viernes, 29 de noviembre de 2013

Don de gente

Me gustaría ser una de esas personas que tienen el don de saber cómo tratar con otras personas, aunque esas otras personas sean como yo, inseguras y torpes, brutas y taciturnas. Me gustaría poder hablar con desconocidos como si no fuera algo inexplicablemente difícil, como si entender a otros no se pareciera en complejidad a descifrar jeroglíficos egipcios. Me gustaría tener la palabra justa en el momento clave. Me gustaría no necesitar tres meses de compartir ocho horas diarias para sentirme cómoda en un grupo humano. Me gustaría entender los lunfardos de cada uno y saber cómo dar la mano. Me gustaría no sentir vergüenza. Me gustaría todo eso y, si no, me gustaría que la vida fuera por escrito.

jueves, 28 de noviembre de 2013

Carlos Pérez

El ruido es constante y el tumulto, eterno. Por eso está bien rodearse cada tanto de gente que está sentada en una plaza en silencio, escuchando con avidez las palabras de alguien que está un poquito más despegado, un poquito más arriba, que cuenta cómo ve la cosa desde donde la cosa se vislumbra un poco más grande, menos aguda, más sensata, más callada. Humana, en definitiva. Universal. Intemporal y, a la vez, producto de su tiempo. Alguien con un poco más de amplitud para abarcar lo inabarcable. Y con la generosidad suficiente para contarlo y poblarlo de ejemplos. 

Y observar los signos de los tiempos y entender las verdades universales. 

Y ver para creer, pero sentir para asegurarse. 

Y buscar tercamente la perfección.

Y salvar delfines en comunidad.

Y no perder el amor.

martes, 26 de noviembre de 2013

Maniquí

No importa si mis zapatos son verde manzana o a lunares blancos sobre rojo. Tengo sólo un par de pies. Bailo igual de mal, tengo la misma torpeza. Camino en mil direcciones. Me tropiezo. Me lastimo. Me corto siempre las mismas veinte uñas. El jean puede ser oscuro o gris, la pollera puede ser larga, la blusa floja y el saco con flores. El cuerpo es uno, eternamente variable. La tendencia soy yo y el humor de cada día. El accesorio es el marrón de mis ojos, sus ojeras, sus pestañas imperceptibles. Las ganas de reírme. El cansancio. La adultez. Los nudillos gastados. El gritito de euforia. El ritmo. Los dos anillos de plata. Las ideas. El sol. El pelo lánguido.

La moda es lo que hay adentro. 

lunes, 25 de noviembre de 2013

128

Qué ásperas suenan las frases hechas que pretenden ocultar que tienen todo un cosmos atrás. Como si nunca hubiera pasado nada. Como si esa lengua no te hubiera regalado palabras y esos dedos caricias y esos ojos promesas y esas historias vida. Como si no hubiera tejido un idioma propio con el que hablarte.

No existe ese idioma ya. No se trasluce en nada. La vida siguió muda o en otras lenguas. No lo escuches en cualquier lugar, no todos los autos lo hablan, ni todas las sombras que corren, ni todos los ritos del parque. Porque aprendiste otros idiomas y otras liturgias y otros caminos. Entendiste que había palabras más sanas y más suaves y más tenues. No te alcanzaron, tampoco, pero entendiste. Asomaste el estómago a ese pozo de magia y no supiste saltar. O no era un pozo tan hondo para tus ansias de abismo. Andá a saber. Estúpida. 

Al final, qué importa. Porque no sabés ni qué abrazos extrañás. Ni qué ausencias te duelen. O te duelen todas. No entendés de qué estás hecha. Quién te forjó más. Por qué se fueron. O los hiciste ir. Por qué no quiso quedarse. Por qué no le hiciste lugar. Por qué te alejaste vos. Por qué estás así, como desnorteada. Dónde hay que bajarse. Quién maneja el bus. Por qué no te tocó un boleto capicúa. Por qué elegiste dejar un asiento vacío al lado tuyo. Te dedicás a mirar por la ventana porque se te revuelve la panza. 

Y capaz tenés que marearte y dejar las tripas en algo, de una vez, aunque sólo sea el suelo sucio de un transporte capitalino. Vomitar sola mientras avanzás hacia alguna parte, sin que nadie te sostenga el pelo, sin que nadie te apuntale el alma, sin que nadie te acune el pecho. Y, después de eso, arreglarte la cara y la ropa y la vergüenza antes de tocar el botón, para bajar sin expectativas en alguna esquina del verano. 

domingo, 24 de noviembre de 2013

Pólvora

Estoy juntando palabras adentro, como quien carga un cañón.
Tengo miedo de la destrucción cuando dispare.

sábado, 23 de noviembre de 2013

jueves, 21 de noviembre de 2013

Buda son los padres

No entendí bien eso del budismo y cómo encajaba lo de la vida interior y escuchar al cuerpo con la vida exterior y escuchar a los otros, sus trenzas, sus flores, sus ataques de pánico, cultivarse los vegetales y vivir de la caridad, del orden y la limpieza, pero qué fácil es que todo esté ordenado cuando uno no posee nada, cuando uno es túnica marrón y zapatos feos, cuando uno es calva y lentes y cuerpo y nada más, cuando uno deja todo y se va a vivir en un monasterio chino, porque aparentemente ahí está la felicidad, pero si la felicidad está dentro de uno, qué sentido tiene buscarla en China, y si las tripas son lo que define a la persona, donde se guarda la certeza de lo que cada uno busca, de lo que se quiere de la vida, de lo que se intenta para llegar a ese lugar, a ese lugar que, según la monja, es uno mismo, entonces por qué tantos viajes y tanta vuelta y tanto mundo y monasterio, tanto libro, tanta charla, si lo que a uno lo hace feliz es uno mismo, son sus entrañas, abrazar a sus entrañas y oírlas, iluminarse a través de un recorrido interior, una serie pormenorizada de respiraciones, una forma de sentarse, un ritmo, una campanita, por qué me suena egoísta y raro, centralizado en uno, abandónico, renunciante, casi una huida a un lugar desde donde es más sencillo lidiar con el universo, porque uno sólo trata consigo mismo en sus paseos hacia adentro, y si la mente se escapa hay que volver a atraparla, hacerla pensar en ese aire que entra y que sale, que llena el abdomen de un oxígeno viciado por la respiración de otras cincuenta mujeres, que se convierte en sopor incómodo, en calor, en entumecimiento, y no resulta en nada más que en la sensación de incomprensión de quien sospecha de esas filosofías orientales raras, y también de las occidentales raras, y del mundo todo y de la muerte, del karma, de que todo se explique por algo que pasó en otra vida, en un mundo paralelo que ni siquiera es justo y probablemente tampoco sea real, de que el sufrimiento sea un engaño mental propio, de que el cuerpo tenga tanto poder, de que el sistema esté tan errado y sin embargo sea fundamental para la existencia de todo, hasta de sus más rebeldes satélites, porque el mundo es así y la gente es así, y será muy cool despojado abierto irse a Asia a convertirse en discípulo de Buda, pero yo prefiero meditar así, soltando la mente en una página para ver cómo corre. 

miércoles, 20 de noviembre de 2013

domingo, 17 de noviembre de 2013

miércoles, 13 de noviembre de 2013

Siniestro

Supongo que cada tren tiene un secreto derecho a desbarrancarse y llenar las vías de los pedazos que le duelen.

domingo, 10 de noviembre de 2013

Bambalinas

A veces tengo miedo de que demasiadas cosas dependan de lo que escribo acá. Por eso son tiempos de calma y telón cerrado. Algo parecido a un entreacto en el que los protagonistas se retocan el maquillaje y se cambian el vestuario, antes de salir, pletóricos de nuevo, a seducir audiencias y ganarse esa ovación que hace que la función tenga sentido. El show debe continuar, sí, pero dame unos minutos para mirarme al espejo. 

sábado, 9 de noviembre de 2013

Tacuabé

A veces hay que concentrarse en esos pequeños detalles como el hecho de que hoy salté un obstáculo a caballo. Después de una buena dosis de frustración, el galope fue revitalizante. Y salté, no sé muy bien cómo, pero le dije que saltara y saltó, saltamos, y no importó nada tanto como esa fracción de segundo en la que Tacuabé y yo volamos sobre las barras. Saltamos juntos, aunque no habíamos conseguido entendernos muy bien el resto de la clase. Ahí, al final, él agarró mi ansiedad y la hizo despegarse del suelo. Y yo agarré su generosidad y la convertí en un posteo sobre saltar un obstáculo. Pero además la guardé donde van las microvictorias personales gloriosas y mágicas. Donde puedo volver cada tanto a revivir lo que es aferrarse a algo valiente que te lleva a toda marcha sobre los palos en cruz de la vida. 

jueves, 7 de noviembre de 2013

miércoles, 6 de noviembre de 2013

Afuera

Hoy había muchísima gente sentada en la loma verde mirando cómo el horizonte de azoteas se tragaba al sol en frente a mi casa. Después vi al viento levantar una cantidad de hojas, riéndose del calor esquivo y torpe de esta primavera. El gato lloraba por salir al balcón y los autos zumbaban incesantes. Los adoquines recibían mis pasos nerviosos. Las plantas se movían alocadas. El cielo se burlaba de mi pelo lleno de remolinos. En el parque pintaban las lanchitas. El perro de la casa abandonada quería un mimo. La tarde también. La rueda gigante estaba quieta y el barco pirata dormía bajo una lona oscura. Las personas trotaban despreocupadas. Los semáforos colaboraron. Una ráfaga histérica se colaba por abajo de la puerta del baño y nadie se quiso terminar el chocolate. 

Todo eso afuera.  

martes, 5 de noviembre de 2013

Sigo sin saber


Ojalá uno mismo pudiera configurarse en un canal humano y encenderse así para siempre. Ojalá los recuerdos no se empañaran de humedad triste. Ojalá las canciones no lo dijeran todo. Ojalá fuera nítido y sencillo. Ojalá pudiéramos no doler.

lunes, 4 de noviembre de 2013

Shithead

Hoy me hizo caca un pájaro en la cabeza. Así que lo que olía mal en el auto, lo que olía mal en el ascensor, lo que olía mal en mi cuarto, era yo misma. Porque la vida es un comediante frustrado y porque, sinceramente, me lo merecía. 

viernes, 1 de noviembre de 2013

Desgano

No quiero escribir. No tengo ganas. O capaz que no tengo ganas de que me lean todos. De que me escudriñen el alma y el humor, de que me adivinen indecisa y torpe, de que intuyan los miedos. No tengo ganas de estar enferma otra vez. No tengo ganas de ver ese auto celeste parado en la esquina de mi casa. No tengo ganas de pisar el barro del cantero central de Ricaldoni. No tengo ganas de pizza con poca salsa ni de empanadas llenas de aire. No tengo ganas de más oroflogol y omeprazol y supradyn forte. No tengo ganas de perderme la vida de afuera. No tengo ganas de estar insensible y bruta, agria, frustrada. No tengo ganas de estropearme las uñas recién pintadas. No tengo ganas de salir ni de quedarme en casa. No me gustan las películas que veo. No me entusiasma el libro. No me veo reflejada en el zoológico de las redes sociales. No entiendo de qué se ríe la gente ni por qué el taxista porteño estaba tan enojado con todo, o por qué el taxista brasilero en Buenos Aires nos llevaba enloquecidos con esa música de mierda. No entiendo por qué ya ni siento el deber de llenar estos posteos. No sé si me quiero esconder o enfrentar al mundo. No sé si soy mala o pésima en lo que hago. No tengo criterio. No tengo noción. No sé si caigo bien o como el culo. No sé cómo volver a enamorarme. No sé dónde dejé algunos recuerdos. No tengo ganas de que me digan lo que tengo que hacer, pero a veces es más cómodo que sólo me den instrucciones. No sé si alguna vez se me va a ocurrir una buena idea. No tengo ganas de seguir engordando ni tengo ganas de parar de comer. No tengo ganas de escribir esto ni tengo fuerzas y sólo lo hago para que no se muera del todo esta bitácora inútil de emociones que alguna vez concebí con ganas. Para que todos lean exactamente lo que tengan ganas de leer. Lo que yo no tuve ganas de decirles.