lunes, 31 de diciembre de 2012

Chau 2012


Celebremos la excepcional cosecha.
Hagamos que todos los años sean así de buenos.
Y tratemos de no acostumbrarnos nunca a esta felicidad.

domingo, 30 de diciembre de 2012

Recorrida



Somos la tardecita. El ruido de los cascos chapoteando en la tierra. El sol que parece un cristal naranja a través del cual ver todo. Las orejas inquietas de mi yegua tordilla. El olor a sudor, y a evaporación de agua. El ruido de las garzas al desplegar sus alas. El pasto, verde con crestas amarillas traslúcidas. El viento inexistente. El reflejo de las nubes en el tajamar sedentario. El crujido de la montura.

Mis pensamientos, mi caballo y yo siendo la penúltima tardecita del año.

viernes, 28 de diciembre de 2012

Palabras prestadas



De golpe recordé que yo no soy la Tía Julia, sino el escribidor Varguitas. Excepto porque tengo chispa y rapidez para las réplicas, cuento cuentos colorados con gracia y tengo una risa fuerte, directa y alegre que me arruga los ojos. (Páginas 120 y 121.)

Soy Marito porque creo que la diferencia de edad no es tan terrible, y porque te quiero contar toda mi vida, no la pasada sino la que tendré en el futuro, cuando sea escritora, entregada totalmente a la literatura, la cosa más formidable del mundo. (Página 119.)

Nuestra relación se ha estabilizado rápidamente en lo amorfo, se sitúa en algún punto indefinible entre las categorías opuestas de enamorados y amantes. Éste es un tema recurrente de nuestras conversaciones. Tenemos de amantes la clandestinidad, el temor a ser descubiertos, la sensación de riesgo, pero lo somos espiritual, no materialmente, pues no hacemos el amor. (Página 122.) Y tenemos de enamorados todo lo demás.

No sé. Mirá si al final resulta que somos un radioteatro de Pedro Camacho, y terminamos divorciados y yo me caso con mi primo y vos sólo te quedás ahí guardado en un estante siendo el título, el corazón y la dedicatoria de un libro. 

Pero qué libro. 

jueves, 27 de diciembre de 2012

Festejemos


Porque podemos.
Porque queremos.
Porque tenemos muchas razones.

Festejemos más, que la comida es rica, la familia es grande y la vida es corta.

miércoles, 26 de diciembre de 2012

Un pacto para vivir

Paciencia. Distancia. Silencio.  
Y una extraña calma, porque entiendo que todo eso no significa ausencia.
De alguna manera seguís estando conmigo. 
Y yo con vos. 
 

martes, 25 de diciembre de 2012

Navidad y otros cuentos

Fue una Navidad feliz, en la que predominó en mí la idea de que tengo una suerte bárbara. En un momento, a las 12, cuando estábamos los 27 reunidos y saludándonos en el jardín maravilloso de mis tíos, y alrededor nuestro la ciudad estallaba en fuegos artificiales, pensé eso. Qué suerte que tengo, qué familia mágica, qué lindo lugar, qué cantidad de comida, cuántos regalos. El mundo no es así, ni la vida es así todo el tiempo, pero mi pedazo de mundo y muchas partes de mi vida recorren esos sederos de felicidad por lo que nos tocó en suerte. Y con la suerte, con ese halo de bendición general que flotaba sobre el jardín a la medianoche, se me volvió a manifestar ese agradecimiento gigante que me acompaña casi siempre, pero sobre todo en momentos así.

Y subyacente, lo otro. La lejanía, la incertidumbre insoportable, las infinitas dudas, el miedo. Y quizás un pelín de rabia hacia mi misma, un poco de enojo por dejarme caer en este lugar inservible, donde debo reprimir toda acción y la mayoría de los pensamientos. Un lugar en el que no puedo esperar nada. Ya sabía que estaba en ese punto impotente, pero no pensé que se me iba a hacer tan duro, ni tan amargo. No pensé que iba a necesitar tanto esas mínimas señales, ni que no me iba a conformar con ellas. No pensé que iba a dolerme. No pensé que iba a necesitar tanto más, tanto infinito más, y que los días no iban a terminar de pasar nunca. Me sentía fuerte como para sobrellevar la situación. Pero no. No la puedo sobrellevar. No puedo estar así enclavada en un pozo sin saber si me van a tirar una cuerda para salir. Porque ni siquiera sé si hay cuerda. Entonces tengo que salir yo sola, y no esperar nada. Salir y cortar cualquier otra cuerda que no sea lo suficientemente fuerte para sacarme. Para sacarme las dudas, el miedo, la incertidumbre, la lejanía. Porque será poco tiempo pero día a día es mucho tiempo, y ¿quién me dice que cuando esos días pasen algo va a cambiar? 

Tengo tan poco todo que no sé a qué aferrarme. Y creo que lo mejor para mí es no aferrarme a nada, y arrancarme lo que sea que se me incubó en el pecho con hachazos de olvido. O de adormecimiento. 

lunes, 24 de diciembre de 2012

domingo, 23 de diciembre de 2012

Amigos que vuelven


Vuelven, y es como si nunca se hubieran ido. Como si la última vez que estuvimos juntos no hubiera sido en Madrid hace seis meses tomando un cappuccino frappé en un cafecito medio extraño de Chueca. Vuelven y vuelve una parte de mí que los acompaña a ellos en sus distintos rincones del mundo: Copenhague, San Francisco, Praga o donde el recorrido vital nos lleve a todos. Lo importante es ese rato que pasamos reunidos en torno a una mesa de bar, poniéndonos al día y dejándonos invadir por la sensación de que las cosas nunca dejaron de ser así de cercanas. 

sábado, 22 de diciembre de 2012

Reunión

Hoy observé bien las caras de mi familia. Era la primera vez en casi un año que estábamos los cinco juntos. Y a veces me olvido de las caras. Tengo que estar cinco minutos para tratar de armarme un rostro convincente y reconocible en la mente. Se me difuminan rápido. Y tengo miedo de olvidarme de sus caras, de olvidarme de los momentos felices, o que se me escabullan, que no los pueda armar por completo. Tengo miedo de que envejezcamos todos. 

Entonces los observé. Los recorrí con la vista. Los guardé, así como estaban hoy, en la caja fuerte de mi memoria. Nadie me los va a poder robar. Las caras que tienen ahora mismo son mías para siempre.


viernes, 21 de diciembre de 2012

Mejor callar

Otra vez lo mismo, Magdalena.
Así que mejor no escribas nada y desangrate un rato a solas.
Algún día vas a escribir gracioso de nuevo. Hoy no es ese día.
Hoy es día de evaluaciones, de ganas rotas, y de despedidas.


jueves, 20 de diciembre de 2012

Permiso

Permiso. Vine a desnudarme. Siempre vengo a eso, pero hoy vengo particularmente a eso. A quitarme la piel. A mostrar mi congoja en carne viva. A que se note cómo transpira cada uno de mis poros, evacuando miserias. Vine a sacarme la ropa, botón a botón, y depositarla junto a mis máscaras en el suelo. Vine a quedarme sólo con la transparencia puesta. Para que todos me vean. Para que descubran lo que oculto, que es muy poco, pero es parte de lo que esconde el algodón, el jean, el maquillaje, los anillos, la trenza en el pelo. Me vine a poner de pie bajo la luz que me vuelve nítida, imperfecta. El foco me mutila y me hace real. Me vuelve descifrable.

Permiso. Vine a desvestirme. Así como vacío los hojales, voy desabrochando mi cadena de certidumbres. Las desprendo de mí. Cae la tela. Cae hasta el perfume. Me quedo con mi olor, mi miedo, mis lunares. Es lo único cierto. Al fin y al cabo soy un conjunto de órganos envueltos en una bolsa de vida. Me desato los misterios del pelo, y lo sacudo, para que pierda la forma, para que gane el peso de su longitud. Nunca estuvo tan largo. Nunca brilló tan poco. Me sostengo erguida, con los pies firmes y las uñas torpes. Con la cabeza recta, con la espalda cubierta por los mechones libres. Me hago verdad y el espejo me devuelve ironías. 

Permiso. Vine a revelarme. Estoy acá para pisar las sombras descalza y evidenciar mi blancura. Para que no se dejen de ver las cicatrices, las marcas, el pánico. Para que el silencio se me enrosque en la lengua. El temblor de mi cuerpo a cada paso va a ser inevitablemente juzgado en cámara lenta. La sangre, clandestina, subcutánea y verdosa, va a aflorar en un rubor afligido. La sonrisa va a faltar con aviso. Los ojos van a abrirse nada más que para ser contemplados. Para ser vistos, sin ver. Voy a ser sujeto. Objeto. Víctima. El interior de una televisión desarmada. Voy a ser el acto de contar un secreto. 

Permiso. Vine a desarmarme. A mostrarme pieza por pieza, desencajada, sin repuestos, puzzle a medias. Un organismo pensante que se sacó las ideas, el llanto, las conjeturas. Me los dejé en otra geografía. Hoy vine a desnudarme, a quedarme así, loca, genital, harapo, constelación. A que me descubran animal y pobre. Con una limpieza tal que hace que los defectos brillen. Vine a que me golpeen con prejuicios y ellos se escurran por los pliegues de mi franqueza. Vine a ser despojo. A quedarme lo más cerca de la nada que puedo estar. Ser fibra, líquido, grasa, microcosmos. A dejar el vidrio del alma tan traslúcido que alguien lo traspase sin querer, y lamerle los cortes y curarle el ardor y llenarle el corazón de vendas para que el dolor se amortigüe. 

Permiso. Vine a dejarme querer. 


  


miércoles, 19 de diciembre de 2012

Hormigas

Llegar. Saludar en el camino hacia el segundo piso. Traspasar la puerta de vidrio, que es como entrar en casa. Prender la computadora con la punta del pie y toda la motricidad fina que eso me implica. Depositar la cartera. Sacar los lentes. Sacar el celular. Agarrar la comida y subir a ponerla en la heladera. Lavar los lentes. Ponérmelos. Ver en el espejo que no hay caso. Sentarme en mi silla. Contraseña. Abrir el mail y la intranet. Ver todo lo que hay para hacer. Generalmente es mucho. Hoy no tanto. Mirar a través de la sala. Múltiples veces. Levantarme. Ir a buscar agua y eso. Bajar las escaleras dando saltitos. Volver a sentarme. Cumplir con alguna orden. Pasar por el estrecho que se forma entre la silla de mi compañero de mesa y la pared. Percibir su molestia. Ir y venir. Subir, bajar. Bajar más abajo. Mirar la hora. A veces no, a veces no necesito mirarla. Espiar entre las computadoras, desde mi pequeño rincón. Hacer listas y tachar cosas. Atender el teléfono, poco, por suerte. Almorzar. Ir a Cuentas. Ir a Producción. Ir al baño. Juntar plata y encargues para ir al quiosco. Salir esos 10 minutos, tomar aire, tomar tres rayos de sol. Volver. Agarrar la pelota de rugby desinflada. Caminar por la sala tirándola para arriba, atajándola a veces. Charlotear. Sentarme. Parecer ocupadísima cuando vienen los jefes. Pensar alguna cosilla. Ver videos. Pasear. Corregir. Concentrarme un rato de ser posible. Chusmear lo que hacen los demás. Redactar avisos de último momento. Nunca hay un último momento. Buscar mis tuppers. Juntar mis cosas. Esperar mientras se apaga la pc. Saludar al portero. Abrir la reja. Subirme al auto y escaparme al parque.      

martes, 18 de diciembre de 2012

Tristecidad

Libreta diseñada por Paul Dansen

Estuve releyendo mis últimos posts. Creo que reflejan bien lo que me pasa, lo que pasa por mí, lo que no puede pasar, lo que no deja de pasarme. Es un enredo fenomenal de contradicciones. Por un lado todo lo mágico, por otro, todo lo triste. Las complicaciones. Los miedos. La desazón. La esperanza que se tambalea a cada rato. Y ahí, haciendo fuerza, la magia otra vez.  

Así que es una constante tristeza feliz, o una felicidad triste permanente que pesa sobre todo. De repente me ilusiono y de repente veo todo tan oscuro y largo y lento y difícil que pienso que lo mejor sería dejarnos en paz. Que abdicar sería una solución acertada. Especialmente porque mi posibilidad de acción es tan reducida. Puedo esperar, puedo recibir migajas, puedo quedarme en mi rincón aguardando que haya algún momento para mí. Pero no puedo ir a buscar nada. 

Nunca tuve tan poco margen ni me paré en un lugar tan impotente. No tengo miedo porque por ahora es algo inviable. Tengo pena, y me alegro cuando disfruto los instantes porque siempre son mejor que nada. Voy a tener miedo si en algún momento ese panorama se vuelve factible. Por la responsabilidad que encierra. Por la felicidad que promete. Porque a la misma vez, ese miedo es deseable. Es un miedo tierno, que asoma cada tanto entre las palabras. Como una idea intangible, hecha de espuma, hecha de sueños. O sea, como un futuro. Algo maravilloso y aterrador. 

No quiero llenar el blog de posts melancólicos. Pero es lo que tengo, es lo que me sale aunque de a ratos esté levitando. La mayoría del rato no lo estoy. Estoy pensando en abdicar. Estoy debatiéndome. Estoy desgarrándome un poco. Estoy sintiendo demasiadas cosas para lo que puedo demostrar. Estoy echando en falta rutinas que no tengo. Estoy doliéndome. Explotando. Necesitándolo todo. 

Un día voy a renunciar, pero no va a ser hoy. Hoy sigo acá. Hoy te quiero. 

lunes, 17 de diciembre de 2012

Azabache fue la noche

Le pegaron porque era oscura de piel y crespa de pelo. La prepotearon y la tiraron al piso. Le molieron el cuerpo a patadas, le horadaron el respeto, le acribillaron la dignidad. La hicieron trizas en la puerta de una discoteca, donde mucha más gente bailaba despreocupada, donde muchas personas salían a buscar taxis, donde muchos otros miraban la violencia con ojos ausentes. 

No se comprende la rabia, el desparpajo, la falta total de ubicación, de moral, de humanidad. No se entiende la patada indefendible. No se explica el silencio rodeando los insultos. 

Lo que más golpea es la indiferencia. 

domingo, 16 de diciembre de 2012

No estaba

Gente con cara seria, cara húmeda, como de tristeza cotidiana, como de apagón. Gente que camina de a dos con los pasos igualados. Gente con perros. Gente en bancos esperando a la muerte. Cerveza y besos. Abrazos oscuros de murito. Gente con motos y risotadas y porro. Gente en bici y gente cansada de sus propios pies. Gente enchufada por los oídos a un universo musical ignoto. Gente de negro, de gris, de blanco. Gente que aparece entre las sombras. Gente que persigue pelotas. Autos. Faros. Relojes. La noche entera rabiosa y cálida. Las baldosas elocuentes con su secuencia interminable, mi rodilla quejándose por la rótula, mi paso ensordecido y firme y mis ojos buscando. Gente en la rambla y yo entre la gente, sin dejar que nadie esquivara mi concentración.

Vi de todo, pero no estaba. No estaba entre la gente ni entre los perros ni me alcanzó corriendo ni escuché su respiración agitada al lado mio. No esperaba a la muerte ni a mí en ningún banco, tampoco andaba en moto ni tomaba cerveza, no se besaba con nadie en el amparo oscuro de un farol roto. Simplemente no estaba. No sé dónde estaba, pero no era ahí, donde yo recorría todo buscándola. No estaba en las caras serias de humedad ni en las parejas que acompasaban sus pasos. Tampoco estaba en el universo musical al que me unían un par de cables. No estaba en las baldosas, ni de blanco, ni en las bicis, ni en las sombras. Sólo estaba en mi concentración, en mi afán de encontrarla, en mi paso ensordecido de búsqueda interminable. Sólo estaba en mis pies cansados y en mis ojos rabiosos. 

La esperanza es esquiva y a veces pienso que sólo yo la persigo, como si fuera una pelota escapada que pisan los autos. 

sábado, 15 de diciembre de 2012

Quiebre

Qué día raro y mágico fue ayer. Con su agridulce sabor a pérdida como todos los días desde hace un tiempo, pero hermoso a pesar de eso, o por eso mismo.

Qué semana rara y mágica, también. Con sus secretos y sus ilusiones amontonándose por todas partes a pesar de las autoadvertencias.

Y qué sábado más vacío. Con su olor rancio a soledad instalándose otra vez en todo. En mí.

jueves, 13 de diciembre de 2012

Abre paréntesis



Un descampado y el viento nocturno de golpe eran el mejor lugar del universo. Yo volaba.

miércoles, 12 de diciembre de 2012

Un post trunco


Tengo tantas cosas para decir y tantas para callarme que este posteo va a ser insuficiente para todo y va a morir trunco. Pero al menos nació; ese viene siendo mi lema estos días. Al menos nació y vive con fuerza este pequeño tiempo mágico que le tocó en suerte. Después veremos qué ocurre con él, cómo enterrarlo. Por ahora lo ocupa todo, lo toca todo, lo sostiene todo. Lo tizna de una alegría efímera y total. Me eleva. Me conmueve como hace años no me conmovía. Me florece entera. 

La euforia es mayor cuanto más amenazada se encuentra. Está en el corredor de la muerte ya, y sin embargo vuela la hija de puta. Es ciega. Es tonta. Es absolutamente embriagadora. Me envuelve en sus abrazos y me desarma, como si fuera un soplido sobre un castillo de naipes, cuando me invita a su boca. Me llena y a la vez no me alcanza. Quiero decir cosas inapropiadas. Quiero no dejar de sentirlas. Quiero poder pensar más allá del día maldito. La cuestión es que no. 

La cuestión es que ya no está en mis manos porque se distrajeron acariciándole la espalda. Nada está en mis manos. Está en las suyas, que con su ternura desgarran. Entonces eso. Un post de corta vida útil. Un miércoles de ratos que ojalá fueran infinitos. Un suspiro o cien. Un volcarme por completo. Y una esperanza que está viendo demasiados atardeceres como para creerse el cuento de hadas, pero no puede dejar de mirarlos.  




martes, 11 de diciembre de 2012

Hoy

Mi cumpleaños es una de las fechas en que me siento más bendecida.

lunes, 10 de diciembre de 2012

¿Qué querés?

La pregunta no es cómo querés que te vean o qué necesitás decir. La pregunta es qué querés y por qué querés eso. Y si vas a ser valiente como para conseguirlo o no. La pregunta es quién querés ser. La pregunta es si todo lo que hacés lo hacés para conseguir eso que querés, o si lo hacés para mostrarte de una forma, un medio sin un fin, una imagen que no persigue nada. ¿Querés que te vean siendo o querés saber que vos sos? La pregunta me la hago a mí misma. ¿Qué quiero? ¿Quién quiero ser? ¿Quién quiero que seas conmigo? No tengo todas las respuestas. Tengo algunas, y me asustan. La pregunta me la respondo de a poco, con lo que voy descubriendo sobre mí. ¿Qué quiero? ¿Estoy buscando algo, o simplemente me manifiesto sin pensar en consecuencias? Creo que no es exactamente así. Pero quizás debería pensar más en las consecuencias de lo que soy. Y si la pregunta es quién soy, la respuesta está en eterna construcción. Y si la pregunta es si te quiero, la respuesta, creo, es sí. 

domingo, 9 de diciembre de 2012

Soy un nudo


"y en el medio vos, toda vos y tus ojos"


Y en el medio también vos.
Y alrededor, setecientas dudas.
Y adentro mío va ganando terreno una certeza. La cuido como si fuera un pajarito de ala rota.
El suelo está muy abajo ya. Despegué hace días.
Y me duelen los brazos. Me duelen de ganas. Me duele el miedo también.
Soy un nudo.
Un nudo que empieza en mi panza pero que tiene atada a mi cabeza y mis manos y mis rodillas y mi lengua.
Soy un nudo y cada vez me enredo más. Demasiadas palabras.
Salvame.


sábado, 8 de diciembre de 2012

jueves, 6 de diciembre de 2012

Desagüe

Mirá cómo llueve y el agua se escurre hacia las alcantarillas llevándose los despojos de la semana. Mirá como se mojan los sueños, las certezas. Mirá como se vuelve gris oscuro el pavimento y se te ensopan los pies. Creíste que eras inmune, que la humedad no te tocaba. Pero no. La lluvia nos moja a todos. Los truenos apagan mi voz y el barrio se entristece de golpe, pero con una tristeza calma de verano.

Lloran los vidrios de las ventanas. El ritmo de vida es lento, esquivo. Como la risa, que escasea. Las tardes así son para tener a quién agarrarle la mano. Pero no, obvio. Las tardes así son para reforzar la soledad y escatimar en calidez. Son para sentirse horrible. Para llorarse a uno mismo. Para ser charco junto con la ciudad.

Llegás a casa y nadie cerró tu ventana. Se te coló el agua hasta entre las sábanas. Se te inundó todo de silencio. Se te pudrieron los libros y las alfombras huelen a catástrofe. Tu vida se derramó sobre el parquet y lo manchó para siempre. Para siempre.

De a poco juntás los restos. Lo poco que quedó en pie. Porque intacto no quedó nada. Lo que el agua perdonó, el viento lo volvió recuerdo. Sos huérfana de objetos y heredera de lástima. Andás descalza entre ruinas, pinchándote los pies con lápices muertos. Sola, claro. Estéril de futuro. Vagabunda de puentes rotos.

No podés llorar, porque sería un aporte líquido a tanto océano desolado. No podés llorar ni gritar ni nada. Así que hacés lo que podés, y buscás un rincón medio seco donde sentarte contra la pared descascarada y esperar y ver el momento en que las nubes se desparramen. Por ahora no. Por ahora ves negro y ceniza y relámpagos. Entonces cerrás los ojos para no ver, y rogás que cuando los abras la oscuridad sea historia.

miércoles, 5 de diciembre de 2012

Las cosas chiquitas

Las cosas chiquitas tienen un encanto particular. Como el ruidito de las llaves de papá en la puerta, que nunca es el mismo que el ruidito de las llaves de mamá. O el resto de ensalada de fruta en la heladera. O encontrar un pelo de mi gato pegado a la manga de un buzo que me llevé de viaje. O que alguien te ceda su porción de toblerone. También que el caudal de agua de la fuente haya aumentado para tapar los caños, y ahora se vea importante y linda. Un mail de dos palabras y una carita feliz. Un "buen trabajo" de quien te mandó hacerlo. La rambla de mañana. Que te enseñen a tirar la pelota de rugby. Encontrar el regalo perfecto. Un secreto sólo para mis oídos. Acelerar. Una lista de tareas absolutamente toda tachada. Una idea chiquita que se cuela y la eligen. Un pelo que cae en el lavatorio formando un corazón. Una maxifalda roja. Una invitación a jugar al tenis. Una libretita. Un caramelo toffee de peaje. El vientito al escapar esos cinco minutos para ir al quiosco. Que mi padre irrumpa en mi cuarto a las doce de la noche sólo para saludarme, porque no me vio en todo el día. Una cortina que se mueve invitando al fresco. Ver el Río de la Plata mientras desayuno. Una flor en un lugar insospechado. La risa de mis abuelos. Una mano de niño buscando la mía. Estrenar un vestido. Cobrar. Un after office. Un tiro libre que me sale fuerte. Un prospecto de fin de semana. Mensajes de amistad. Empanadas bien infladas. Auriculares nuevos. Sentarme en el suelo con moquette. Dormir sin sueños. 

martes, 4 de diciembre de 2012

Día de la publicidad

Hace casi seis meses que trabajo donde trabajo.
Así que hoy también fue mi día. Quién lo hubiera dicho.

lunes, 3 de diciembre de 2012

1:13 am

Es una linda hora para delirar. Porque hace tanto tiempo que estoy acá que ya el cerebro flota en un mar de incoherencia. Así que sí, se permite delirar. Se permite pensar en gente en la que en horas normales de la vida no es adecuado. Se permite soñar un poco. Se permite que afloren instintos asesinos, impulsos sexuales, risas descontroladas, pena insondable. Se relajan las defensas mentales que sostienen el edificio del pensamiento y construyo cosas locas arriba de una nube azul. Cosas locas de vos y de mí. Cosas inverosímiles. Construyo bolazos. Hace rato que se fue el efecto del Ibupirac Flex. Ahora sólo queda el efecto del cansancio. El efecto demoledor, acuciante y total del cansancio. La locura. Revivo el día desde otro ángulo, desde un lugar nuevo, irreal, estúpido. No me importa estar acá, en el fondo. Porque acá está todo. De día está todo y de noche está el recuerdo del día y la cercanía del día siguiente. Ya no funciono y mi cabeza va a explotar y sólo quiero que sea viernes y a la misma vez no, porque el viernes se muere, ¿verdad? Quiero vivir en un lunes a jueves eterno y morir en un viernes mártir. Porque también necesito morir y dejar de pensar y delirar y sentir impulsos y pena. Explotar para recogerme los pedazos. Aniquilarme. Y con eso, recuperar la fuerza. Dejar de delirar y de ser tonta y de tener presente todo lo que tiene que ver con ese rincón de la sala. Quizás, de paso, entender algo. No sé. No me gustan los enigmas. No me gustan los silencios con interpretaciones múltiples. No me gustan las miradas indefinidas. Las palabras que esconden otras palabras calladas. Me gusta saber. Y no sé muy bien. Me implanto un chip para no volverme un ser imbécil, pero no sé. Porque tampoco es una actitud grata ni cómoda. Es una distancia extraña autoimpuesta que no es natural. Pero es una defensa y es lo que tengo. Dije que no iba a escribirte más posts. Pero son la 1:46 ahora, y deliro. Dejame delirar que me abrazás de nuevo. Al menos hasta el viernes.  

domingo, 2 de diciembre de 2012

Hockey


Hoy jugamos el último partido. Éramos 11 justas, la golera no estaba, y nos tuvimos que arreglar como pudimos. Igual que casi todo el año. Empatamos cero a cero. Empezamos más o menos, después tuvimos varias chances, y terminamos el segundo tiempo con un quilombo en nuestra área. Tendríamos que haber ganado. Pero esa no es la cuestión. 

La cuestión es que a las 8 y media de la mañana de un domingo estábamos yendo a la cancha. La cuestión es que nos olvidamos de todo durante una hora y pico y sólo existía ese rectángulo de pasto bien verde, esos arcos como objetivo y las otras diez del equipo. Porque las contrarias se vuelven masa, enemigo difuso, simplemente palos amenazantes.  Las diferenciamos cuando las tenemos que marcar, pero son la misma cosa, y sólo existimos nosotras. Los árbitros son puras reglas de juego. Las personas vivas somos nosotras, en ese choque en busca de la bocha, en esa parada, en ese quite, en ese amague. La persona viva soy yo, pegando lo suficientemente fuerte para que el disparo llegue al área contraria, esquivando el bloqueo. Soy yo,  avanzando. Soy yo, cuidando el arco. Como si fuera mi casa. 

Porque resulta que soy buena cuidando el arco. Resulta que a dos partidos de terminar descubrimos con asombro que mi confianza rebrotó y puedo no jugar tan inestablemente si soy defensa. Si soy la última defensa. Si soy la que hace las salidas del área. Si quedo libre y ordeno a las de atrás. Resulta que el palo nuevo algo tiene, y me encontré con él, y puedo parar mejor y pegar mejor, y mis bochas llegan más lejos. Y resulta que jugué bien, o al menos no tan mal, y si bien a todas nos gusta atacar y tener la chance de meter goles (aunque no los metamos), a mí me gustó tener esa responsabilidad de cuidar el arco. De ser la última antes de la golera, y sacarles la bocha a las contrarias antes de que nos fulminen.

Me da pena recién haberlo visto. Me dan pena muchas cosas de este año en hockey, porque de verdad sobrevivimos a gatas. Pero el año que viene será otro año y voy con las ilusiones emparchadas. Sintético, capaz, y una liga más competitiva. Lo único que sé es que espero no perderme de nuevo. Me costó mucho este camino, después de un 2011 sin tocar una bocha, y ahora que le agarré la mano a cuál es mi rol en la cancha, no quiero dejar de jugar por el verano. Pero necesitamos un descanso. 

Mientras, terminamos en un no tan deshonroso 7º u 8º lugar, supongo, de 19 cuadros. Siempre se puede mejorar. Ganas tengo. Compromiso, todo. Y cierro este torneo contenta, a pesar de los cien mil baches que tuve, y que arrastramos como equipo. Sinceramente creo que este deporte me hace mejor. 

viernes, 30 de noviembre de 2012

jueves, 29 de noviembre de 2012

Diciembre

Ya estamos. Se acaba noviembre y empieza fin de año. No es diciembre, es fin de año. Y mejor si se pronuncia todo junto, tipo findeaño. Se acumulan despedidas y reuniones y eventos y cumpleaños y asados y actos y cosas como si fueran interminables panes de un sandwich gigante.  Se acumula trabajo, también. Y a la vez, se terminan ciclos y en otros aspectos soy un poco más libre. Libertad bien ganada, creo. Un paso importante en la escalera hacia... no sé hacia donde, pero hacia algo por ahora invisible. 

Descubro cosas. Por ejemplo, que me gusta escribir para radio. Que salen mis primeros avisos en televisión. Que esperan cosas grandes de mí. Que hago reír. Que me valora gente que admiro. Que me votan para premios de twitter. Que estoy poquísimo en casa y cada segundo en familia cuenta, porque son escasos. Que el cansancio es la norma, y sin embargo, puedo más que él. Que sobreviví a los 6 meses de más trabajo de mi vida. Que los sacrificios valen la pena y que hay gente que de verdad te quiere ayudar. Que ser profesional es difícil, pero no estoy tan lejos. Que aprendo y a la misma vez parece que me queda demasiado por aprender. Que no debo dudar tanto de mí. Que las cosas buenas salen con trabajo y no mucho más. Que hay gente similar a mí por ahí y no es tan raro encontrarla. Que la sinceridad tiene sus pros y sus contras, pero siempre tiene más pros. Y que generalmente las intuiciones son correctas. 

Todavía queda un mes, y es el mejor mes. Hace un año estaba en Madrid, trabajando en otra agencia y con un futuro netamente incierto. Hace dos años estaba en Madrid también, empezando un máster y chocándome con el primer mundo. Cómo cambia todo y se mueven las piezas y se tuercen los caminos y de golpe estoy donde más quiero estar. Cada escalón tuvo su razón de ser y su aprendizaje y su proceso y su duelo y su sangre y sus carcajadas. Sé que no soy perfecta, a veces me regodeo en mi imperfección, me jacto de ella. No debería ser tan así, pero de verdad estoy contenta con el engendro que soy. Todo es mejorable, pero estoy cómoda en mi esencia, creo. No sé bien a dónde voy, pero voy para algún lado, y voy bastante rápido además.

Todavía queda un mes, y es el mejor mes. Diciembre huele a jazmines. También huele a que cumplo 26 años, a que vuelve mi hermana, a Navidad, a alguna escapada al norte y a cosas que van a pasar, que todavía no sé bien cuáles son. Porque diciembre sucede. Y es mi mejor época. 

miércoles, 28 de noviembre de 2012

Improvisemos


Tengo una estrategia huérfana. Irónica. Torpe. De mala jugadora de poker. No llega a plan, porque no tiene pienso ni vislumbra consecuencias. Tiene impulso nomás, instinto. La inercia de la pata ya metida. O sea que no tiene nada más que un puñado de malas decisiones enlazadas con una cuerdita de cruzar los dedos. Una resignación a actuar un poco mal. Y unas gotas de fin que justifica los medios. Es una estrategia trunca, que funciona en modo directo al desastre. Una balsa momentánea para un naufragio posterior. Un veremos qué pasa un tanto ciego. Pero al menos me mantengo a flote. 

martes, 27 de noviembre de 2012

Parque Rodó

Quería una vuelta en el tren fantasma sin cerrar los ojos y doscientas en las sombrillas voladoras. Quería ir hacia atrás a toda velocidad en el gusano loco, y sufrir el vértigo de la inestabilidad de la montaña rusa. Quería ver la playa desde las alturas, desde la rueda gigante frenada conmigo en la cima. Quería chocar los autitos con saña, con rabia y risa. Quería pararme en medio del mambo a todo trapo sin aferrarme a nada. Quería que el barco pirata me mareara hasta vomitar de la emoción.

Y lo hice todo cuando nada más caminaba por el verde y después me sentaba en un murito a descifrar unos ojos francos, mientras un millón de hormigas me mordían el estómago. Mientras escuchaba cosas que no pensé que serían dichas. Mientras se me ensanchaba algo adentro a la vez que se me encogía la razón. Mientras me invadía la ternura y se me agarrotaba un poco la desolación, desplazada por una ilusión bastante pelotuda que no va a tardar en encontrar su rincón en el basurero. 

El parque se llenó de pájaros durante una hora. Muchos todavía cantan. Lo malo es que es hora de dormir.

lunes, 26 de noviembre de 2012

Lunes

Hola. Sobrevivimos. Bueno, más o menos. Estoy desconcentrada. Pero no me morí ni exploté ni nada todavía. Un poquito por dentro nomás. Pero nada grave. Creo. Y eso nomás.

Lo que mata es la ansiedad.

domingo, 25 de noviembre de 2012

Amor


Amor es que mi abuela me haya pintado.
Me conmovió a fondo. Quizás no lo demostré, pero sí.
Pintó a una yo de 6 años. Hace veinte de esa foto.
Me pintó ahora, en estas semanas, teniendo Parkinson.
Me pintó perfecta. Idéntica. Con lo difícil que es.
Amor es eso. Amor es un cuadro de mi cara con su firma.



sábado, 24 de noviembre de 2012

Triste y feliz



Tengo un remolino enorme adentro. Enorme. Triste y feliz. Triste por las circunstancias. Porque es algo que nace muerto de entrada. Porque nada va a cambiar por una noche turbia. O sí, triste porque tengo miedo de que algunas cosas cambien, y no quiero que cambie nada de ese mundo micro donde funcionamos día a día, porque es un mundo que me encanta y que atesoro. Triste porque por algunos minutos todo era reputísimamente mágico. También feliz por esos minutos. Porque descubrí que no estaba tan loca. Que había un mínimo feedback. Que mis cristalitos de ilusión diaria no se basaban en la nada. Tenían sustento. El sustento que evidenció un abrazo horrible de tan genial. Feliz porque ya no tengo que guardar nada, o al menos cambiaron las cosas que guardo. Feliz por la reciprocidad momentánea, y a la vez, aterrada.

Espero que sea de esas cosas que se disipan cuando las digo. Que se levantan como la niebla y se van, alivianando el pecho. Espero que sea de esas confesiones que desaparecen en el momento de hacerlas. Como una obsesión loca que sólo me obsesiona si la callo, y se minimiza cuando es exteriorizada. Por ahora no. Por ahora sólo da vueltas entre mis ideas y desordena todo. No sé si hace falta aclarar algo. Me gustaría saber cosas, pero en el fondo pienso que no colaboraría mucho con la organización del caos. Me gustaría escuchar respuestas con más claridad, sin tanto vodka alterando mi percepción de los hechos. Ojo, nunca es excusa. El alcohol no tiene la culpa de nada, ni tampoco existen remordimientos. Sólo me mezcla los recuerdos. De mi lado del mostrador, por lo menos. Del otro lado, puede que todo haya sido el resultado de unas cuantas cervezas, y sería una explicación comprensible. Una versión oficial convincente casi. Yo lo que dije, lo iba a decir, no pensé que justo ayer, pero lo iba a decir. Al menos como exorcismo, para sacármelo de adentro en algún momento. 

Me gustaría pedirle que nada cambie. Que todo sea como era. Que ya se me va a pasar. Que me gusta esa amistad cómplice y no quiero matarla ni confundirla. Que voy a tratar de disimular mejor, de no marcar tanto. Que me voy a olvidar que desde el segundo día ya lo consideré especial. Que no voy a acordarme mucho de esa charla, ni rememorarla ni nada. Que vamos a reírnos de todo en un futuro no muy lejano. Que como nada va a cambiar en apariencia, que nada cambie en esa cotidianeidad alegre que había. Porque era lo que me hacía cruzar la puerta con ganas de estar ahí. Y me hacía feliz.

viernes, 23 de noviembre de 2012

Tolón tolón

Hoy son las vigésimo sextas campanas de oro de la publicidad. Así que voy a debutar. No sé, tengo muchas ganas porque aparentemente es muy divertido. Y te acordás del aviso de la cocina maravillosa con cupcakes? Parece que está pronto y creo que es precioso, como te dije. Así que nada, acá estoy, pensando un comercial para un lubricante de motores. Y después nos vestimos todos de fiesta y nos vamos a emborrachar y ver si ganamos algo, o nos robamos algo, o al menos nos sacamos fotos divertidas y capaz salimos en la tele. Tengo un trabajo. Pero además tengo un hogar. Y creo que también tengo amigos. Es difícil no hacerte amiga de personas con las que convivís en una misma habitación rectangular durante nueve horas diarias. Y te cuento otra cosa? Ayer tuve un after office. Estoy siendo grande. Es tenebroso, pero genial. Pila de aventuras, viste? Bueno, hasta luego, que antes de la fiesta hay que trabajar. O hacer de cuenta por lo menos. Después brindaremos con smirnoff ice. Chin chin.      

jueves, 22 de noviembre de 2012

Sincericidios

Qué cagada no saber disimular, ni patear las cosas para adelante, ni tragarse las dudas o silenciar los reproches. Cuántas disculpas siento que debo.

martes, 20 de noviembre de 2012

lunes, 19 de noviembre de 2012

Preparar un café

A veces preparar un café no es solamente preparar un café. Porque aunque el ceremonial implique poco más que rasgar un sobre de cappuccino instantáneo, verterlo en una taza y ahogarlo en agua caliente, es mucho más que eso si hay otra taza y otro sobre y otro ruido de cucharita revolviendo el alma. Y un ventanal y una conversación que se extiende lo suficiente para que volver a las tareas todavía no se justifique. Porque la excusa es el contenido de esas tazas blancas, es lo que azuza a las palabras para que no dejen de humear, para que ese vínculo hecho de sorbos y aroma no se corte de golpe, para seguir bebiendo hasta que no quede nada, y el secreto se postergue hasta la tarde siguiente, o quizás nunca, o por ahí un ratito robado en la azotea, donde las palabras desaparecen con el viento de la rambla. Preparar un café no es solamente preparar un café. Es abrir una puerta durante diez minutos, y no querer cerrarla más. 

domingo, 18 de noviembre de 2012

Doble jornada

Dos partidos de hockey después de tres semanas sin jugar. Sobreviví. No perdimos. Pero ya casi es lunes. Y la siesta se me hizo muy corta. Hasta mañana.

viernes, 16 de noviembre de 2012

Desborde

Una manada de frustraciones agotó mi viernes. 
La consigna es que no atraviesen la noche. 

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Dejarse caer es para tontos.

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Lo interminable. 

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El anhelo.

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Consuelo atomatado y fugaz.

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Desatarme cada noche. 

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Tachar para descansar.

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jueves, 15 de noviembre de 2012

Sinsentido


Hoy también hurgué en textos que tienen más de cinco años. Extrañé un poco quién era yo entonces. Y a la vez, no. Seguro hay mucho que pulir, pero así salió en su momento, y así lo dejo, que resista como resistió guardado en una carpeta virtual durante todo este tiempo. 
Está basado en muchas historias reales. Demasiadas. 


Sinsentido  (un cuento de 2007)

Cinthia y Lucy salieron del almacén en silencio. Las dos iban pensando en la torta que su madre estaba sacando del horno y cortando en cuadraditos mientras ellas iban a comprar una bebida para acompañar la merienda. Hoy era el único día que su madre no trabajaba, y como ellas estaban de vacaciones, habían decidido hacer un bizcochuelo.

Llevaban la chismosa entre las dos, cada una sostenía un asa. La iban balanceando levemente, al ritmo que esquivaban los charcos grises que ya eran parte de la calle sin veredas. El frío era perverso pero ellas no lo sentían, ya estaban acostumbradas a él, a escucharlo colarse por las rendijas de las ventanas rotas, a sentirlo pegado a las finas paredes de su casa, a absorberlo por los pies del suelo helado que recién el año pasado habían podido cubrir con baldosas.

Caminaron las dos cuadras que separaban el almacén de su casa. Habían comprado una gaseosa de naranja. No les alcanzó la plata que les había dado la madre, pero el almacenero les había perdonado cinco pesos, y además les regaló dos caramelos de frutilla. Con una media sonrisa las vio salir del cuartito oscuro que estaba orgulloso de denominar, con un cartel rojo algo despintado sobre la puerta eternamente abierta adornada con cintas de plástico multicolor, “El Almacén de León”.

Se frotó las manos heladas y se acomodó atrás del mostrador, pegado a la estufa eléctrica que no alcanzaba a calentarle más que los pies. Un viento gélido hacía bailar las cintas de plástico rojas y verdes y amarillas que dejaban entrever la desolación de la calle ahí afuera, la mugre que adornaba las zanjas, los perros que iban y venían entre la basura y los niños. León pensó en que faltaban dos horas para cerrar, y una para que viniera Rosa a cebarle unos mates. Después, la oscuridad reinaba y en este barrio era mejor encerrarse entre las débiles cuatro paredes de un rancho que permanecer en la calle, a merced del frío inclemente, de la pobreza eterna y de esa sed insaciable de los jóvenes drogadictos. 

Tres veces había perdido todo. Le habían robado hasta los frascos de caramelos. Aún así, León volvía a poner en pie su almacén y su dignidad. Siempre había trabajado, siempre había comprado el pan para su familia con el fruto del esfuerzo de sus manos callosas, de la espalda encorvada pero todavía fuerte, de las piernas que habían perdido el músculo pero no la sensación de horas y horas de acarrear bolsas, cajas, cajones o lo que hiciera falta para poder llevarse un manojo de billetes a casa. Por eso le indignaban esas rapiñas de adictos, y se atoraba de desprecio por los adolescentes que caían en las redes perversas de la pasta base, del pegamento, de toda esa porquería que inhalaban para salir de las tinieblas y que sin embargo los ensombrecían aún más. Les robaban a sus propias madres con tal de llenarse la nariz con esa sustancia blanca que los volvía estúpidos. Y nadie podía hacer nada más que irse, rezar o encerrarse en pequeñas fortalezas solitarias, porque los gritos de auxilio nadie los escuchaba, porque los niños aspiraban cada vez más y estudiaban cada vez menos, porque para sobrevivir hacía falta indiferencia y sálvese quien pueda, y hacía mucho tiempo que la solidaridad estaba en extinción en ese pozo olvidado pero no tan remoto en algún lugar de Montevideo.

León cavilaba hecho un ovillo en su sillita de playa atrás de la mesada del almacén, y no lo vio entrar. No lo escuchó hasta que lo tuvo encima, hasta que el aliento a miseria lo sacó de su abstracción, pidiéndole, rogándole, amenazándolo, el pedazo de vidrio le resbalaba entre los dedos cortados y temblorosos pero apuntaba incisivo, demasiado cerca de la cara de León, demasiado filoso, demasiado desesperado. Los ojos del muchacho eran una súplica y a la vez una promesa de odio. Eran concientes de su patetismo pero se regodeaban en él. León los reconoció al instante, esos ojos negros que tantas veces le habían comprado alfajores y chupetines, y más tarde, pero demasiado pronto, cigarrillos y vino. Ojos que se olvidaron de ser pícaros, audaces, hasta inteligentes, cuando evitaron enfrentarse a los libros del liceo y se involucraron en callejones, noche y malas amistades. Ojos duros ahora, dueños de una tristeza sin brillo. Inyectados de rojo y mojados, llorosos. A vos también, pensó León. A vos también, Matías. Y el cuerpo se le hundió en la derrota al ver esa arma precaria en las manos del joven.

Dámela, dámela. Ahora, rápido, ¿no ves que estoy apurado? Dale, viejo, dale. Matías temblaba pero no de miedo sino de ansiedad. La quería ya, tenía que conseguir plata, championes, algo para llevarle al tipo porque la quería ya. No podía ni entrar a su casa, igual ahí no quedaba nada, y su madre escondía todo bajo llave ahora, qué hija de puta. Ni siquiera le daba unos pesos los fines de semana, y lo quería internar. La odiaba, quería matarla a veces. Como iba a matar al viejo este si no le daba lo que tenía en el cajón. Seguro que algo le habían dejado las nenas que estuvieron antes, hasta lo saludaron y todo, Hola Matías, y él no las había mirado siquiera, tenía la vista fija en el almacén, en el viejo que ahora le alcanzaba doscientos ochenta pesos arrugados, calientes, en billetes de cien y de cincuenta y de diez. Te faltaron las monedas, viejo, dale, dale. Y la mano agitada de León le dio cinco moneditas doradas, una miseria. Y Matías salió corriendo y casi se tropezó con el estante lleno de bolsas de fideos, una bolsa se cayó al piso y la pateó en su huida, y volaron los tirabuzones por el piso de tierra, aplastados por los championes robados de Matías.

Algo se desbordó en el interior de León. Algún nivel de tolerancia o de paciencia llegó al máximo y explotó como un termómetro que se calienta demasiado. Los restos de mercadería pisoteados lo sacudieron, los contempló un par de segundos como quien se paraliza cuando le escupen a la cara. La humillación lo golpeó y la ira germinó en un brote explosivo. Antes de que tuviera tiempo de meditar sobre sus acciones, la mano ya había retirado el revólver cargado que guardaba atrás de las latas de choclo y estaba saltando sobre el mostrador a los gritos. A mí no me vas a dejar sin nada, a mí no. ¡Volvé, chorro! ¡Con mi trabajo no!

Las piernas histéricas de Matías ya ganaban una cuadra pero escuchaba al almacenero y sus bramidos, sus verdades lanzadas al frío atardecer del cantegril, a los oídos sordos de todos. Corría desvariando, abrazando contra el cuerpo el vidrio y el dinero, los restos de ser humano que le quedaban en el pecho, las lágrimas de abstinencia que le chorreaban por la cara. Callate, viejo, callate, musitaba de manera incoherente entre fugaces miradas hacia atrás como aterrorizada presa en una cacería asegurada. El primer disparo lo hizo tambalearse. El segundo entró por la espalda y atravesó el corazón. Cuando resonó el tercero, Matías ya estaba seco en el barro de la calle, caído hacia adelante sobre su dinero y sus lágrimas.

Alguien aulló y se abalanzó sobre el cuerpo del muchacho. Paralizada por un horror cansado, un viejo temor finalmente plasmado en sangre sobre la calle, un dolor de madre impotente, frágil, una desesperación absurda y ridículos ruegos de resurrección, Aída se desplomó en una catarata de lamentos sobre Matías, lo que quedaba de Matías, ese que no siempre fue un esclavo de su adicción, ese para el que no siempre estuvo prohibido entrar a su propia casa, ese que amó sin reparos pero sin saber cómo encaminar. Cinco veces lo había tratado de internar, y cinco veces se había escabullido de vuelta a las calles, a robar, a perderse en los laberintos de la droga, la soledad y la sordidez del no futuro. Aída abrazó esa espalda ensangrentada y se maldijo, y maldijo al asesino de su hijo, que lloraba arrodillado en el suelo, convertido en anciano de repente. Maldijo a dios y a la droga, que había sustituido al dios de su hijo. Aída lloró y no se le acabó la pena. Lloró hasta que el policía la retiró a la fuerza del cuerpo, hasta que vio las esposas en las muñecas de León. Lloró por su hijo y por ella misma y por León y el barrio. Lloró hasta que el frío lo dominó todo y el silencio y la noche volvieron a ocultar a la pobreza bajo una máscara muda y sin ojos.

miércoles, 14 de noviembre de 2012

Filmame ésta

Hola, ¿qué hacés? Yo estoy en un rodaje. Sí, un rodaje tipo de esos de filmación que son re cool y hipsters y está lleno de gente peluda cargando luces y pantalones caqui con muchos bolsillos y catering. O sea, estoy como re en la onda publicitaria, ¿entendés? Mentira, porque no entiendo mucho y estoy observando todo como si fuera una lección de supervivencia. Medio que lo es. Me preguntan qué opino y no sé bien qué opino porque acá hay gente haciendo su trabajo que tiene cientos de miles de kilómetros de sapiencia más que yo, y me dan cuatrocientas vueltas. Yo miro. Alguna cosa comento, como para dar a entender que no estoy en la luna. Pero es todo nuevo. 

Es todo lento y largo y tedioso también. Son cuatro electrodomésticos. Empezamos a las 10. Son casi las 6 y recién terminamos el primero. Ah, pero quedó precioso. Y almorzamos ensalada y carne con papines y torta de chocolate así que no nos podemos quejar. Es como una tribu de gente extraña que sabe lo que hace pero todo está algo misterioso, como que hacen cosas re importantes y claves para la filmación, y en realidad sostienen un cartón a lo lejos, pero justo ese cartón refleja el brillo perfecto sobre el logo del microondas, y claro, era vital el dolobu ahí parado como un gil con el coso de espumaplast reflejando. 

Entonces voy aprendiendo, y me aburro un poco, y presto atención y voy al baño y observo cómo pasan los técnicos y las ecónomas (¡¡¡ecónomas!!! gente que hace comida para que luzca linda y no se derrita ni se desplome ni se desmigaje y que tenga el tonito de color exacto y la veta del helado marcada y la cereza roja pero no magenta sino roja, o en todo caso eso se postproduce y retoca y todo solucionado). Y hay una pobre chica flaquita con pelo largo que anda por ahí divertida como un cacho de plancton, pero es la modelo de manos. La modelo de manos, ¿entendés? O sea, tiene lindas uñas y no tiene cicatrices pero sólo se ven sus dedos en el aviso, ¿qué clase de orgullo te da eso? Anda por ahí como alma en pena, pobre, tiene que abrir el microondas todavía, y prender el aire, y meter cosas en el horno. Al menos ya abrió el freezer que era lo más complicado (?). 

Ahora esperamos que preparen la cocina, van a meterle un pescado entero adentro y unos cupcakes, muy bajado a tierra todo por supuesto. Lo que cocina toda Doña María del Cerrito de la Victoria en un día rutinario. Pero tiene su magia, su ciencia, su delicadeza. Los cupcakes están combinados y parecen esponjosos. Son bellos, abrazables. Y el pescado olía bien cuando me lo mostraron. ¡Olía bien el pescado! ¿Entendés que hacen magia con la comida? Y vos te creés que vas a comprarte la cocina esta y te van a salir las cosas así de ideales y místicas del horno. Minga. Pero es lindo acariciar la idea. Eso es la publicidad. Acariciar la idea de algo. Quererlo. Comprarte el microondas porque el strogonoff que emergía de esa cosa era imponente. Te gusta pensar que sos capaz de crear cosas así, que hasta ahora no lo habías hecho porque no tenías el electrodoméstico adecuado. 

Y bueno, qué querés. Me gusta venderte ese verso. Me encanta ser parte del equipo de chantas que te dicen que acá vas a cocinar divino. Hasta me lo creo y todo, yo, que apenas hago sopa de sobre y se me desborda la olla. Yo me compraría esta cocina, ¿vos no? Ahora capaz que nos traen la merienda, y supongo que seguiremos en este estudio hasta entrada la noche. Pero bueno, hoy me tocó esto, mañana de vuelta me siento en mi escritorio y pienso cómo ofertarte un colchón o seducirte con un helado. Estoy chocha, ¿se nota? Me gusta lo que hago. Me aburro estando mil horas viendo como le cae el rayo de luz celeste a un aire acondicionado, obvio. Es interesante, pero soporífero. Pero me gusta casi todo el resto. Es una aventura, es variedad, es arte y es mucha mucha mucha técnica. La experiencia se palpa. Por algo hacen así las cosas. Vino la merienda, así que te voy dejando, y hablamos después, cuando veas mi aviso en la tele, ¿ta?

martes, 13 de noviembre de 2012

Ropa amarilla

Hoy quise sacar una foto pero no tenía la cámara. Era un conjunto de azoteas grises y despintadas, y en una de ellas, una cuerda llena de ropa tendida. Las prendas variaban entre el amarillo y el verde, pasando por ocres y mostazas. Le daban vida a los techos. Se movían con el viento fresco desubicado de noviembre. 

No existe la foto. No sé si existió la ropa. Y mañana ya no va a estar ahí. 

lunes, 12 de noviembre de 2012

Navío

Lo importante de un barco no es si tiene habitaciones en suite, jacuzzi, una cubierta de setenta metros o un buen chef. Tampoco es de relevancia cómo se vistan los marineros, ni el nombre que lleva escrito en el casco. No hay que juzgarlo por el brillo de la madera del timón, por la artesanía del mascarón de proa, o por el lujo que encierren sus camarotes. No viene al caso si de él cuelga un jet ski, o un gomón para ocho. 

Lo importante de un barco es la robustez de su porte, la agudeza de su quilla, la seguridad de su proa. Lo que es realmente clave es lo que esconde el cuarto de máquinas, la carga de la bodega, el ensamblaje oculto de su estructura. Lo indispensable es la agilidad de sus velas, la ternura con que lo mecen las olas, la resistencia frente al temporal. Lo trascendente es que evite ser naufragio, que no suspenda el curso, que navegue firme, que se llene de viento. 

Una embarcación digna no necesita llevarte a buen puerto, porque ella se convirtió en tu ancla. 

domingo, 11 de noviembre de 2012

Absurda

Empiezo a necesitar cosas que no sé si están. Y después necesito no necesitar nada.
Tengo miedo de mirar y que no esté. Tengo miedo de mirar y que siga ahí.
Me dan ganas de irlo a visitar sin que me invite. Y me dan ganas de que me invite y decir que no.
No quiero importar tanto como para hacer daño. Y a la vez, quiero.
Entiendo muy poco. La pregunta es si me basta por ahora.


sábado, 10 de noviembre de 2012

Lloro

¿Por qué? ¿Por qué lloro? ¿Por qué dejo que me duelan cosas que me cansé de que duelan? ¿Por qué sigo llorando después de buscar con quién dejar de llorar? ¿Por qué me caen las lágrimas en el medio de un restorán, como si nadie me viera? ¿Por qué está mal que no entienda situaciones que nunca me explicaron? ¿Por qué me afectan temas de los que fui bloqueada? ¿Por qué lloro, si no quiero llorar más por esto? ¿Por qué no dije que quería un abrazo en vivo y en directo, en vez de seguir llorando sobre este teclado? ¿Por qué no me lo ofreció? ¿Por qué un día sí y otro no? ¿Por qué soy la que llora, y ellos no? ¿Por qué está mal llorar? ¿Por qué me afecta una circunstancia en la que soy el enemigo? ¿Por qué tengo que saber verdades que no se dicen? ¿Por qué sacan tantas conclusiones de quién soy, si no tienen la mitad de las premisas? ¿Por qué se contentan con cosas inaceptables? ¿Por qué toleran todo? ¿Siempre va a ser así? ¿Por qué los vi envejecer minuto a minuto en esa media hora de postre y café? ¿Por qué sigo llorando? ¿Por qué me quedé sin fuerzas para toser? ¿Cuál es el veneno? ¿Por qué lloro? ¿Por qué?