martes, 28 de junio de 2022

Pensé que ya no

Pensé que ya no

y que el control era mío.

Pensé que el camino era recto

y los árboles

iban a verme envejecer.

Pensé que la vida era simple

y un poco solitaria

pero ordenada, rica, plena. 

No habría sobresaltos

ni miedo.

La calma de mi casa,

el gato durmiendo,

las plantas en cada habitación,

y algún un abrazo medido,

exacto,

para sortear el frío. 

Pero mi pensamiento

fue desarmado

pregunta a pregunta.

Ya no es tan simple. 

La calma es otra. 

Lo exacto se desbordó.Los árboles miran -sonriendo- 

desde el frío

y el gato 

duerme junto a tus pies. 

Las cosas han llegado a este punto. 

El plan falló.

Quizás la próxima pregunta

deshaga el nudo.

Y ahora

¿qué? 

Y ahora 

todo. 

viernes, 17 de junio de 2022

Match

Primero pasaron horas. Pero fueron buenas horas. Quizás sí hubo análisis, diagnóstico, inspección. El vino amortiguó los filtros, pero la conversación los deshizo. Me caíste mejor que por chat. O fue que te hiciste real, no sé. Me pareciste lo suficientemente estructurado como para sentirme cómoda y lo suficientemente suelto como para considerarme desafiada. 

Llevarte a tu casa era una apuesta. Funcionó, aunque nos hicimos esperar. Tu casa fue reveladora. El fuego de la estufa era eterno y tu gata era más cariñosa que vos. Un vaso que cae, un trajo añejo, un rato más. Hasta que por fin, un beso. Un beso que fueron muchos o que fue muy largo, y que nos desenroscó las vueltas para envolvernos en una rosca de manos y cuerpos y espaldas y ropa. 

Me resultó fácil. Mejor que eso. Me resultó natural. Necesario, hambriento, inesperado y no. Nos tenía fe, pero me gustó más comprobarlo. Un lindo hallazgo al final del sábado. El principio de un descubrimiento. No sé quien tuvo más el control. No importaba, creo. Tu cama era el centro del mundo y tu sonrisa me hacía reír. Quedó todo pendiente y a la vez, nada. 

Quiero verte mejor. Quiero tener más tiempo. Quiero sentirte adentro y alrededor. Acariciarte fuerte, morderte lento y ver hacia dónde podemos ir sin ir a ninguna parte. Sin presas ni flechas, con ternura y rabia. Dialogando sin hablar o hablando todo, durmiendo de a ratos, encendidos. Que no sepamos donde termina cada cuerpo ni qué horas son. 

Lamento no tener tantas versiones de esta historia en mi cabeza. Tengo flashes, rastros de piel, un par de ideas. Tengo intriga y ganas. También tengo paciencia. Después, lo demás, está todo por hacerse. 

viernes, 10 de junio de 2022

Sueños diferidos

Una vez que abrís los ojos, no podés cerrarlos.
Una vez que corre la tinta, ya quedaste expuesta.

Entonces no queda otra que seguir escribiendo.
Dejar salir lo que todas queremos decir, pero quizás no sabíamos.
Dejar de estar cómoda para ser útil.
Dejar de estar ciega para ser libre.

Y escribir como meta, como conjuro.
Para doler juntas. Para doler menos. Para cambiar todo.
O para tocar algo, aunque sea pequeño. 

Lo que amo

El pasto al atardecer, oloroso y fresco.
El silencio nunca completo.
Las lluvias de verano.
La silueta de mi padre pinchando el horizonte.
Las manos de mi madre podando el jardín.
Los gatitos salvajes.
La estufa y afuera la noche.
La piscina que envuelve la casa.
El calor acuchillando la tarde.
La parra pesada, el aire por todos lados.
Y los pasos de mi yegua, cortando el tiempo.

jueves, 19 de mayo de 2022

La banda sonora de mi casa

Mi casa suena con nuevos sonidos. Hace seis meses que nos estamos conociendo, pero poco a poco voy aprendiendo cómo aterrizan mis pies en el parqué, cómo retumba la puerta de las vecinas y cómo insiste la chicharra del ascensor cuando alguien se demora un poco en cerrarlo. 

Mi gato recorre la casa como un pequeño viento peludo. Lo detecto por sus patitas escarbando en el lavadero o sus maullidos quejosos a las 8 de la mañana, exactamente 20 minutos antes que mi despertador. Pero no por mucho más. Su vida transcurre entre el silencio y los ronroneos.

Es un apartamento céntrico y sin embargo, vivo en una especie de oasis libre del rugido de los ómnibus, en un quinto piso que mira a los plátanos acariciar mis ventanas. La calle se hace presente con los saludos del cuidacoches, las motos, la gente que se reúne para la olla de los sábados de mañana o el aullido de los patios de los colegios a las 3 de la tarde. Pero ya es un rumor cómodo el que me envuelve. La sensación de tener barrio, por fin.

Mentiría si dijera que oigo la heladera. Es ruido blanco, naturalizado. Pero sí sé exactamente cuándo están corriendo los niños de arriba. O me entero del gol que metió Uruguay, que su padre celebró con furia neandertal. Y una vez, hasta sentí el orgasmo de la vecina, solapado en la mitad de la noche, pero nítido, respirado, tras un vaivén que evidenciaba costumbre pero, evidentemente, ofrecía certezas.

Mi casa sonaba a hueco cuando me mudé. Cuando no había cortinas ni alfombras. Cuando solo había paredes por pintar, cuartos vacíos, y una vida nueva embalada en cajas. Poco a poco, la fui llenando. De muebles, de plantas, de copas, de amigos. Seis meses después, mi casa suena a mía.