domingo, 21 de diciembre de 2014

Polvareda

Un día pasaste tu mano por mi espalda. La sentí atravesar mi piel, despacito, desde abajo hacia arriba, hasta terminar en la zona ahuecada de mi cuello, donde empieza el pelo. La dejaste ahí durante unos segundos, como celebrando el final de un recorrido. Después el polvo empezó a caer. Primero fue imperceptible, una cosquilla del aire. Ya habías sacado tu mano pero yo todavía sentía la presión sobre la epidermis y la huella del surco invisible que dejaste paralelo a mi columna. Las motas de polvo aterrizaron posándose como helicópteros en mi superficie sin que yo me diera cuenta de que ahora una cortina de grises amenazaba lo que quedaba del tacto. Una sábana invisible me empezó a cubrir a medida que el tiempo pasaba y la sensación de tu caricia se volvía lejana. Después me quedó la espalda oscura y la piel dejó de verse, enterrada bajo ese nuevo epitelio formado por partículas de abandono y mugre. El camino que dejó tu mano desapareció del todo y mi espalda se confundió poco a poco con la tierra, hasta que un viento me levantó en nube y me convertí en un suspiro de nostalgia de nadie.

lunes, 15 de diciembre de 2014

domingo, 14 de diciembre de 2014

I wish

Que te encuentres con alguien mejor que yo. O que el encuentro sea mejor que el nuestro.

lunes, 8 de diciembre de 2014

Pétrea

De repente te das cuenta de que no quedaste tan rota y que no caíste tan hondo y que no fuiste tan estúpida y te felicitás porque quizás aprendiste o quizás seas más dura y más inaccesible cada día que pasa. Y no te dejás sacudir del todo y te aferrás al suelo con un pie y dejás que el viento pase porque no es ahí, no es esa la tormenta que esperabas, aunque por momentos den ganas de soltarse y salir volando al carajo, de donde sabés que vas a volver raspada y raída y reventada y rota, cada vez más, hasta ser tan dura que no te rompas pero tan roca que no te vueles y quedes ahí, atravesada en el camino de otros, para que se tropiecen y se hundan y se raspen y se endurezcan y se conviertan como vos en estropicios petrificados.

lunes, 3 de noviembre de 2014

Un viaje

Hay gente estúpida que tiende a creer que una determinada cantidad de kilómetros puede servir como bisagra de vida. Que un avión no te lleva solo a otro país, a un continente distinto, sino que te traslada a una dimensión nueva donde vos dejás de ser todo lo que eras para convertirte en un objeto fascinado sin pensamientos propios, todo admiración y contemplación, todo absorción de entornos, esponja de paisajes, alcancía de gente, bolsa de suvenires. Esas personas son tan ingenuas que se creen que uno se va y se lleva una mochila vacía. Que en Budapest o en Nepal o en Antofagasta las preocupaciones son otras, distintas a las de acá. Que el mundo se olvida de tu historia para siempre, y no. Porque vos no te olvidás. Porque tu historia va en tus ojos y en tu acento y es lo que le devolvés al guía marroquí y a la señora mexicana que te prepara el taco. Tu historia no es sólo tu viaje sino también tu raíz. Es ese pozo que fuiste haciendo con el peso de tu existencia en algún lugar determinado, delimitado, quieto. Es el nudo de gente que te ata a recuerdos. Un árbol cierto. Un patio de escuela. Un color definido del agua. Un hombro conocido. El olor de una casa. Son las cosas que explican tu permanencia. Y esas cosas no tan efímeras son las que te hacen volver. Y te hacen darte cuenta de que fuiste estúpida y de que el avión se llevó tu historia a pasear pero sigue siendo tu historia. Porque está bueno irse para querer volver, porque por algo ese hueco tiene tu forma. Y traés nuevas formas para guardar ahí, con la versión de vos que llevaste a todas partes pero que siempre tuvo un lugar donde acomodarse en este rincón del mundo. Que es acá, al lado de alguien, mirando hacia afuera y viendo llover.

sábado, 1 de noviembre de 2014

Pocas palabras

Pocas palabras.
Un pozo.
Mil explosiones diarias.
Cansancio gastado.
Amor.
Resacas.
Interferencias.
Pensamientos de loca.
Olor a rancio.
Grisura
y sábados vacíos.

sábado, 11 de octubre de 2014

/jaulón/

Estaba atrapada en ese rincón hacía tiempo ya. No se acordaba muy bien cómo llegó ni por qué, un día se metió porque algo le gustó, quizás la calidez de esas paredes angostas, o la claraboya del techo donde rebotaba la lluvia, o lo cómodo del catre. Al tiempo descubrió que ya no podía salir. Habían puesto rejas. Pero entonces todavía no le inquietaba ese lugar. Al contrario, estaba contenta ahí. Tenía una ventana y había comida y libros y a veces de tarde sonaba música. La noche era un poco silenciosa pero la ducha salía con fuerza y había aire acondicionado. Un día se preguntó si afuera estaría pasando algo importante, pero no hizo más que mirar por la ventana durante un rato más largo. Otro día se paró sobre una silla para ver si la claraboya se abría, sin éxito. Después de un tiempo probó a ver qué tan firmes eran los barrotes. Sintió una leve flexibilidad, pero no lo suficiente como para poder pasar su cabeza entre ellos. Otro día se apoyó con todo su peso sobre la ventana. Tampoco ocurrió nada. Una tardecita, después de sentir que ya había leído todos los libros y sonaba una canción repetida, le dio una patada al vidrio. Vibró bastante y entendió que era por ahí. Agarró la silla y la arrojó con fuerza. Cuando el cristal estalló hacia afuera, por unos segundos sintió culpa. De golpe su rincón estaba sucio de vidrios y entraba un viento helado. Pero se asomó y saltó, sin pensarlo. Aterrizó en la calle tres metros más abajo y corrió, sin saber hacia dónde durante un buen rato. Al final se encontró en una avenida despejada llena de faroles. Se sentó en un banco y dejó que el frío le lamiera la cara hasta que volvió a salir el sol. Sabía que ahora era libre pero le iba a llevar mucho tiempo dejar de extrañar las rejas.  

viernes, 10 de octubre de 2014

Lisandro Aristimuño

El teatro estaba lleno y ruidoso y me acomodé en uno de esos lugares que sobran porque todos están de a dos. Me sumergí en la butaca y esperé, en silencio, a que empezara el show. Arrancó como abriendo una puerta de magia. No sé qué tienen los instrumentos de cuerdas pero parece que los arcos de los violines tocan sobre fibras mías y la guitarra desata el nudo que se me forma en la panza. La luz bajó y la voz subió y no quería que terminara ninguna canción, porque cada vez que llegaban al final era como si se acabara algo eterno. No era música encapsulada en un disco sino aire vibrante hecho de carne de dedos de hombre. Era ruido perfecto, vendaval, encontronazo, himno, agua de río. También sabía ser suave. Me hizo llorar y empequeñecerme. Me hizo querer escribir y sólo por eso valió las lagrimas. Me acunó en compases hechos de nada más que gritos repetidos. Murmullos. Golpes. Acordes de vida. En algún punto sentí que no había nadie parecido a mí en esas cuatrocientas personas. Que las canciones me hablaban y que con cada aplauso volvía a terminarse un para siempre. De golpe estaba sola pero todo a mi alrededor estaba lleno de música. Y, cuando se acabó el repertorio, aplaudí de pie junto a los demás para no escuchar cómo se cerraba la puerta mágica otra vez, dejándome con eso que durante un rato había olvidado entre los arpegios: los nudos amarrados con fuerza y las fibras rotas.

miércoles, 8 de octubre de 2014

Un texto de mierda

Estoy sintiendo la fatiga de mis piernas. Cómo laten, cómo hormiguean los músculos, cómo la ducha me dejó suave la piel. Estoy sintiendo eso por no sentir otras cosas que apago bajo un agotamiento permanente. Sé que los dedos de los pies están ahí, sosteniendo la tela de la sábana. Percibo mi espina dorsal apoyada sobre el almohadón, con el gesto de mala postura que ya se me instaló eterno entre los hombros. Torcida, escribo esto. Cansada, pienso en cómo seguirlo. No sé ni si lo quiero terminar. Capaz no hay más cosas que decir aparte de explicar cómo mi respiración levanta apenas la laptop, en un vaivén de susurros que apuñalan las teclas y que acompaña imperceptible el motorcito Toshiba mientras aparecen símbolos en la pantalla. O por ahí está todo agazapado atrás de un posteo que no existe. Pero resulta que al final escribí un texto de mierda, mal inspirado en un silencio terco que se niega a transformarse en algo más comprometido.

domingo, 28 de septiembre de 2014

Ascasubi

Ascasubi es el nombre de una calle que corre por La Teja y Tres Ombúes. También es el nombre de un poeta argentino pero eso ahí no importa, ni siquiera está su nombre de pila en el cartel verde que marca la intersección con Carlos María Ramírez. En ese lugar sólo es una calle sin veredas, en la que cae el sol como un caleidoscopio y que termina, allá abajo, en el portón de un colegio dirigido por unas señoras del harén de Dios, es decir, unas pobres monjas.

La calle empieza bordeada por casas sólidas pero, a medida que baja, algunas viviendas no pueden ocultar su creciente descuido, su destartalo, sus retazos. Hay cuadras que parecen un estadio urbano. Niños sin camiseta persiguen una pelota gris, a la sombra de cables de luz pesados de championes colgando. Cuando crecen ya no juegan. Miran desde sus motos estacionadas en grupos, desde puertas de galpón, desde ojos vacíos. 

A dos cuadras del colegio hay una casa donde viven un padre, una madre y tres hijas, además de innumerables animales. Me muestran dos gatos recién nacidos. El negrito tiene conjuntivitis. Lloran. Un cachorrito peludo y redondo de patas cortas corretea por abajo de las sillas. Le pusieron Albóndiga y no se me ocurre nada más perfecto. Se les inundó la casa. La cocina está desmantelada. El living igual es acogedor. Hay una alegría ruidosa por el bautismo de una vecinita. 

Le regalo un pony de peluche a la más chica. Me cuentan que les tienen miedo a los caballos. Los de ahí son malos porque en el barrio los maltratan. Hay un descampado en frente a la casa que funciona como cancha de fútbol. Ahí pastan algunos de los caballos que trabajan tirando de los carros de los hurgadores. Para llegar a la cancha hay que cruzar una zanjita llena de basura. 

Albóndiga se me acerca contento. Está manchado de rojo porque una de las chicas pintó el portón y el perrito anduvo pasando entre las rejas. A ella le están planeando la fiesta de 15. Va a ser en abril. Todavía no saben bien cómo la van a pagar. Me dice que quiere que sólo vayan jóvenes. Pero tiene cara seria; entiende la dimensión del gasto y creo que le preocupa. 

Cuando me voy, doy vuelta en u y remonto la calle lento. Todos me miran pasar. Señores en sillas de playa instalados entre el pasto salvaje de lo que vienen a ser las veredas. Mujeres gordas en bicicleta. Jóvenes sentados en el cordón. Madres con niños de la mano y bebés a upa caminando a un costado del pavimento. Chicas de calzas en grupitos. Viejos olvidados. Gente en la puerta del almacén que parece que también es una boca. La panadería cerrada. Los muros de material. Las ventanas ciegas.

Recorro despacio la vida de una calle que sufre, que ríe, que hace versos con su asfalto de barrio y su decadencia por momentos hermosa, aunque casi nadie sepa que tiene nombre de poeta.

miércoles, 24 de septiembre de 2014

Slow motion

Un pie en el aire, lento, atravesando el aire, partiendo el aire en dos, removiéndolo. Avanza con esfuerzo, surca el espacio, choca contra el suelo en cámara lenta y se posa, reverberando entero, sobre una baldosa blanca. En ese momento el otro pie toma impulso y se eleva con cuidado desde dos baldosas más atrás, donde todavía resuena el aplastamiento de los dedos y de la planta y del talón en ese mundo ínfimo y cuadrado. Ya está negociando el trayecto aéreo ese pie; se estiran apenas los músculos y se preparan para el golpe casi mudo contra una nueva baldosa. Aterriza y la pierna se apoya toda, se contrae, se fija al suelo. A su lado se instala el otro pie y, con él, la pierna a la que está encadenado. El cuerpo se frena una eternidad de segundos antes de empezar a caer. Lo vemos inclinarse como si lo bajara una grúa invisible. La mancha en la camisa va ganando pecho. Las manos, con ralentizados movimientos de pianista, inician el gesto de tocarse la herida. En algún instante una bala perforó la habitación y se le incrustó, con una precisión muy paciente, en la piel de la espalda. Después ahuecó el músculo, el hueso y de nuevo la piel, que abandonó a un ritmo cansino antes de continuar su vuelo libre hasta la pared. Ahora ya es suavemente acunada por un ladrillo rojo, mientras el cuerpo ni siquiera percibe que su equilibrio empieza a derrumbarse. Cuando caiga, después de dejar tras de sí un remolino de oxígeno y un estrépito de vibraciones imperceptibles en toda la casa, la sangre va a invadir con sigilo cada ranura entre las baldosas, como si fuera la raíz de un árbol que crece desde siempre.

martes, 23 de septiembre de 2014

Ruido

Pero ahora no estoy ahí. No estoy atrás del vidrio ni del otro lado de la puerta. Estoy acá entreverada en un nudo de sábanas desiertas, con un gato gris durmiendo en la mitad de la cama y en la otra mitad, mi cuerpo. Mi cuerpo habitado por mí y por lo que me pasa. Por lo que me pasa cuando no me pasa nada porque lo que me está pasando realmente está acá, de este lado de la cama, abajo de un acolchado que seguramente nunca va a tapar ese miedo gigante de haberme equivocado de nuevo. Me ocupa toda un murmullo que trato de no oír y algo se desintegra lentamente cada vez que respiro. No estoy ahí y eso es un poco lo que duele. No estoy ahí y estoy acá, enredada en este silencio irónico y en estas palabras que no dicen lo que quiero decir porque en el fondo supongo que lo están gritando. Y es todo obvio y estúpido y tan estéril que ni el gato se despierta ni la cama se llena ni mi cuerpo se hace eco de toda esta presencia que me falta. 

Eco

Me estoy viendo a mí misma, desde afuera, desde un costado, desde la ventana o incluso desde el otro lado de la puerta. Me miro ahí y siento que ni siquiera me estoy viendo y que no soy yo, aunque me parezco a mí, aunque es mi boca la que está ahí diciendo que sí y que yo también y apoyándome en ese cuello tibio. No sé si estoy mirando mientras pasan cosas que no pasan por mí, que no me están pasando. Creo que justamente estoy viendo lo que no me pasa, lo que me hace ajena, subterránea, inalcanzable. Desde atrás de este vidrio me estoy viendo no sentir, me observo estando lejos, en medio de esa cercanía irrevocable del contacto. No soy yo aunque es mío ese beso y siento cómo mi pelo es el que cae sobre esa espalda que es también mía, de esa versión de mí que está ahí, presente en ese momento en el que nada importa porque en realidad no estoy, estoy afuera, estoy parada a mi lado, viendo cómo alguien me abraza y yo soy apenas un eco de algo que miro ser.

lunes, 15 de septiembre de 2014

Nudo

No sé si no escribo porque no quiero o porque estoy cansada o porque no puedo hablar de lo que me gustaría. No sé si me gustaría no querer y no puedo estar cansada de escribir porque si no hablaría. No quiero gustar de hablarte ni cansarme de estar y no sé por qué no puedo escribir. No estoy porque escribí que no podía quererte y no me gustó hablar cansada y no saber. Escribo que estoy pero me cansé y no sé si quiero hablar más.  

miércoles, 10 de septiembre de 2014

El tiempo

Recién pasó por acá el tiempo. Iba en una camioneta gris, de esas con vidrios ahumados. Frenó en el semáforo cuando ya estaba por ponerse verde, abrió una rendija su ventana y tiró el cadáver de un cigarro para afuera. Después aceleró y siguió de largo, dejando atrás nada más que el aullido de su motor y una agonía que se apagaba sobre el asfalto.

martes, 2 de septiembre de 2014

Capaz

Capaz algún día el mundo se cansa de que te lo recorras y te basta con que alguien enrosque un brazo a tu alrededor y una mano se te hunda en el pelo. Supongo que no, que no va a pasar, y también supongo que si pasa no va a ser mi mano ni va a ser mi brazo ni voy a ser yo la que le baste a nadie. De todos modos creo que el mundo nunca se va a cansar de tu recorrido y seguramente yo me canse de querer ser la mano antes de que algo te baste. 

lunes, 1 de septiembre de 2014

Lunes

Me miro las manos. Están raras. Me pesa la taza, de golpe. La dejo en la mesa, junto al teclado, que se me antoja enorme y lleno de grietas. Me voy hundiendo en la silla lentamente. La pantalla se vuelve cine, la mesa es una montaña. No alcanzo a ver más allá de los márgenes de mi escritorio. Mi libreta es un desierto enorme con manchones de tinta. El pliegue de la punta de la hoja es un triángulo de vértigo. El aire me sobra. Ya sólo veo la alfombra y mis pies, achicados. Mis piernas cuelgan sobre el abismo de la silla. Ocupo cada vez menos superficie. Oigo menos ruidos. Me sumerjo en el asiento. Quedamos solo las fibras grises de la butaca y yo, cada vez más pequeña. Me aferro a un hilo que se vuelve tronco y cierro los ojos hasta que desaparezco. 

viernes, 22 de agosto de 2014

Probabilidades

Acuario tiene que estar en la casa de Júpiter y la luna en fase menguante. Tiene que haber llovido una vez para que el pasto del parque esté ligeramente humedecido. Alguien tiene que haber abandonado a seis cachorros en un contenedor para que él haya adoptado a los dos meses lo que hoy es un perrote enorme y bueno. En Laos tienen que haber fabricado ese jean que le queda lindo y que lo hace tan alto y que va a ser uno de los primeros factores por los que me voy a fijar en él. Sus padres tienen que haber descubierto que se les rompió el preservativo hace 29 o 32 o 25 años. Tiene que haber aprendido a leer y a respetar algunas historias, a besar y a manejar. Tiene que haber vivido una vida más o menos feliz con episodios duros para tener esos ojos cálidos que entienden todo. Tiene que haber sol como para que yo me haya acostado sobre mi buzo con los hombros destapados a hacer de cuenta que duermo la siesta. Él tiene que haber lanzado el palito en dirección suroeste, con vientos de 5 a 10 kilómetros por hora, para que caiga a mi lado y el perro me olisquee y me lama el brazo y él me pida disculpas riéndose, como si fuera una estupidez disculparse por el beso de un perro. Y de alguna manera tiene que querer entablar conversación conmigo, y yo tendré que saber contestarle con ingenio y humor, y así sucesivamente hasta que el perro se aburra de que él no quiera moverse de ahí y se acostumbre a que yo me una a sus paseos. 

martes, 19 de agosto de 2014

Caerte de tal forma

Al final la mejor protección es saber cómo caer y volver a subirte al caballo después del revolcón. Aunque te duela todo y la yegua siga desafiándote. Porque sabés, es lo único que sabés con certeza, que caerse está, tarde o temprano, entre los próximos acontecimientos. Y es eso. Caerte de tal forma que cuando toques el suelo no duela tanto y que cuando subas de nuevo no tengas miedo. Pero eso solo se aprende rodando muchas veces. 





sábado, 16 de agosto de 2014

Para leerme mejor

Tengo un pincel y pintura negra. Podés escribirme o describirme o lo que prefieras. Mojá el pincel y trazá unas letras. Que mi espalda diga espalda o escalera o axioma, con mayúsculas fuertes, nítidas. En mis brazos pueden ir engranaje, abrazo, cuerda o línea rota. Las palabras que quieras, en mis manos. Me gustaría que en una escribieras lápiz y en la otra cielo, como si cortaras mis palmas con la tinta. Damajuana, esplendor, recuerdo, camposanto, y otras tantas para mi cuello. Tatuajes en mi pecho que digan verdad, ruina, espantapájaros, ciénaga, flor, monumento. Cerca del ombligo anotá una frase célebre o un piropo sagaz. Que las palabras negras bajen por mis piernas como raíces de texto: anécdota, parálisis, recoveco, estepa. En una rodilla ruido, en la otra silencio. El principio de una canción en la pantorrilla izquierda. Muslos impresos con libros enteros. Imperativos de acción en cada pie, para dejar huellas sucias de verbo. Y que mi cara sea un espiral de nombres y me tape la boca una onomatopeya. 


sábado, 9 de agosto de 2014

Vivioteca

Pensó que alguna gente había pasado por su vida con el único objetivo de hacerla conocer una canción o un sabor de helado o un libro. Lo pensó cuando sacó un pie de la vereda y lo apoyó en el primer tramo de la calle, dentro de dos franjas blancas que marcaban el cruce perfecto de esa unión entre esquinas que los autos partían al medio cada treinta y cinco segundos. 

No era de día ni de noche. Un sol horizontal todavía esquivaba los edificios. Pensó que le había encantado esa murga pero que la tristeza había sido mucha como para que él le dejara sólo una canción. Pensó en los bares que descubrió. En los antros del rockstar, los gin tonics coquetos con el abogado, los vasos en la vereda del Andorra, los cafés en mesas de viejos, la pizzería del Centro. 

Pensaba en esas cosas y en el libro de John Irving y en el blog que su ex dejó morir y en las poesías de Oliverio Girondo, mientras ponía una pierna delante de la otra y el abrigo largo ondulaba grisáceo, igual que el pavimento. Pensaba en las series de televisión que le contagiaron y en esa lista de películas que heredó, todavía por ver. Iba abstracta, efímera, despegada. Podría haber estado en cualquier ciudad, en cualquier calle. Podría haber sido otro semáforo. Pero fue justo cuando se acordaba de aquel pop hit que supo tararear a coro que sintió el primer roce con el metal. 

Despacio, ralentizado, la trompa del camión le acarició el brazo izquierdo mientras revivía un tema de Bob Dylan y una entrevista muy recomendada a Bolaño. Sintió que su mano ya no estaba, que sus dedos eran recuerdos, aunque su cabeza todavía trataba de componer la melodía repetitiva de ese éxito de Jason Mraz. Creyó ver cómo su pierna desaparecía en una agonía volátil. Después algo le golpeó el pecho con una suavidad pesada, como un mimo de elefante. Su cerebro reconocía a los personajes de Dexter a pesar de que algo empezaba a derrumbarse adentro suyo. Se acordó del sótano donde jugó al pool y la dejaron ganar y del solo de armónica que la hizo cerrar los ojos. Ya no tenía pies ni manos ni estómago. Pero tenía en la cabeza los acordes de una cumbia y las últimas líneas de "El viejo y el mar". 

Alcanzó a pensar en ese tumulto de música y palabras y geografías urbanas y en toda la orfandad de esa cultura contagiada que empezaba a regar la calle, justo antes de sentir que también se le iba la cabeza y con ella el gusto de un beso en una parada del 116 y la fugacidad de un vaso roto en un pretil. Cuando perdió el sentido, en su mente sonaba una canción de Gustavo Cordera y se tornasolaban los hielos de un tinto de verano en Madrid. 

El semáforo se puso verde recién ahí, cuando ya se había vuelto todo rojo y el silencio golpeaba la intersección. El camión se detuvo aparatoso y resignado. Entonces no quedó más nada. La memoria se apagó sin pompa. La sombra terminó de caer. El archivo se deshizo. 

No hubo epílogo. 

miércoles, 6 de agosto de 2014

Psicodelia

Un enjambre despelotado se desenrosca sin pienso y sin reglas y sin acierto a partir de un título. El centro de mi cama es el centro de todo. Soy el eje de lo que para mí es el universo, un núcleo denso, pesado como todo el metal del mundo junto. No sé si el tiempo es ahora o si fue ayer o el otro día. Si la verdad fue eso que pasó en el sillón incómodo, si fue el ballet o esos tragos en un bar nuevo o las risas que conseguí robarme hoy. Porque al final todo tuvo algo de certeza y algo de misterio. Porque mejor no me ato a nada ni a nadie y mejor me escapo o me escondo. O todo lo contrario, y digo que acá estoy metiendo la pata pero con firmeza, con la testarudez del que se equivoca de idea pero no de actitud. No sé. Un poco de la historia de la humanidad se condensó en cada una de esas verdades. Una boca partida, dos ojos esquivos, una lluvia ronca. El dolor sirvió como evidencia. Los rituales me hicieron bien. Las exigencias me desencantaron. El teléfono sonó bastante y a veces hasta fue porque alguien quería hablar conmigo. Creo que necesito carteles luminosos que me digan es acá, es ahora, sos vos. Pero no llego a leer antes de que se apaguen. Es que la niebla no me dejaba reconocer la señalética. La carretera estaba encharcada. En ese momento el auto era el centro pero después el eje se movió y el centro era otra cosa, la verdad era otra cosa, yo era otra cosa. Era yo pero volcada en el delirio ajeno. Era lindo. Como las caras en el sofá y el olor a pintura y la comunión con pizza casera. O la tarde incendiando los edificios. Cómo no va a haber horizonte, si lo veo ahí, resquebrajado por un mosaico de azoteas. La verdad estaba en un panqueque y en una caja que dejaron en portería. En un buzo negro de lana. En una foto posada. En el libro que decidí no leer para escribir esto, porque acá también estaba la verdad, como estuvo en el enojo y en la rabia y en el llanto, pero también en las palomas que coqueteaban y en la chica con acné que se me sentó al lado en el 405. La verdad estuvo en la ventana abierta. Palmeras, cerros, vientos, cúpulas, calles con nombres extraños. El mar borracho. El tercer gin. El olor a muelle. La seguridad del acolchado. La marca de un vaso en la madera. Gotas rompiendo el parabrisas. Las papas fritas sin alma en la basura. La voz monótona de la injusticia. Una cucaracha trepada a la cortina. Un desvelo. Un eco. Un canto flamenco que estuvo en todos lados. Que también estaba en mí y en la comida china. En el frío reventado de una ida al parque. En el mural de la mujer con tres tetas. En un recuerdo ahogado. La flor quemándose. El abandono. Todo tan cierto como este engranaje de psicodelia inconexa en un miércoles agotado, y como el centro hundido de mi cama, donde se va ahuecando la verdad del colchón bajo el peso de dormir sola. 

lunes, 4 de agosto de 2014

Sicaria

Creo que la mayor empatía del fin de semana la tuve con una cachorra de salchicha que primero me recibió alborotada, pero después notó mi cansancio y mi calma y fue bajando la intensidad hasta que enrolló sus patitas cortas y se arremolinó en mi falda, donde se quedó dormida durante una hora mientras yo le hacía caricias entre las orejas. 

miércoles, 30 de julio de 2014

PT

Se viraliza otro video casero que consta de una escena de sexo oral en donde la culpable, la que se merece lo que le pasa, según las reacciones que veo, es la mujer. Que se joda por chupapija, qué cara de petera, a cuántos se la habrá chupado y más frases de este estilo invaden las redes sociales. Mis redes sociales. Y me doy cuenta de nuevo de que la gente que me rodea no es tan abierta como yo pensaba, que el mundo sigue siendo un desastre y que las nociones que nos vienen instaladas de fábrica no son solamente machistas y patéticas, son más que nada falsas. Ojalá viva para escuchar que las mujeres no nos condenamos entre nosotras y que los derechos son de todos, sin importar qué chupemos. Necesitamos con urgencia darnos cuenta de tantas cosas, revertir tantos procesos arcaicos, desdibujar tantos prejuicios, que no sé ni cómo empezar, aunque capaz estas palabras sean una milésima de fragmento de algo útil, un susurro que se pierde entre todos los "puta" gritados hoy y ayer y siempre. 

domingo, 27 de julio de 2014

Las cosas que sé

Me molestaban algunas incertidumbres así que me senté a pensar en las cosas que sé. Las cosas que son ciertas, irrefutables, sólidas, que me ayudan a moverme en el mundo y a no sentir que floto en una nebulosa sin forma.

Sé cómo suenan los pasos de mis padres. Puedo distinguirlos, evaluar su ánimo, sin importar qué zapatos lleven.

Sé que si pego cortando la bocha, el shoot sale levantado y es falta.

Sé que después del cuarto vaso ya estoy bastante en pedo.

Sé exactamente cuál es la última frase de Don Segundo Sombra.

Sé cómo arrancar un auto que se quedó sin batería. Y cómo cambiar una rueda.

Estoy casi segura de que sé cuándo un texto es bueno. Este no lo es.

Sé dónde hay un árbol llamado Dracaena draco.

Sé que si hay viento patino horrible y que si tengo que frenar de golpe, mejor me tiro al piso.

Sé cómo ensillar, juntar un ganado y vacunarlo.

Sé que los rojos y fucsias van mejor con mi piel.

Sé que en mi parada hay un 95% de chances de que sea la primera en subirme al 128.

Sé cómo llegar a muchos lugares.

Sé que las yeguas tienen 11 meses de gestación y que a veces los potrillos se mueren.

Sé todos los pasos para hacer pop en una olla sin quemar ni uno.

Sé que me pinto mal las uñas.

Sé usar más vocabulario que el promedio y menos que Saramago.

Sé cómo funciona una cámara de fotos.

Sé mi clave del cajero de Itaú pero no la del Santander.

Sé cómo huele el campo.

Sé con seguridad qué amigos están siempre. También sé de quiénes desconfiar.

Sé dónde comprar el mejor helado de dulce de leche de Madrid.

Sé jugar al blackjack.

Sé que puedo dormir en casi cualquier medio de transporte. Posta.

Sé cuándo se cosecha el arroz.

Sé a quiénes quiero en mi equipo.

Sé que hoy estuvo bueno.

viernes, 25 de julio de 2014

La belleza de nada

Hay días en los que aprecio la belleza de nada. Donde veo, en cada rincón, un vacío espléndido, brillante, que me deslumbra. La forma en que rebota la luz sobre ese hueco, la grieta hermosa, el silencio de gala. 

Hay días en los que me detengo con cuidado a admirar la escasez que me rodea. La caída del frío en un pozo de aire, por ejemplo. La grisura de la calle sin pies. Los adoquines muertos. 

Hay días en los que veo las ausencias. Los árboles pelados. La fuente sin agua. Las cosas que no tengo. 

Hay días en los que cierro los ojos.     

martes, 22 de julio de 2014

Es lo que tienen los ponis

Llegó así todo confuso y enérgico y entusiasmado. Se instaló, acurrucándose en ese hueco que había entre tu confianza y tu soledad. No te dejó estar en paz. Y por eso mismo lo querías. 

Descubriste que le habías revelado los secretos de media vida cuando ya era tarde y en el fondo eso no te preocupaba tanto. Capaz que lo que te preocupaba era que no estuviera para escuchar sobre la media vida que falta. Que se aburriera, se desencandilara y, peor todavía, que en algún momento inevitable decidiera devolverte el frasco en el que le prestaste tu alma. 

A veces abrazarlo te hacía creer que el mundo era cálido. Casi que alcanzaba. 

A veces lamía tus lágrimas. 

Te intentó enseñar cosas. No sé si aprendiste. Confiaste más en él que en tu criterio. Caminabas por una cornisa pero no importaba porque caminaba cerca tuyo. De a ratos te sentías importante, hábil, hasta linda o especial. Cosas raras en vos. 

De a ratos también te dolía. 

Pretendías explicarlo como quién define una categoría de mamíferos. Y no. Su encanto era su forma incatalogable de estar presente. Su empuje y su risa y sus ojos a los que era preferible no interpretar. Y quererlo así. Quererlo mucho, pero quererlo así. Creo que eso era lo que más tenías que aprender. 

Había épocas en las que se escapaba y galopaba desordenando todo. Vos sabías que ese desorden un poco le gustaba. Que el barro en las patas lo hacía sentirse vivo y suelto y enorme. Aunque los campos que alborotara fueran los tuyos.

Y algún día ibas a entender que todo estaba bien, siempre y cuando cada tanto volviera a hacerte pensar que el mundo era cálido y vos eras importante. Como él para vos. Porque en ese hueco donde se instaló, antes no había nada. Y ahora esa nada es suya.

domingo, 20 de julio de 2014

Mirá

Mirá cómo voy
hacia vos
hacia atrás.

Mirá cómo venís
hacia mí
hacia nada.

Mirá cómo vamos
a explotar
otra vez.

sábado, 19 de julio de 2014

Una cinta roja por favor

Me puse a vagar por la web así, como quien se pierde por una ciudad nueva siguiendo recomendaciones de amigos, y de un blog pasé a otro y a otro y a otro más, descubriendo a gente que escribe como los dioses, o mejor todavía, como los demonios, y los odio y los amo y quiero conocerlos y chuponearlos y compartir cafés, pero sobre todo quiero ser como ellos, y también tengo pánico de nunca generar algo así, una identificación tan visceral con las palabras que escribo, una verdad revelada en cuatro o cinco frases, un análisis del mundo desde un ángulo tan afilado como genial, que recorta con profundo acierto las aristas de la gente. 

Porque hablan de la vida sin miedo y sus textos son como golpes sobre la mesa, subrayados con la fuerza del lenguaje coloquial bien usado o la arquitectura de un vocabulario experto. Hay tantos ejemplos. Y hablan de sexo como quien sabe coger, aman a gritos en sus posteos y desarman prejuicios con una erudición tajante que me deja muda y sintiendo celos, puros celos de esa gente que no sé quién es pero me encantaría saber cómo hacen para escribir así. Igual sé que eso no se aprende ni se copia ni se nada. Eso es estilo y uno no puede tener todos los estilos, al menos no en algo que no se aleja tanto de uno mismo, como un blog. Pero qué lindo sería tomarlos prestados para sentir que puedo tejer cualquier cosa, que puedo ser otra, que puedo escribir con otro disfraz y un teclado menos ingenuo, más mordaz, menos autocensurado, más ágil, menos algodonoso y más ávido. 

Pero en el fondo creo que soy más así, melodramática, y por eso mi estilo es este. Y aunque me asome a mundos más bohemios o más oscuros o más desenfrenados o más rancios, voy a terminar acá escribiendo sobre cómo extraño a alguien más que sobre cómo apretamos en un baño, sobre cómo quiero crecer más que sobre cómo decido hundirme y sobre cómo les envidio los textos a otros que describen tan bien eso que a mí, capaz por ser este el medio, capaz por ser vos mi lector, me cuesta publicar. 

viernes, 18 de julio de 2014

Feriado

Hay viento. Yo sospechaba que había viento pero igual me largué, porque es feriado y hay un poco de sol y las horas se van como un remolino de agua. Sólo un poco de sol, de a ratos, y viento. Pero la gente se abrigó y salió a decirle buenas tardes al 18 de julio, porque sólo hay uno por año y por más invierno que traiga consigo, conviene salir a verlo transcurrir, ahí por donde transcurre la patria, que es en las veredas semivacías y la playa gélida y en los bancos que todavía no se tragan las sombras rectas de los edificios. Gente camina, gente corre, gente pasea perros, gente pasea cochecitos, gente anda en bici, gente mira a los niños jugar al babyfútbol en las canchas de Punta Carretas, y la pelota se escapa a la calle y un auto le pasa por arriba, explotando en un instante la ilusión infantil de seguir metiendo goles, hasta que aparece otra pelota y la vida sigue. Padres divorciados pasean a sus hijos en este sabático viernes; supongo que alguno de ellos perdió un guantecito negro de lana en medio de la bicisenda pero no se va a dar cuenta nadie hasta que sea demasiado tarde y el guantecito esté pisoteado y mojado y embarrado y perdido para siempre, como pasa con casi todo lo que viene de a dos, como las medias que entran juntas al lavarropas y salen divorciadas, igual que esos padres de hoy que van por ahí sin preocuparse por que sus hijos entorpezcan el camino con sus bicis o pierdan un guantecito negro de lana. Tres jóvenes envueltos en bufandas toman mate en la arena y componen una linda foto que nunca les saqué. Una pareja se acurruca en un banco verde, ella mueve las piernas, no sé si de frío o de nervios porque él le está por dar un beso y capaz que es el primero, o el décimo, no importa, yo me imagino que es el primero y la envidio un poco. Cuando me distraigo, el viento me sacude y los patines me traicionan y estoy a punto de caerme sesenta veces por minuto, pero es parte de la gracia el estar constantemente en peligro, porque el que no arriesga no gana dicen y yo me arriesgo en cada juntura de las baldosas mal puestas, como la torpe antiheroína urbana que soy. En un hueco de sol me siento a recuperar la playa y a mirar el aire, absorta en mi cansancio, hasta que algo me toca suavemente la espalda, con ternura casi, y no llego a darme vuelta que un bulldog francés asoma su cabezota y respira como contento antes de saltar para abajo del murito porque su dueña, con una seriedad frígida, tira de una correa tensa como para alejarlo de mí. Y el perrito horrible se va y lo extraño por unos minutos, como extraño pila de cosas que nunca tuve pero que cruzaron rápidamente mi camino: perros, hombres, abrazos, oportunidades, vestidos y otras tardes de julio que no quise pasar con nadie, hasta que arranco de nuevo y los rollers se comen los metros que me separan de ese punto exacto del murito donde me siento a ponerme los championes porque el viento ahora me empuja en vez de golpearme de frente. Después es caminar hasta casa y sacar una foto de las letras corpóreas que dicen Montevideo en celeste, si es que en algún momento los turistas brasileros me las prestan. Me quedo con la M sola como símbolo de muchas cosas y me vuelvo a mi cuarto calefaccionado y la música llenándolo y la tarde que se cae, pesada, sobre este feriado patrio que ahora baño en café con leche. 


domingo, 13 de julio de 2014

Pa

Muchos de mis amigos más cercanos no celebraron nada hoy. Más bien vivieron la jornada con dolor, con resentimiento o con pesadumbre. No todo el mundo tiene un padre a mano para celebrarle el día. Hay padres que no están vivos y hay padres que no están presentes y hay padres que no están cerca y hay padres que eligieron no ejercer de padres. Alguien que quiero perdió a su papá esta misma semana. Por muchos motivos, para mucha gente hoy es un día complicado. 

Yo no sé muy bien expresarle afecto físico a mis padres. En algún momento de nuestra vida juntos se nos rompió el cosito de abrazar. Es difícil entonces decirles lo mucho que me importa que estén. Y cuánto los quiero. Pero es cierto. Los necesito y los quiero tanto como cuando me enseñaban a atarme los cordones o a dejar de usar pañal. Sé que debería hacérselos notar más seguido. Capaz que esta es una de esas notificaciones de afecto que me gustaría que recibieran.

A mi padre le debo casi todo lo que sé sobre el campo, los vehículos y las estrellas. A mis hermanas  y a mí nos enseñó a armar un fuego, a apuntar un rifle, a dominar una moto, a ensillar un caballo y a cambiar una rueda pinchada. A veces me gustaría que volvieran aquellos días de pararnos al borde de la quebrada y tratar de gritar como él, que hacía eco entre las palmeras, con nuestras vocecitas de niñas alborotadas. 

Sé que antes hablábamos más. Puede que ahora tengamos más diferencias. O menos puntos en común. Pero no me parece que estemos tan lejos. De alguna manera yo sigo tratando de alcanzar a ese caballo que va más adelante, con su silueta a cuestas y su calma y la música de su recado. Porque todavía no dejé de querer parecerme a él. 

Entonces supongo que sí tengo que celebrar y agradecer que hoy pude decir feliz día del padre. Y que no podía haberme tocado uno mejor.


domingo, 6 de julio de 2014

El abuelo

La niña lloraba. Tenía seis años y sólo atinaba a ver que su abuelo no se movía. Que estaba ahí, caído sobre la alfombra, como un muñeco de trapo. 

El anciano se había desplomado como una bolsa de papas cuando un infarto lo sorprendió recorriendo el breve tramo entre el sillón y la biblioteca. Lo primero que pensó fue que su nieta lo iba a encontrar ahí tendido. También fue lo último. 

El hombre tenía 87 años y 15 muescas en su revólver. Había pasado buena parte de su adolescencia robando almacenes pobres, para después graduarse en la escuela de la mafia que controlaba la distribución de droga en su barrio. La primera vez que le disparó a alguien fue a los 17 años. A los 20 celebró su primer homicidio. Después todo fue más fácil. Los 45 lo encontraron al frente de una banda organizada y temida que creció hasta dominar todos los aspectos turbios de la mayor parte de la zona oeste de la capital. A los 70 decidió que su hijo más chico tomara las riendas de la cosa y se retiró a disfrutar de una jubilación apacible en una chacra en las afueras. A los 76 asesinó a su última víctima, un indigente que le robaba manzanas de su campo, aunque nadie lo supo. 

Recién a los 87 la muerte le dio captura. Y lo dejó ahí, hecho una piltrafa pálida, para que su nietita lo descubriera cuando iba a pedirle que le leyera un cuento. Y la niña lo vio y lo tocó, pero los ojos abiertos del viejo le indicaron que algo andaba mal y su piel helada quiso decirle que no habría más cuentos. Entonces la niña lloró, arrodillada junto al cuerpo, porque estaba triste de verdad y sólo veía que su abuelo preferido estaba muerto. 



domingo, 29 de junio de 2014

Nado

Nado en la nadísima nada en la que nadamos los nadies de tu todo. 

jueves, 19 de junio de 2014

Rabia

Masticar rabia. Masticar, masticar, masticar. Inflar un globo pegajoso hasta que revienta y se te queda pegado en los labios. Volver a masticar, pasearla por la boca, estirarla con la lengua, alojarla junto a una muela hasta que el hartazgo te invita a escupirla en un tacho lleno de cosas inútiles como envases de plástico arrugados, restos de yerba y cáscaras de fruta. Entonces la mandíbula descansa y la boca saborea ese regusto frío que quedó en los dientes. Ese hálito cansado de enojo amargo que se disipa con un trago más fuerte y más dulce. O que persiste hasta morir de sed. 

miércoles, 18 de junio de 2014

Jugaban

Tenía los dedos manchados de tinta y la camisa no le quedaba bien. Las uñas se aferraban a restos de esmalte anaranjado mientras tecleaban furiosas frente a la pantalla. Su cara se retorcía cada tanto en una mueca desprolija pero concentrada. Respiraba con silbidos extraños. No era linda ni tenía un cuerpo memorable. Tenía un alma libre pero no necesariamente pura y ojos que relucían de mentiras. Se creía más de lo que era y sin embargo.

Él la veía así y no veía nada más y no creía en nada más y no pensaba en nada más y moría a cada rato cuando descubría, tras el mismo ejercicio de razonamiento de siempre, que ella nunca lo iba a querer y que pronto iba a cansarse y sin embargo.

Jugaban. Como juegan los cachorros, mordiéndose. Haciéndose un poco de daño. Los dos sabían que los cachorros no juegan para siempre. Un día él le ofreció todo y ella se rió, como si fuera un chiste. Lo dejaron por esa.



lunes, 16 de junio de 2014

Mickey Mouse

Supongo que todos piensan en el día D pero nadie piensa mucho en el día antes. En el día en que todo se acomodó para volcarse en el embudo de los acontecimientos y desembocar en ese hecho puntual, memorable, del día siguiente. Esa jornada predecesora sirve para apretar el resorte que mañana se va a soltar, inevitablemente, desatando apenas una de las mil y un formas de suceder que tiene el tiempo durante 24 horas. En esa previa elegimos la ropa, ponemos la alarma y dejamos una lista de tareas programadas. Pensamos en lo que va a pasar mañana. En ese día antes, juntamos valor. 

Y en el día D finalmente presentamos una renuncia. O robamos un beso. O escribimos un cuento. 

domingo, 15 de junio de 2014

Desencuentro

Elegí un pantalón rojo, unas botas power pero casuales y una camisa negra con tachas doradas. Me traté de delinear los ojos con el resultado dudoso de siempre, me disfracé la cara y hasta me pinté los labios. El pelo lo tenía suave y me puse mi perfume más rico. A la hora que dijimos yo estaba saliendo para ahí y a los cinco minutos atravesaba la doble puerta para, desde la entrada del bar, mirar a la gente con curiosidad. Diez minutos después estaba volviendo a casa, sin estar muy segura de qué pasó. Veinticuatro horas más tarde sigo sin saberlo y pensando en que soy una idiota o él es un idiota o todos somos tan estúpidos que planeamos encuentros en los que depositamos expectativas y después seguimos solos porque algo falló en la maquinaria humana y ni siquiera entendemos qué. Capaz lo asustaron las botas. 

viernes, 13 de junio de 2014

Expreso

Hoy pasé por adelante del bar y, capaz porque no iba manejando, miré hacia adentro. Las caras viejas, los hombres viejos, las paredes viejas y los mozos viejos que nunca cambian, muy nítidos a través de esas ventanas viejas que todos los días ven pasar al mundo y a mí. No sé si esperaba vernos pero en la mesa donde supimos sentarnos también se arremolinaban unos viejos riendo y soltando bufidos y expresiones de evocación de pasados menos vetustos. Pensé en la falta que le hacemos a ese bar y a todos los bares, nosotras, despotricando a la salida de la rutina, afuera en la calle, en un hueco de ese nirvana elusivo que llamamos tiempo libre, riéndonos y soltando bufidos y expresiones de evocación de la inmediatez, gritando el ahora sobre un plato de muzzarella y brindando con cerveza o coca o gin con pomelo. Pero ojo, somos el ahora y a la vez, somos la nada, porque es viernes y no estábamos ahí en esa mesa junto a la ventana. Y pensé también que no quiero tener que esperar a que el tiempo libre sea lo único que tenga y que cuando vaya al bar de viejos a sentarme, las demás sillas estén vacías porque el tiempo nos pasó por arriba a todas y, a algunas, nos enterró. 

martes, 10 de junio de 2014

Castle Black

Crucé el puente al galope y, apenas atravesé el portón, lo elevaron. Hoy duermo acá donde nadie puede alcanzarme a no ser que tome carrera y salte el foso, y se sabe que en estos tiempos nadie salta así, de forma tan estúpida y valiente.

sábado, 7 de junio de 2014

Fight Club

Veo explotar los edificios financieros del Club de la Pelea y estoy un poco perdida. No sé si son mis propias manos las que me acaban de hacer sangrar la nariz. No sé si los brazos que me duelen son los mismos que destruyeron la forma de mi boca y se llevaron uno, dos, tres dientes. No sé si esto es mío o si es el piyama manchado y roto de la que me está golpeando. No sé si siento una costilla quebrada punzando por dentro el amasijo de carne que soy, o si es un pecho ajeno que yo martillo con mis puños hinchados. No sé si me doblo dolida o si me levanto para atacar. No sé de quién es el grito que escucho ni por qué ese ojo negro mío me mira. Tengo miedo de estar contra la pared recibiendo las descargas de mis patadas. Desearía no escucharme aullar así. Me mando callar, me ordeno un silencio agónico y desoigo los gritos de mi garganta atrapada entre los dedos que se me partieron ahorcándome. Quisiera parar de molerme a palos pero yo sigo, sorda a mis quejidos, como un motor incesante de violencia encerrado en el sótano donde peleo contra mí misma. 

martes, 3 de junio de 2014

Deciles

Deciles a las expectativas que no vengan todavía. Que empiezo sin ellas y voy viendo, cualquier cosa les aviso y se dan una vuelta. No, no, que no se preocupen. Yo las llamo. 

domingo, 1 de junio de 2014

Aguante estar loca

Loca, tipo desquiciada, enfermita, fuera de la órbita sensata de los pensamientos cuerdos. Loca porque saco angustias para afuera en forma de publicación. Loca porque hago palabras de mi carne y las suelto acá, donde cualquiera puede olerlas pudriéndose o pintar con su dedo comentarios ensangrentados al final del posteo. Loca porque decido exponer pedazos de mí ante ojos sedientos de morbo. Loca porque remuevo alguna fibra que preferirían dejar quieta. Loca pero mal de la cabeza, porque escribo y porque cuento y porque canalizo y porque busco formas de dejar constancia de mi humanidad en unos cuantos textos. Loca porque invierto pasión en un antro olvidado de la nube. Loca porque digo y porque no digo, loca. Loquísima por depositar sentimientos en un mensaje, cuando los sentimientos se guardan y se tapan y se lloran a solas, limpiándote los mocos con los trapitos sucios de tu historia soleada. Loca por gritar que existo en un blog de mierda. Loca por seguir haciéndolo después de cuatro años, a pesar de que poco a poco va dejando de ser rutina y también necesidad. Loca por esa terquedad de revolver en las mismas llagas de siempre. Loca por dejar que me lean y por leer que me dejan. Loca y estúpida y fuerte y frágil. Loca pero vibrando aún estancada. Loca por todo y por suerte loca. 

viernes, 30 de mayo de 2014

1001

No están. Salieron todos. Salió la señora de tacos tan altos como su alcurnia, salieron las hijas a bailar, salieron los gordos del tercer piso al teatro, salió la familia chilena, salieron tras sus vidrios negros los enamorados de abajo, salieron los perros a dar la vuelta a la manzana, salió el portero a fumar. Quedó alguna luz prendida, una tele autista, heladeras que zumban y un gato gris durmiendo sobre el respaldo del sofá. Los faroles de la azotea alumbran ventanas muertas. El tráfico se hamaca frente a la puerta principal. No hay nadie en el edificio, excepto la alarma pausada porque estoy yo, abrigada en la seguridad efímera que dan unas paredes altas y un balcón al abismo. El gato gris se estira y salta y viene, y somos dos anidando en la cama y respirando la noche desde acá arriba, donde la soledad se confunde un poco con la niebla.

domingo, 25 de mayo de 2014

No es sobre vos

A veces no escribo porque no quiero escribir sobre vos y tu risa y tus cosas y tu forma rara de ver el mundo y de comértelo en gigantescas mordidas llenas de miedo al hambre. Escribir es reconocer y no hace falta darle nombre o forma a esto que me sucede al saberme bocanada, aire entre tus dientes, viento en tu lengua, un trago más de vida deslizándose por los bordes ávidos de tu garganta. Así que silencio y distancia y hojas dejadas para siempre en blanco, arrugadas y sin propósito, porque no quiero ser el postre de otro banquete de euforia. 

domingo, 18 de mayo de 2014

Llueve y no estás acá

Llueve y no estás acá. A mí no me parece gracioso. No estás y me enfrento sola al zumbido de la tele y el sofocamiento sutil de la calefacción. No estás en los planes de viajes ni en las idas a cumpleaños. No estás en forma de regalo ni de carta ni de razón para llorar. No estás porque capaz que nunca estuviste y en una de esas seguís sin estar, y la televisión me va a dejar sorda y la edad me va a dejar loca y vos vas a andar en otra parte, descubriendo tu propia vejez sin mí. No estás y yo sigo sin conocer esa sección de mí que se activa en tu presencia. No estás y no es divertido. A veces me olvido pero en general tu ausencia me sacude como un mínimo terremoto perpetuo. No estás acá y me aburro. No sé muy bien qué hacer con algunos días. No estás y bueno, cuando hay sol no es tan grave. Pero ahora llueve. Y no estás acá.

Espiral

Siento que no escribo hace años. Que no vale la pena contar ni un suceso. Por qué, si acá todo sigue como si nada, como si lo mismo fuera nuevo y lo nuevo fuera lo mismo. Raro y turbio. Inexpresado. Random thoughts never written. Boludeces. Ese gigantesco sentimiento de no caber en los brazos de alguien. Esa minúscula sensación que asfixiamos bajo una almohada. Ese ruido a risa que asusta y libera. Esa mirada que no es nada y es todo y te abre las puertas del mundo. Música repetitiva y mística y adormecedora. Canciones para cada contexto. Muelas hartas de bruxar. Besos ahogados. Ideas frágiles. Espejos. Y una o dos explosiones internas cada tanto. Aparecer en pocas palabras, como para decir que estoy acá, al lado del teclado, sin saber qué hacer con la reiteración de ciclos que son mi espiral. Porque escribirlos otra vez cansa. Leerlos agota. Vivirlos mata. Y no quiero estar cansada y muerta. 

La noche aplasta. Mejor juguemos a que todavía es temprano y no perdimos las esperanzas en la cuesta abajo de la melancolina. 

lunes, 12 de mayo de 2014

El átomo

A veces todo se reduce a que alguien te acaricie la cabeza mientras vos decís incoherencias semidormida en el refugio discreto de la evasión y el encuentro. Esa mano revolviendo el pelo es como el átomo de la ternura. Es la base del mundo que al otro día nos va a ver irnos en autos distintos a rutas viejas, llevándonos un gramo de esa cosa intangible que nos hace sentirnos menos solos y más parte de una misma sustancia rara que se volcó en dos vacíos. 

domingo, 11 de mayo de 2014

Yes I can't

Me comí un caramelo con gusto a fracaso y me dieron otro con gusto a consejo para equilibrar el sabor. Y lloré y después vi la luz prendida del baño y me di una ducha irresponsablemente larga y volví a ser yo y a querer hacer del mundo un lugar mejor, empezando por el rinconcito más enclenque del altillo de mi alma. 

martes, 6 de mayo de 2014

Nos miraba

Nos miraba agazapada en una caja de cartón a la que le hicimos agujeros para que pudiera respirar. Estaba asustada pero había desembocado ahí, en un rincón de nuestra azotea, chiquita y débil pero viva todavía, así que la atrapamos y la guardamos y le dimos de comer. Al principio no quería nada pero después, poco a poco, fue aceptando minúsculos bocados, no sé si por el hambre o el terror, y su cuerpo empezó a querer crecer y desplegarse. La sacábamos de la caja para que viera la luz y se llenara del viento ese que sopla desde la orilla, hasta que un día se animó a revolotear torpemente de mi mano hasta un banco, luego a una mesa, luego a un rincón y terminamos encerrándola otra vez con el miedito ese de quien no se atreve todavía a cortar ciertas amarras. Al final, una tarde de mayo, la consideramos lo suficientemente grande y fuerte como para escaparse al mundo. Abrimos con decisión las tapas de la caja y la empujamos suavecito sobre las baldosas grises, para que se familiarizara con la libertad antes de llenarse de aire y extenderse y desprenderse y alejarse. Lo último que vimos fue el surco que dejaba sobre los techos plateados el vuelo radiante de nuestra idea.

lunes, 5 de mayo de 2014

Ese edificio

Abrí una de las puertas y era una habitación enorme y oscura, con olor a humedad y a diarios viejos, con sensación de sótano y opresión de cementerio. No quise entrar; cerré lo más sigilosamente que pude y me aproximé a la segunda puerta, robusta y roja. Tras ella se escondía un pequeño jardín de cactus y un par de gatos naranjas se estiraban perezosos sobre un pedregullo claro acariciado por unos pocos rayos nítidos de sol que se filtraban por entre los gajos de una claraboya. Daban ganas de quedarse. Pero seguí abriendo puertas en ese pasillo en espiral, encontrándome con un cuarto repleto de globos de helio, otro que era un campo infinito donde unos caballos me miraron mirarlos, otro que parecía una modesta biblioteca, otro donde se revelaban fotos, otro donde se escuchaban murmullos y conversaciones, otro donde no había más que un lápiz y un papel en blanco, otro con un espejo y otro que era un depósito de frascos llenos de perfume. Al final, tras una puerta de hierro, me encontré con un freezer y, dentro, un corazón humano. Después, en silencio, salí, me fijé que todas las puertas de ese edificio que era yo quedaran bien cerradas y me fui a dormir, no fuera a ser que se escaparan a pulular intimidades por el corredor.

miércoles, 30 de abril de 2014

Fiap


Yo siento que perdimos con la idea más valiente así que capaz en el fondo ganamos.

domingo, 27 de abril de 2014

Flórida

Otra vez Miami y su sol y su gente rara semidesnuda y brillosa. Otra vez yo entre las palmeras y los taxis amarillos y el olor a agua con acentos caribeños. Otra vez los subs y Wallgreens y la Apple store repleta y ruidosa. Otra vez el art decó y el neón y los autos caros. Otra vez la gente en rollers y en segways y en unas especies de monopatín que desconocía. Otra vez la gripe y el aire acondicionado. Otra vez la playa. Otra vez todo y nada que ver.