con tono desolado, leo: "¿cómo se hace para sobrevivir al desamor?". Me entristece, me halaga y me sorprende la pregunta. Como si yo fuera una referencia o una especialista en algo relativo al amor, aparte de sentirlo o sufrirlo como cualquier otro irrelevante ser humano. O, quizás, como si yo tuviera algo que ver con ese amor que no es. Espero que no sea el caso. Por ahí es una pregunta privada, teledirigida, secreta, que yo estoy exponiendo al escrutinio de otros lectores curiosos cuando pretendía ser un pedido de explicaciones personales. Pero supongo que estoy habilitada a divulgar algo cuya autoría está amparada en el anonimato. O no, pero ahora ya es tarde. 

El desamor. La puta madre. Qué curioso todo. El otro día alguien preguntó en twitter por qué las parejas terminaban y yo contesté: "Desamor. Incomunicación. Falta de compromiso. Engaño. Pero sobre todo desamor". No estoy tan segura de que sea una coincidencia inocente. Pero tampoco estoy tan segura de mi respuesta. Y mucho menos de cómo sobrevivirla. 

Entiendo desamor como una bisagra imperceptible pero real que articula el pasaje de un sentimiento que crece a uno que se empequeñece, como ese instante en que el amor empieza a deshacerse en el alma de uno y que provoca en el otro todo tipo de angustioso sufrimiento. 

La verdad sea dicha, creo que nunca tuve que sobrevivir al desamor de otro, así, propia y visceralmente. Asumo que la pregunta se refiere a la dolorosa situación de un amoroso frente a un desamorado. No sé qué responder porque, casi siempre, la desamorada fui yo, o fue un desamor simultáneo. Lo malo del rebelde del desamor es que no tiene mucho que ver con la voluntad ni con el control ni con el esfuerzo. Tiene que ver con una casuística indescifrable que hace que de golpe alguien se dé cuenta de que de a poco su forma de querer cambió y el otro ya no es el motor de su mundo. 

El desamor de la vereda de acá es este espacio hueco de ahora que hace rato me ocupa entera. Este desamor, creo yo, se sobrevive con sinceridad y respeto. Tratando de deshacer el amor sin deshacer el recuerdo y de dejarlo convertido en un afecto hondo que, por más afectuoso que sea, ya no es amor, pero es mejor que nada. Se sufre también, eh. Ser el recipiente donde el amor empieza a encogerse es doloroso. Para dejar de querer se necesita un poco de valentía. Lo malo es que a veces uno termina también dejando de quererse. Es difícil amar tu propio vacío.

Para el desamor de la vereda de allá realmente no tengo recetas. Lo que sí aprendí, no después de un desamor sino después de un amor frágil, es que es verdad que el tiempo tiene mucho que ver con la sanación. Y las distracciones y la actitud positiva ante el futuro y la apertura y el sentido del humor sin duda deben ayudar mucho. En realidad creo que la buena actitud y la risa son la solución a casi todos los problemas del mundo. Pero no me hagas caso. No sé. De verdad, no sé. Supongo que un día te duele todo y otro día también y otro día también pero salís a caminar y ves un pajarito cantando y así hasta que después de un tiempo podés hacer de cuenta que estás bien y otro tiempo después ya no necesitás fingir nada. 

Lo único que sé es que el sufrimiento encerrado en tu pregunta me arrugó el centro del pecho. Y que espero que salgas vivo de esto y cuando digo vivo digo herido pero de pie. 

martes, 22 de abril de 2014

lunes, 21 de abril de 2014

Me dijeron

Me dijeron que escriba. Que tome aliento y escriba y cuente cosas. Y yo pensé desde argumentos de novela hasta posteos cortos, pero salió esto. Salió esta catarata atragantada de cosas que quería decir, o que se me guardaron en un rincón de la psiquis, o que viví una tarde de jueves santo cuando me pidieron que lleve una mujer a la ruta a tomarse el ómnibus y en el pueblo dos mujeres me hicieron señas para que también las arrimara, y cómo no, y subieron ellas y dos niñitas que en el camino querían saber qué era ese cultivo con un penacho rojo de semillas en la punta. Sorgo, dijo la madre, y la niña preguntó si era como el maíz, que después se ponía en latitas. 

Me pidieron que escribiera y yo escribí esto, sobre la chica que cocina en la casa grande del campo, que hace una pastafrola exquisita y tiene tres hermanos sordomudos, uno de ellos experto clasificador de lana. Y sobre la tarde que cae, afilando sombras, en un rincón del horizonte, mientras se enfría el aire y se escuchan unos galopes furiosos de caballo asustado o peleador, quién sabe. Más abajo, cerca del arroyo, la creciente se llevó el alambrado y el ganado no se mezcla por algún misterio de la providencia. 

Me dijeron que escriba y me salió contar sobre cómo se le va curando la pata rota al padrillo y cómo la perra Beagle de la casera está mas gorda que los chanchos y jadea todo el día, siempre al borde de un paro cardíaco o un ahogo o un desastre corporal, con sus patitas cortas y torpes empujando toda esa masa de grasa, condenada a comer hasta reventar porque esa es la forma en que sus amos le manifiestan amor. 

Y en la parada del ómnibus, en la ruta, bajaron las niñas y las mujeres y los petates que incluían hasta una barbie desnuda y despeinada, y ayudé a la señora a bajar su equipaje, que era una bolsa de arpillera llena de carne para sus hijos en Paysandú. Ella me contó que en el camino a la escuela, ahí en el pueblo, su hija y su hijo casi se matan cuando se les rompió la horquilla de la moto, así que no entendí cuántos hijos tenía ni dónde vivían ni cómo hacía ella para dividirse entre tanta familia y tanta querencia. Tampoco pregunté. 

Escribí también sobre el relieve de los burros en el aro de luz que era el sol cuando se ponía el sábado, triunfante y a la vez desgarrador. Me senté en el campo y no se acercaron, pero tampoco se alejaron, y me miraron con suspicacia desde ese lugar a contraluz, desde ese contraste mágico que capté a gatas en una foto de celular. Hicieron sus ruidos de burro y se pararon, con sus orejas ridículas y su apariencia bondadosa, a olisquear mi esencia y discernir a qué especie de monstruo pertenecía yo, agazapada en medio del cielo.

Me dijeron que escribiera y quise decir un montón de cosas que ya me olvidé, y otras se me ocurrieron ahora, como que se puede encontrar la paz en las palabras de un amigo y el alivio en la noche, en la introspección y el silencio y los libros, en la presencia hormigueante de mi abuela podando el jardín, en la tranquila figura de mi abuelo cruzando el campo a caballo, en las pelotas de fútbol desperdigadas por el alero y los perros, con sus plumeros ondulantes, echados con la expectativa en el rostro. 

Me dijeron que tengo que escribir y un poco les creí y otro poco sentí que ya era hora de volver a dejar salir las palabras. 

sábado, 12 de abril de 2014

Utopía

Decidí estar en calma unos días y descubrí que no es algo que simplemente se decide.

viernes, 11 de abril de 2014

lunes, 7 de abril de 2014

Miami siempre estuvo cerca


Gané un concurso de publicidad cuyo premio es ir a otro concurso, pero en Miami. El trabajo me está llevando lejos, literalmente, y todo tiene gusto a posibilidad.

domingo, 6 de abril de 2014

Huracán

Qué raro y espléndido esto de sentarse a ver cómo se apartan los obstáculos y el camino es nítido y alegre. Qué extraña esa conexión efímera pero profunda con alguien de todos los días. Qué silencioso el asombro en medio del ruido del triunfo. Qué reconfortante es saberse en el lugar más adecuado, en el momento más grande, en el ojo del alborotado huracán de la vida.

miércoles, 2 de abril de 2014

Agonía

Imposible detenerme a escribir. La vida anda mercenaria y agradecida, ambas cosas a la vez. El vértigo de existir no me deja sola. Estoy acá, gritando constantemente para celebrar mi agonía. Linda, llena, dinámica agonía. Recrudecida y visceral, espléndida y desplegada, me aferro violentamente a lo que fabrico, como si fuera un pedazo de mí que eligió vivir en mi vecindario, pero no en mi casa. Invado todo y descubro que hay todavía mucho por conquistar, pero la lucha me legitima. Me revuelco en el sabor de mi esfuerzo. Tiene gusto a hazaña. Me lamo. Me limpio el cansancio superficial cada noche para revivir un poco menos sucia al día siguiente. Un poco más herida y mucho más yo, desangrándome feliz en cada cosa que hago.