jueves, 31 de mayo de 2012

La era del odio

Soy la primera en saltar cuando veo algo que no me gusta. Pero últimamente noto que en algunos círculos, o redes, o lugares, se critica demasiado. Más bien se critica todo, porque queda bien. La postura general de intolerancia hacia alguien domina a la masa, y como queda un poco mal pensar distinto, vamos todos con el palo a darle a fulano.

En twitter, por ejemplo, reina esta mentalidad (un tanto hipócrita). Como todos odian a Pedro Bordaberry, a Ignacio Álvarez, a Victoria Rodríguez, a Ricardo Arjona, medio que ganás en popularidad si sumás tu granito de arena al desprecio general. Esos nombres son sólo ejemplos. Tampoco creo que los odien tanto. Pero el chiste diario está ahí. Y también está la situación inversa: los alabados hasta el infinito, loables en todas las facetas de su existencia y adorados sin mesura.

No creo que esas personas que son foco del escarnio público en determinados ámbitos hagan todo mal. Ni que las otras se conduzcan siempre celestialmente. Creo que se pierde un poco el eje de la balanza al interactuar en grupos grandes de gente a la que no conocés tanto. Se instauran "corrientes" de pensamiento, rechazos hacia tales tipos de personas, cultos desmedidos, verdades absolutas que lo son sólo a nivel general, porque si uno escarba, seguro que la adherencia individual a esas posturas es superficial, y de una forma u otra nos alejamos de ellas en las decisiones y acciones que tenemos día a día.

A mí me gusta el programa de Álvarez y su tipo de periodismo. Me pareció más o menos correcta la respuesta de Victoria Rodríguez a la carta abierta que le escribieron, y no le resta mérito que se emocione (¿se permite llorar en la tele por cantar una canción, pero no por defender los valores que uno tiene?). Voté a Pedro Bordaberry porque me parecía la menos mala de las opciones presidenciales. Y contra Arjona no tengo nada, excepto que es un poco meloso de más, pero me parece que tiene habilidad con las palabras.

Me pudrieron los estereotipos. Me cansa la tendencia general y tener que seguirla. Me aburre la exaltación gratuita de personalidades. Me frustra lo cerrada que se vuelve la gente a veces. Me asusta el poder de esas cosas invisibles que anidan en conjuntos de personas. Me preocupa la necesidad de pegarle a alguien para ser bien visto.

Y nada, quería decirlo.

miércoles, 30 de mayo de 2012

Micromemorias viajeras

Un parque muy verde y lleno de flores donde paseaban dos caballos raza shire y yo comía un cucurucho de frutilla y crema sobre el pasto. Hampton Court me envidiaba a mis espaldas.


Un tipo me seguía junto al río en Granada. Era de noche y yo volvía al hostal. Me hice la boba en una esquina donde había gente, y me até el champión. Él tuvo que seguir, y lo perdí de vista.


Conmoción total en la plaza de Jemaa El Fna. El café Argana explotó en un atentado donde murieron 15 personas. Acabábamos de aterrizar en Marrakech y el caos nos daba la bienvenida.


Sentadas en las escaleras de Montmartre escuchábamos a los músicos callejeros y descansábamos un rato los pies. El frío era intenso, pero nos rodeaba una atmósfera dicharachera y relajada.


En un hostalito de San Sebastián yo hacía chistes de chinos mientras tomábamos vodka y hablábamos con nuestros compañeros de cuarto. Uno era achinado, pero me enteré después.


Nos refugiamos del viento cortante de Berlín en un Mc Donald`s a las seis de la tarde. Hablamos un rato largo de nuestras concepciones de la vida y no pude convencer a mi amiga para ir a patinar sobre hielo. 


En Zaragoza aprendí lo que son los pinchos. Esa noche, entendí la vida española del tapeo y las cañas. También entendí lo que es morir de frío y que alguien te quiera a pesar de todo.


En el Camp Nou descubrimos que la entrada era muy cara (28 euros). Yo aproveché para ir al baño y me equivoqué. Entré y un hombre me dijo "Aquí no es". Morí de vergüenza y me sentí una sudaca boba.


Todo parecía normal a la mañana siguiente, pero las señales estaban. Atenas había hervido como una olla a presión. El gas lacrimógeno llegó a hacernos llorar. Corrimos entre los manifestantes.


Fuegos artificiales rodeaban el ayuntamiento. Madrid se engalanaba para despedirme. Yo lo contemplaba helada sobre uno de los canteros de la Castellana, mientras comía gomitas con dos amigas.


Unos pases de pelota y una cámara de fotos en manos de dos niños encantadores. Famara en todo su esplendor nos invitaba a almorzar en un bolichito del que no nos levantamos hasta que cayó la noche.


En una tienda de sombreros en Santiago de Compostela una viejita con autoridad le vendió un sombrero de Panamá a mi abuelo. Se lo cobró con autoridad también. Mi abuelo pagó feliz.



domingo, 27 de mayo de 2012

Arroz a la cubana

Acaban de irse de casa los invitados. Fue una cena extraña pero interesantísima. Vino una compañera de trabajo de mi hermana, que es cubana pero nació en Leningrado (vivió en Cuba hasta los veinte más o menos, que escapó a Uruguay, y es rubia al mejor estilo ruso), y el mejor amigo del hermano de ella, que es cubano morochito, y hace un mes que salió de Cuba después de varios intentos balseros frustrados. Ahora en julio se va ella, llamémosla Ana, a buscar a su madre y su hermano (el amigo de este pibe que vino hoy, que por las dudas también le invento un nombre, Daniel). 

La estratagema es la carta de invitación de alguien que ya está afuera, y sacar pasajes de avión de ida y vuelta, pero sólo usar la mitad. Así salieron Ana y Daniel de Cuba. La diferencia es que Ana lleva siete años en Uruguay y está instalada por completo en la vida capitalista, y Daniel apenas un mes, y está ejercitando permanentemente su asombro al descubrir lo que es el mundo más allá de las fronteras de Fidel. 

Pasaron como cuatro horas hablando de la vida en Cuba. Así que nos dieron una idea bastante clara de lo distinto que es. Daniel contó sus periplos para escapar en balsa. Dos veces lo intentó, una de ellas estuvo cuatro días en el mar, y cuando estaban por dejar atrás el último cayo cubano los agarraron las lanchas de la policía. Estuvo preso y todo. Lo soltaron porque no quedó claro quién era el jefe de la balsa. En realidad eran él y otro. El otro se comió unos meses más de cárcel. En la balsa iban diez más, entre ellos un viejo que bajo la presión de los interrogatorios cantó hasta quién había sido el conductor del tractor que les arrimó los materiales para armar la balsa. 300 dólares había cobrado el tipo por el viaje. 12 dólares por mes es lo que ganaba Daniel en su trabajo. Es caro escapar. 

En realidad todo es caro. Porque los sueldos son irrisorios. Y la comida está racionada, excepto en lo que llama "el shopping" (pero él le decía "chopin"), que es una especie de micromercado de los productos "de lujo". Ahí es donde se dan los gustos: una coca cola, un perfume, un desodorante. Pero tienen que ahorrar mucho. O tener parientes afuera que les manden cosas, lo cual es muy normal. Los cubanos de Estados Unidos son la principal vía de abastecimiento de muchos cubanos de Cuba. 

Otra vez casi cruza hasta Guantánamo, que es territorio americano, lo que implica atravesar un campo minado o cruzar a nado una bahía. Él fue hasta la bahía, y vio como otros, antes de tirarse al agua, se untaban el cuerpo con aceite de auto. ¿Para qué? Para ahuyentar a los tiburones. Ahí desistió. 

La publicidad no existe en Cuba, o sea que ahí me moriría de hambre. Lo que hay son fotos de Fidel y frases célebres suyas y motivos alegóricos a la revolución. Y la miseria sí existe en Cuba. Hay casitas de lata y gente durmiendo en la calle. La coca cola de Cuba se llama "Tu Cola", por ende nuestro amigo Daniel se está acostumbrando a no decir "Dame tu cola por favor". Los autos más nuevos para el pueblo son de los ochenta, aunque hay "comunitarios" (cubanos que viven en EEUU) y algunos del gobierno que tienen autos más modernos. Las cosas no son mucho más baratas allá, pese al sueldo que reciben. 25 pesos cubanos son un dólar, una relación más o menos parecida a la del peso uruguayo. Los precios son parecidos a los de acá. Y hay un mercado negro monumental. La comida que pueden comprar es horrible comparada con la que exportan. Los tomates son más chicos, las naranjas son más feas, el azúcar viene hecho piedra, y la sal que consiguen es poquísima. Es normal que un vecino mate una vaca y venda la carne en el barrio. Pero va preso 20 años si lo descubren. Si en cambio decide matar a un ser humano, la condena es de cinco años o menos. 

En la tele tienen cinco canales. En dos pasan todos los días una programación repetida. Entre otras cosas, hay una mesa redonda donde discuten siempre los mismos temas (por ejemplo, la guerra contra EEUU, a lo que Daniel dice: "¿qué guerra si yo nunca vi una pistola?"), y cada mañana y cada noche pasan el mismo programa sobre otros lugares del mundo. En realidad, esos otros lugares son China y poco más. Daniel se conoce China sin haberla pisado nunca, porque el programa dura como cuatro horas. Dice que les ponen programas de cocina con recetas de comida china, pero que para preparar las cosas que les muestran necesitan equis jamón o tal tipo de queso. "¿Dónde viste un jamón así en Cuba?", decía él. Una tomadura de pelo. 

Cuando trabajaba en hoteles (los hoteles son las embajadas del occidente, y él trabajó de salvavidas y haciendo delivery de muebles), y le daban de comer en el buffet libre, él se llenaba los bolsillos de bolsitas de nylon ("habas" de nylon) antes de ir, y después iba guardándose todas las hamburguesas y sobrecitos de té que podía. Salía con los bolsillos repletos, apenas podía moverse. Lo otro que los cubanos roban de los hoteles es el jabón. Aparentemente, el jabón Bulldog, que conocemos nosotros, es como un elixir de higiene para ellos. Es mucho mejor que el jabón "de tocador" al que acceden. 

Lo otro que es todo un tema es Internet. Aparentemente, sólo acceden a Wikipedia, pero a "algunas cosas" de Wikipedia. Facebook tienen, pero es como un Facebook interno de Cuba nomás. Y la conexión es muy lenta, y tienen sólo una hora por día, así que lo que ven es poquísimo. Daniel está aprendiendo a dominar los mails y YouTube. Se está descargando todas las películas que nunca pudo ver, y eso que vio bastantes a pesar de todo. Fue a ver The Avengers en 3D y no lo podía creer. No sabía que eso existía. Tiene 29 años y parece un niño de seis descubriendo el mundo. Le sorprende que las mujeres anden en moto y que exista la calefacción (en Cuba, se le congelan las orejas si hacen 15 grados). O que el pescado sea tan caro, teniendo la playa al lado. Nos preguntó qué se usaba como carnada acá, porque en cualquier momento se consigue una caña y se pesca sus propios pejerreyes. Con lo pescadores que somos en casa, apenas atinamos a decirle que la carnada son "otros peces más chiquitos". 

No me quiero olvidar de todo lo que contaron hoy, pero es mucho. Lo que me sorprendió más es esa ingenuidad ante el mundo. Vivir en una isla así, tan literal, hace que no estés preparado para enfrentar lo que hay afuera. Y lo que hay afuera es TODO. Es el mundo abierto y tal como lo conocemos, con sus fallas, por supuesto, pero libre. Daniel tiene que empezar a concebir un mundo del que apenas tenía una idea. Lo que debería decirnos algo. Si tantos cubanos quieren salir de Cuba apenas conociendo un poco de lo que hay afuera, cuesta imaginar lo que pasaría si tuvieran una idea cabal de todas las cosas que se están perdiendo. En realidad no cuesta. Tras la ligera apertura de los últimos tiempos, todo parece indicar que el modelo castrista va a llegar a su fin más pronto que tarde. Pero queda mucho por recorrer todavía.

Cierro con una anécdota. Cuando se cayó la URSS, Cuba sufrió muchísimo. La gente pasó hambre de verdad. Daniel dice que en las fotos de los 90 todos están escuálidos. Con la escuela, cada año, se iban un mes a cosechar café (o algo por el estilo, onda campamento de trabajo). Resulta que les daban un almuerzo y una cena como de campo de concentración, y un día en su cabaña de varones tenían muchísima hambre. De repente escucharon un "miau" en el techo. Ese día hicieron estofado de gato. 

sábado, 26 de mayo de 2012

Por causa de honor

"La racionalidad está grabada en la cabeza de todo hombre, aun la del más inculto, 
y, dadas las circunstancias, puede guiarlo, por entre las nubes dogmáticas que velen sus ojos 
o los prejuicios que empañen su vocabulario, a actuar en la dirección de la historia."

(La Guerra del Fin del Mundo, M.V.L., 1981)


 
 

Después de un montón de discusiones absurdas, aparentemente la Universidad de la República Oriental del Uruguay decidió otorgarle el Doctorado Honoris Causa a Mario Vargas Llosa. Primero hubo lío entre las autoridades de la UdelaR, pero fueron entrando en razón, no sin polémica y quebraderos de cabeza. Al final, los que quedaron tercamente en contra fueron los integrantes de la Federación de Estudiantes Universitarios (FEUU). Sus argumentos son, según su cabecilla, que Vargas Llosa criticó a Galeano y que es un "empresario político" que no representa las ideas de la Universidad.

Espero, por el bien de la UdelaR, que no todos los estudiantes piensen así. Y me alegra que haya triunfado la visión abierta y tolerante, la que reconoce el mérito de alguien sin importar de qué bando ideológico esté. Como lo hizo hace 4 años, curiosamente, la Universidad Simón Bolívar de Caracas, en plena Venezuela de Chávez. En su discurso de agradecimiento, Vargas Llosa criticó al gobierno chavista. ¿Y eso está mal? Por supuesto que no. Lo lindo de la libertad es el disenso. 

Pero en la UdelaR parece que algunos no quieren que se le reconozcan cosas a gente que no piensa parecido. Porque se creen que Vargas Llosa es un creído de la más radical ultraderecha, que apoya dictaduras, y otra sarta de cosas que me indican que esa gente, evidentemente, no leyó La Fiesta del Chivo. Porque creen que darle un Honoris Causa a alguien tiene que ver con aplaudirle la ideología. Y no es así. Porque entonces la Universidad de Columbia tal vez no le hubiera dado nada a Gabriel García Márquez en 1971. 

A Vargas Llosa, Columbia se lo dio en 2006. Harvard también le otorgó el doctorado. Y Oxford. Humboldt, la Sorbona, Granada, Burdeos, la Autónoma de México, y muchas más le reconocieron su méritos académicos y su testimonio social. Pero la UdelaR tiene que evaluarlo porque por ahí todos los demás se equivocaron. Después nos jactamos de ser plurales. Sólo vamos a ser abiertos el día que dejemos de ver el acto de otorgarle un premio a alguien que piensa diferente como una derrota. 

Lo más triste de todo es que con tantas idas y venidas salimos todos perdiendo. A Vargas Llosa no creo que le cambie mucho recibir o no esta distinción, pero no por eso la merece menos. A la Universidad, al final, le avivó muchos sinsabores latentes, y evidenció una falta de criterio bastante aguda en algunos de sus componentes. Y a los uruguayos en general no nos acercó más a sus libros. Esa es la parte que siento más, porque a mí sus libros me cambiaron la vida. Y los leí sin saber ni para qué partido militaba el autor. Los leí porque eran buenos. Los amé porque eran mágicos. 

Cualquiera que haga brotar reiteradamente en sus lectores ese tipo de admiración, merece un premio. Cualquiera que logre, en cada nuevo libro, mostrar un mundo coherente con todos sus detalles, merece un premio. Cualquiera que sólo usando letras pueda acercar otras realidades a alguien que nunca las vio, merece un premio. Cualquiera que haga pensar merece un premio. Cualquiera que se preocupe por contar las historias de su gente, o de personajes reales del pasado, o que invente seres que podrían haber existido de verdad, para denunciar su miseria o el olvido de su entorno, para exaltar su arte o recordar sus aventuras, para compartir su circunstancia y entender sus decisiones, merece un premio. Cualquiera que demuestre, luego de 60 años de trayectoria, con aciertos y errores, que sigue comprometido con la literatura y con la humanidad, merece un premio. 

viernes, 25 de mayo de 2012

Caer


Caer no siempre es malo. Cada tanto te das cuenta de que lo que estás trepando no es lo que de verdad buscás, no es tu montaña, y aunque estés un poco alto ya, te soltás y caés. Y abajo hay un pelotero, o un colchón, o nada más que cemento. Lo lindo es cuando aterrizás en algo mullido y cálido y te percatás de que es un abrazo. 


martes, 22 de mayo de 2012

La casa

Desde la vereda es perfecta. Tiene una fachada simpática, blanca, con cuatro ventanas amplias y una puerta verde grisácea. Uno de los cristales está abierto, y la cortina blanca se vuela hacia afuera. Todo en ella invita a entrar, a vivirla y ser parte de ese hábitat prometedor.

Una alfombra en el recibidor esconde la mancha oscura que nadie pudo sacar del parquet. La madera absorbió la sangre como una servilleta, y el recuerdo yace en forma de charco persiste bajo la estridencia de ese kilim turco, cuyos colores apenas disfrazan la evidencia. Es lo único de la casa que delata que ahí se desangró alguien. 

Un limonero retorcido pero lleno de barrio y encanto adorna el jardín delantero, que tras el murito parece esperar niños y perros y festejos de cumpleaños. El pasto está prolijo, parejo, perenne. Como que pide que lo atraviese una pelota. Dos maceteros de color ladrillo rebosantes de geranios flanquean la puerta principal. 

La escalera que lleva al segundo piso está nueva, flamante. Pero no hubo forma de hacer que el tercer peldaño no crujiera. Y la baranda, si bien está asegurada y estable, vibra con cada paso hacia arriba. No queda rastro de los tres barrotes partidos, ni nada que indique que fue allí donde le partió el cráneo, contra los barrotes, y que luego la hizo caer, rodando, hasta aterrizar su cabeza ya inerte en el tercer escalón.

El portoncito que separa la vereda del jardín está recién pintado. Un camino de adoquines lleva al visitante directo al porche, donde un llamador de ángeles tintinea suave, sin molestar. En la pared, ocho clavos sostienen cuatro números de bronce: tres dos seis nueve. Legibles, firmes, y alejados de la enredadera que, cuidadosamente, va abrazando el perímetro del pequeño alero, le dan un aire importante a la fachada. 

En la habitación principal reina un silencio que impone. Apenas se oye algún vehículo que pasa por la calle. Los sonidos de los pájaros, el viento, hasta el llamador de la entrada, permanecen respetuosamente al margen. Como si supieran que ahi empezó todo por última vez. Como si todavía oyeran el eco de la paliza. Las embestidas de los puños en la cara, las costillas partiéndose, los gemidos angustiosos de ella. Como si quisieran olvidarlo todo bajo la densidad del silencio opresor. 

De una rama del limonero cuelga uno de esos comederos de pájaro con forma de casita. Una casita de cuatro ventanas, igual de blanca y luminosa que la que le da sombra al jardín en las mañanas. El alpiste no falta; tampoco faltan los gorriones que se acercan a picotearlo. Lo único que afea un poco la imagen de hogar es el cartel gris, con tipografía invasiva en rojo y negro. Se vende, dice. Pero se ve desteñido y sigue acumulando telarañas.

lunes, 21 de mayo de 2012

the morning after

Confirmarlo, y desconfirmarlo, y volverlo a confirmar. Y un vacío adentro a la vez que un relativo alivio y pena. Y ganas de que sí, pero no. Y cansancio de mí y de este trompo que soy que no para de girar. Pero sobre todo pena, y el deseo intenso de que no haya dolido tanto el derrumbe.

sábado, 19 de mayo de 2012

Forever young

Hoy jugué al tenis. Pero no cualquier tenis. Jugué dos sets de dobles, haciendo equipo con mi abuelo. Mi abuelo tiene 78 años pero espíritu de 25. Yo tengo 25 pero juego como si tuviera 78. Y nuestros contrincantes eran los amigos de mi abuelo, que deben rondar su edad, pero no tienen tanta movilidad de piernas como él, aunque meten algunas bolas envenenadas desde la red. Ganamos 6-3 y 6-4. 

Cuestión que mi abuelo se quedó chocho (juega para ganar), y yo sentí que no soy una desgracia tan grande en esto de pegarle a una pelota amarilla. Y me gustó tener el honor de ser la cuarta. A su edad, reclutar a cuatro para jugar al tenis no es fácil. Antes eran un grupo grande. Ahora, algunos se murieron y otros tienen achaques que los alejan de la cancha. Además, se los ve divertidos, es su hora y pico de volver a ser jóvenes, de reírse, de tomarse el pelo por una bola que se comieron. De competir.

Cuando mi abuelo me llamó para reclutarme (no fue una invitación, fue una orden), yo estaba durmiendo desde hacía sólo cuatro horas, y lo que menos había planeado era pasar la tarde bajando el promedio de edad de un partido de tenis. Pero por suerte fui. Porque al final, en el polvo de ladrillo no hay tantas diferencias. Y yo podré estirarme o agacharme más, pero ellos llevan años en esto. Cada cual tiene sus armas. Y nos divertimos. Mantengo firme mi propósito de ser así de joven cuando esté pisando los ochenta. 

viernes, 18 de mayo de 2012

Ameba


Cada tanto se cuela por una rendija y entra. Pasás unas horas (24 exactamente) de piyama y sin moverte a más de 10 metros de la cama, rindiendo el mínimo, siendo el mínimo, y refugiándote en galletitas quacker y vascolet. Después, se hace viernes de noche y un amigo te convida a un programa, te bañás, te vestís, y lo barrés para afuera todo, chau desencanto y hola posibilidades otra vez. 

jueves, 17 de mayo de 2012

Perifar Flex

Es el efecto sanador relajante hermoso de esas dos pastillitas naranjas, que libera un poco la tensión de la mandíbula y hace que mi ojo deje de palpitar solo tan seguido. Efecto cámara lenta como ese perro que corría por la arena, perro grande y lindo que me gustaría llevar a mi lado en mis propias corridas, perro bayo, revolcándose en la playa, con gusto, con jarana, con desfachatez, perro sano y fuerte y musculado, una mancha café con leche bajo la luz alta y débil de la rambla. Efecto de brazos que se caen, igual que las hojas de fresno que ya se cayeron en todas partes, igual que cayó la noche apenas fresca, igual que cae el sueño de a poco, como en fetas recién cortadas de pensamientos vagos, sueltos, inconexos. Efecto de desarmado, de ralentización, de hibernado de pc tras horas de encendido. Efecto cálido de acolchado y morir sobre la almohada y evocar un olor a persona querida y a shampoo pantene y esa música de cuando termina una serie dramática, punteo o arpegio y las escenas de cierre del capítulo, dos personas que se aman, unos amigos que se reencuentran y una reflexión final, un brindis entre carcajadas de tele, mientras en la alfombra yace la ropa sucia. Efecto cansado de ocho kilómetros bajo mis nike pegasus, el pelo mojado, los créditos en la pantalla, olor a limpio y a devastación, el estómago lleno y los dedos trancándose sobre las letras. Hegemonía del agotamiento. El despertador silenciado y la promesa de dormir sin requisitos. 

martes, 15 de mayo de 2012

Terapia gratis

Ordenar el cuarto. Agarrar el montón de ropa limpia que se acumuló en el sillón y organizarla en el placard. Cortarme las uñas. Clasificar 250 facturas del BPS en montoncitos engrampados por año. Depilarme. Cambiar las toallas. Hacer la cama. Apagar las luces inútiles. Entregar trabajos. Caminar por la rambla. Tomar un café y después lavar la taza. Cansarme en un deporte. Darme una ducha intensa, que moje hasta mis ideas. Imponer disciplina en el cajón de mi mesa de luz. Cargar el celular. Terminar un libro que lo pedía a gritos. Ponerle nafta al auto. Dar vueltas pendientes. Comer pollo con ensalada. Cobrar. Y chatear cuatro o cinco horas.

lunes, 14 de mayo de 2012

daisy


Que cada pétalo que caiga valga la pena.
La respuesta sólo se sabe con el último.

domingo, 13 de mayo de 2012

Random

Mataron a un empleado de La Pasiva. Los informativos emitieron el video del disparo y posterior robo. No sé si está bien que lo emitan. Pero quizás sin eso, casi que nos daría igual. Los medios nos pusieron en la cara una realidad innegable: mataron a un señor por nada. Por absolutamente nada. Esas cámaras de seguridad nos ilustraron algo que sino sería casi una anécdota más del pozo de violencia en que nos vamos hundiendo. No sé si está mal que lo muestren. Quizás reaccionemos con eso. Quizás el horror de verlo filmado nos acerque al horror de saber que pasó en la esquina de mi universidad, y que mañana me pueden matar por el mero hecho de comer una muzzarela. O comprar un kilo de azúcar. O pagar una cuenta en Abitab. Es decir, morir por nada. Porque estabas ahí en el momento en que a un monstruo de 16 años, o 13, o los que le tome llegar a ese no retorno social, se le ocurrió apretar un gatillo fácil. No sé. No entiendo. Lo éticamente dudoso parece correcto al lado de un asesinato.

La vida se me volvió a estancar en la espera. Odio la espera. Por algo heredé la ansiedad de papá. No sé esperar. No me sale bien, me cuesta. A veces hasta el punto de que me convierto en alguien aborrecible. Y tengo que esperar un poco, antes de insistir otro poco. Me distraigo, me evado, me entretengo. Y a la vez no, porque vuelvo a esa asfixia de necesitar que pase algo. Así estoy estos días, medio asmática. Mi vida por un remedio. Mi ocio por un trabajo.

Me contaron la historia de un micropene. Me la contaron con un coro de carcajadas de fondo, entre puchos sin fin y cerveza que iba acumulando envases sobre el mármol de mi cocina. Sí, nos reímos sin misericordia del ínfimo falo del amigo de una amiga. Aparentemente, tenía el tamaño de un encendedor Bic. Pero de los chicos. Un horror. No hay con qué remar eso. Mi amiga se lleva el premio a la generosidad por hacer la vista gorda (sólo la vista, lamentablemente) y el pobre pibe se debe llevar años de terapia cada vez que se baja los pantalones.

Fue el día de la madre. Ya termina, por suerte. Quedan cuatro minutos. Pero fue un buen día de todas formas. A mi madre le compré un libro (que me gustaría leer a mí). Ella volvió de Buenos Aires y me trajo tres remeras. Y cuatro esmaltes de colores estridentes para las uñas. Al final, me fomenta las rebeldías. Algún día, en vez de comprarle un libro, me gustaría escribirle uno.

No me gusta tener el control siempre. Aunque siempre lo tenga. O casi siempre. Muchas, muchas veces, lo que busco es que me mandoneen un poco. O que me guíen. No tengo todas las respuestas y tengo esa enfermedad de necesitarlas constantemente. Un "¿Qué?" no son tres letras interrogativas. Es una manifestación de inseguridad gigante, y un "Haceme sentir que te entiendo".

Hoy vi con mi abuela paterna fragmentos de la película "The Edge", esa en la que Baldwin y Hopkins y un negrito tienen que sobrevivir en el bosque y se encuentran con un oso que se morfa al negro y no sé cómo sigue porque siempre que veo partes veo las mismas: cuando el oso los ataca y poco más. Mi abuela es española pero vino a Uruguay cuando tenía diez u once años. Mi abuela tiene 86 años y Alzheimer. Vive en una especie de mundo propio donde no sé qué hay, pero no hay mucho ya. Pasa los días sentada en un sillón, y a veces la pasean en silla de ruedas por la cuadra. Hoy, en la película, el negro (que tiene nombre, Harold Perrineau) se hizo un corte en la pierna. Y mi abuela al ver la sangre, hizo un gesto de asquito y me dijo "Ay, eso me da dentera". Dentera. Nunca se lo había oído a ella. Será algo que rescató naturalmente del vocabulario de su infancia en San Sebastián. Me dio ternura. Mi abuela, ahora, me causa eso. Una ternura torpe y extraña.

El jueves pasado fui a un velorio en Martinelli, en la sala Ámbar (no sé cómo pretenden que ubiques dónde queda la sala). Apenas pisé la sala, pero estuve en el pasillo de afuera, donde se para casi todo el mundo para ser educadamente menos gris y ponerse al día de los chismes. De la sala mismo veía poco. Pero me llamó la atención el cuadro que estaba al lado de la puerta. Era una especie de seudo Pollock con manchones grandes contrastantes sobre un fondo que era marrón o gris o algún tono así. Las manchas eran negras y rojas. Rojas. Grandes. Llamativas. Difícil que en una sala de velatorios eso no evoque sangre y muerte. Para meditarlo en Martinelli y llamar al orden al decorador.