martes, 31 de enero de 2012

ready, set, go


 Vuelvo a tener compu, gracias a la paciencia de un amigo, y ya no tengo excusas para no empezar la búsqueda laboral. Mañana largo. De momento aproveché la última puesta de sol de enero para concientizarme de la tarea que me espera. Quiero que el horizonte siga mostrándose así de mágico.

lunes, 30 de enero de 2012

noctámbula

2.17 am. La tormenta todavía no llega, pero se percibe el olor de la bajante y un viento demasiado cálido. Montevideo se prepara. Y yo, después de venirme con el 90% del cargamento vacacional, descargarlo todo y organizarlo más o menos donde le corresponde ir en períodos no vacacionales, me metí en mi cama propia y voy a esperar la lluvia con la ventana abierta.
2.21 am. El viento ya hace ruido al circular por las rendijas de la casa. En algún lado, Michelle maúlla. Yo apago la pc y dejo que me adormezcan los sonidos conocidos, hasta que me vuelva a despertar con el diluvio.
2.25 am. Sueño con cosas raras, como un cuatriciclo que me lleva hasta España, donde como un choclo en la playa y vivo de lo que gano en el blackjack.

domingo, 29 de enero de 2012

a miracle worker

Pasan rápido los días acá. Y con acá me refiero a las vacaciones, donde sean. Últimamente son en el este, con sede en la cima del lomo de la Ballena, pero con frecuentes incursiones a Punta del Este, para ir a la playa o a la noche, además de algún viaje fugaz a Montevideo City para renovar libros o almorzar con mis abuelos.

Qué me está gustando de todo esto? En primer lugar, convivir con mis padres otra vez, por curioso que suene. Y en segundo lugar, pero muy cerquita, reencontrarme con mis amigos hasta el punto de la cotidianeidad, algo que también me hacía falta y me vino estupendamente. Todos los demás bonuses de las vacaciones en la playa van después, incluida la cama doble en la que puedo dormir cómoda y transversalmente, el uso casi exclusivo del auto y la vista de la casa.

El martes se acaba la sección playa (Uruguay) del verano, pero febrero viene movido con idas al campo, actividades montevideanas, búsqueda laboral y allá por carnaval, la sección playa internacional, con sede en Florianópolis. Decididamente no me puedo quejar. Todo está saliendo redondito.

Me siento bien. Tengo los días ocupados con muchas cosas lindas, por eso me olvido de volcarlas acá. Como ir a la playa a las ocho de la mañana y caminar cuando no hay nadie. O ganar en el poker y en la podrida. O perdernos en una discoteca. O lagartear al sol comiendo Cerealitas de naranja y hablando hasta que hace demasiado frío para seguir en la arena. Me siento bien.

miércoles, 25 de enero de 2012

480 piezas después

Curiosamente todo se va reubicando. Rehaciendo. O apareciendo de la nada. El mundus interruptus vuelve a tener forma de orbe. Algo así. Los libros inventan lo que no se nutre de conversación, los amigos surgen tímidamente, algunos alegrándose de no haber sido olvidados, otros que me olvidaron, pero no dejaron de alegrarse por mí, otros probablemente no aparezcan más, y aunque eso tiene un sabor rancio, a cosa perdida, también creo que es inevitable y que no es un exclusivo producto del abandono del país. Lo que no curó el campo lo sosiega el ruido de las olas, lo difuminan el sol y las noches de asados o manos de poker. Hasta la soledad queda por un rato al margen, en ese claroscuro de cosas que retornan inmutables y a la vez esencialmente distintas, pero siempre entrañables. De a ratos me encuentro riéndome a carcajadas, o por lo menos, sintiendo que tengo el potencial inmediato de desatarme en convulsiones de risa, y eso ya es energizante, una señal rotunda de un cierto estado de gracia, de un rumbo firme hacia algo, que no sé ni qué es, pero tiene buena pinta.

Es como que a un mes de haber vuelto, el puzzle va tomando forma. No sé qué es la imagen que se va a formar al final, pero ya tengo algún borde armado, y dos o tres grupitos de piezas del interior ganan en superficie. Y con calma, disfruto del momento mágico cuando encastran dos lados perfectamente, y toda duda se resuelve y el siguiente paso es avanzar. Queda mucho por armar todavía, hay zonas de cielo en las que todos los tonos de azul son iguales y calculo que va a ser complicado, pero tengo tiempo y ganas y he aprendido alguna que otra cosa de armar puzzles. Cuando lo termine va a estar bueno. Ojalá falte mucho.

viernes, 20 de enero de 2012

blackjack!

No hay como pisar un casino después de dos años de abstinencia para sentarme en una mesa de blackjack y volver a sentir el vértigo de la adrenalina recorriéndome el cuerpo. Es como que la aventura largamente dormida después de una noche nefasta de casino+choque vehicular se despierta reloaded y se me desborda por los dedos y los ojos, que se plantan o piden cartas, justamente ayer con tan buena fortuna que pude duplicar mi inversión inicial (un préstamo paterno), y por ende, me quedé tan pero tan satisfecha...

Ahora no puedo volver al juego hasta dentro de un par de años. Lo mejor de todo es saber cuándo hay que retirarse.

miércoles, 18 de enero de 2012

punta ballena

Pinos, agua y el sol que se pone en un rincón del horizonte. Mientras, papá asa unas brochettes. Después cenamos los que estamos. La vida calma, muy lejana de esas noches de discoteca de otros años. Aunque espero que también aparezcan en algún momento esas noches. Ahora a leer escuchando los grillos.

martes, 17 de enero de 2012

cuadratura del círculo

La piel seguía siendo la misma piel, el aliento era el mismo aliento. Todo era lo mismo y a la vez refrescante, anhelado. Los ojos, sobre todo, eran los mismos faros del naufragio de siempre. Y el agua era dulce, aunque tuviera olas. La tarde de enero era también casi la misma que muchas otras, repetida y novedosa, con sabor a helado de la cigale y a pavimento, con el mismo aire sofocante apenas circulando en el interior del auto, las piernas pegadas al asiento y el olor a nafta inundándolo como una nube visible. Las manos sobre el volante eran las mismas manos, los mismos lentes de sol me reflejaban, y hasta el mismo llavero incrustado en la guantera, ese con un pedacito de cuero de vaca en el centro, simbolo de algo y a la vez de nada. Todo estaba claro y nitido y hablado. El calor de siempre recorriéndolo todo hizo que fuera fácil. Una teletransportación al pasado, pero con las complicaciones y aprendizajes del hoy. Un viaje mágico, necesario. Todo en su lugar y a la vez revoltosamente descolocado. Los dedos cruzados para que el despertar no sea amargo, y las puertas abiertas, con ese soplo conocido colándose entre los muebles. Una música de fondo me acompañó. Un banco, una calle de Pocitos y palabras de sobra. Un hombro sobre el que recostar el ensueño del mormazo. El cansancio y las ganas de dormir la siesta. Y un auto blanco como de hace varias décadas que se alejaba traqueteando, llevándose una sonrisa guardada en el baúl.

domingo, 15 de enero de 2012

uruguaya

Son las dos cero cinco de la mañana y acabo de terminar un librito cómico y magistralmente descriptivo de la idiosincrasia uruguaya. Lo empecé hace menos de dos horas, así que "Lamentablemente estamos bien", de Leila Macor (venezolana ella, radicada en el paisito desde hace varios años ya) fue una lectura rápida y amena, y en la que me sentí inevitablemente identificada como un espécimen bastante típico de la uruguayidad.

Porque claro, somos elementalmente pacatos, vuelteros, humildes hasta el colmo y mediocres en el sentido más objetivo de la palabra. No paramos de hablar de pelotudeces como el clima o nostalgias pedorras de barrio. O sino, nos sentimos hasta cómodos en un mundo vigilado, donde todos te conocen, te vieron en pañales o fueron amiguitos de balneario de tus padres. Odiamos a los porteños por inercia, y nos queremos diferenciar radicalmente de sus aires creídos y su fiaca. Nos encanta pasear por Tienda Inglesa como si fuera un umbral místico hacia el exotismo y la felicidad (porque no hay Ikea en estas tierras), nos atracamos con dulce de leche y nada dulce es digno de nuestro paladar si carece del cremoso elíxir, y nos enorgullecemos de Maracaná como si se pareciera a la llegada a la Luna. Hacemos de la Noche de la Nostalgia un carnaval tenebroso del pasado, y con decidido masoquismo festejamos el dolor de ya no vivir en aquellos "buenos tiempos". No hay tema que nos amedrente; somos expertos en todo, hasta en lo que desconocemos. Y además, tiramos abajo un regalo aún antes de que el regalado lo desenvuelva, casi obligándolo a cambiarlo, y encima nos sentimos dolidos si de verdad lo hace.

No sé, este pueblo de frikis de la melancolía es tan curioso, a veces asfixiante, a veces cómodo y confortable como un par de zapatones de lana tejidos por tu bisabuela. Hay una magia rara, subcutánea, de ritmo lento, incluso desesperante, de atardeceres que no terminan nunca y mates eternos, en los que la saliva de todos los de la ronda convive en una promiscuidad fraterna, simbólica. Es como que los uruguayos queremos ser pequeños, lo llevamos como un estandarte, como un lema que en el fondo creemos que refleja nuestra grandeza pura, nuestra solidaridad, porque hacernos pequeños significa no ser mejor que nadie, ser del pelotón, de la masa popular; significa no veranear en Punta del Este, o, en caso de hacerlo, jamás hacer alarde de ello, amar u odiar la murga, pero nunca negarla, porque es parte de nuestra pequeñez, y por supuesto, hacer del acto de asar un cacho de vaca una ceremonia ritual equiparable, en respeto y compromiso, a la asistencia a misa, y quizás más venerada todavía que cualquier comunión religiosa, porque ese simple hecho de encender un fuego y colocar diferentes productos cárnicos sobre una parrilla nunca es simple, e implica toda una semiótica de la escala de valores de los uruguayos, para los que compartir la carne es el máximo gesto de camaradería, amistad y familia.

Entonces a pesar de las esperas en Antel y los giros dramáticos inesperados que siempre conlleva realizar cualquier trámite en este país, a pesar de la mugre y las cacas de perro en la vereda, a pesar de la mediocridad manifestada como una consigna de valientes, que en realidad iguala hacia abajo, no hacia lo pequeño y humilde, sino hacia lo mínimo y pobre, a pesar de todas esas ideas ambiguas y enfrentadas que forman la nacionalidad uruguaya, creo que somos un lindo conjunto de cosas y gente, de lugares, de rutinas y rinconcitos.

Ahora, habiendo cerrado el libro y después de sentarme frente a la compu en el escritorio de papá, oliendo la humedad y el fresco de la noche que entra por las ventanas abiertas, después de un fin de semana en Montevideo en pleno enero, me siento afortunada y feliz. Hoy domingo no hubo una parrilla pero hubo ravioles en familia, y ayer no hubo mate pero sí daiquiris con una gran amiga de la facultad (la que me regaló el libro de Leila Macor) y su novio, y el atardecer eterno lo vi caminando con uno de mis mejores amigos por la rambla llena de gente jugando a la pelota o viendo pasar los autos en una sillita de playa, termo en mano y chupando una bombilla babeada por todo el grupo circundante, y tan felices ellos como yo viéndolos.


sábado, 14 de enero de 2012

lecturas al sol

La cantidad de libros que leo aumenta considerablemente en verano, aunque desde las épocas de la biblioteca municipal de Madrid que ya me leía tres o cuatro por mes. Ahora voy por el quinto desde Navidad, y tampoco es que dedique horas a pasear mis ojos sobre las páginas. Contra todo pronóstico, voy teniendo mucha suerte, porque me he topado con cosas muy buenas.

Empecé con "Steve Jobs", que es magistral, aunque Jobs se vuelva más detestable capítulo a capítulo. Desearía haber podido leerlo en inglés, pero lo que había en la bolsa de Papá Noel era la traducción al español de España, así que las palabras "capullo" y "ordenador" aparecían con frecuencia. Creo que es una biografía muy bien lograda (Walter Isaacson es el autor, un periodista de la revista Time al que Jobs le pidió que escribiera este libro), y definitivamente, por más idiota que haya sido Jobs a veces, tenía un cerebro muy bien amueblado y toda su filosofía de productos y de empresa es admirable, aunque no por ello sea menos polémica o discutible.Y por más insoportable que sea Steve Jobs, al final lloré, porque aunque no está narrada esa parte, su muerte tiene un legítimo sabor a pérdida global.

Después seguí con "El prisionero del cielo", de Carlos Ruiz Zafón, un viejo conocido, al igual que los personajes, que son los mismos de las dos anteriores novelas de este señor. Si bien en cuanto a trama a veces hay muchos cabos sueltos, el esplendor de su prosa es quijotesco y maravilloso. Vale la pena leer el libro sólo por el abanico de vocabulario que usa, muchas veces para lograr, con humor inteligentísimo, emocionantes giros de palabras y frases dignas de ser enmarcadas como ejemplos del total dominio del idioma español. Los personajes son entrañables, en particular la estrella, Fermín Romero de Torres, una especie de donjuán maduro de la Barcelona mística que nos regala Zafón en cada libro. Su labia se roba el protagonismo, y no hay forma de evitar sonreír cuando él interviene en un diálogo.

El siguiente fue "Aurora Boreal" de Asa Larsson, ahora que están de moda los novelistas suecos. Nunca viene mal, para saborear junto a la piscina, una novela negra de mucha intriga y asesinatos macabros. No es un libro excepcionalmente destacable, pero se defiende bien, aunque está escrito como para que compres la siguiente historia, y esas cosas truncas no me fascinan. Hay una interesante mirada sobre las "iglesias" medio sectarias y la religión en general. No terminé de entender su postura al respecto, aunque tal vez el libro mismo sea la búsqueda de una.

En el campo mi abuela me prestó un librito de García Márquez que nunca había oído nombrar: "La aventura de Manuel Littín clandestino en Chile", que es una crónica sobre el director de cine Littín y los avatares de la filmación de un documental durante la dictadura de Pinochet. El quid de la cuestión es que Littín tenía prohibido ingresar a su país natal, y toda la peripecia de los disfraces, los documentos falsos y los contactos con revolucionarios es casi inverosímil. García Márquez sabe contar las cosas, de eso no hay duda, aunque en este libro habla con la voz de Littín. Me gustó volver a leer sus oraciones bien construidas y sentir su apego a las causas latinoamericanas.

Por último, después de reorganizar toda mi biblioteca para que los libros estén por orden alfabético y no por tamaño o editorial, me elegí una novela vieja, un ejemplar que era de mi tía abuela y está fechado como comprado en 1950: "Otras voces, otros ámbitos", de Truman Capote. Medio delirante, tiene algo de realismo mágico a veces, y algunas conclusiones subyacentes sobre la naturaleza humana que de a ratos me dejan la sensación de que Capote sabía más de lo que decía, y de que el libro tiene profundidades varias que no alcanzo a sondar. También me hubiera gustado leerlo en su idioma original, pero la traducción no es mala y los detalles siguen estando ahí.

Ahora voy a intentar terminarlo, y espero que no se me rompan más páginas, porque el paso del tiempo no hace mella en la obra, pero sí en el papel.


jueves, 12 de enero de 2012

sin filtro

En general me doy cuenta después de que ya abrí la boca. Me percato de que dije algo que al común de los mortales le parece un poco fuera de lugar, o que quizás califiquen como "demasiada información", o directamente me tachen de grosera. No sé, a mí tampoco es que me importe mucho. En general asumo el ridículo como parte de lo que soy, y digo las barbaridades que se me cruzan por la cabeza, intentando suavizarlas cuando son de verdad demasiado no aptas para cardíacos. Básicamente, no me importa mucho lo que piensen de mí (aunque a todo el mundo le importa, y quizás digo cualquier payasada para que piensen de mí ciertas cosas en particular), no me importa shockear a la gente, ni parecer desubicada, ni que me tomen por guaranga o exhibicionista. Es más, me gusta shockear y que los más conservadores de mis interlocutores manifiesten ciertos gestos de horror, o de sorpresa, o de qué-fea-palabra-que-acabás-de-decir, o de lisa aversión a escuchar hablar de sexo o de radicalismos, o con sinceridad extrema sobre los defectos (y a veces las virtudes) de alguien. Cuando veo el gesto de asquito, acelero. Meto quinta a fondo con el disparate que causó el rechazo, y lo engrandezco aún más, lo profundizo, lo extraigo de la oscuridad y lo dejo ahí, inesquivable y enorme sobre la mesa. Disfruto viendo como los demás intentan acomodarse. No sé, es una malicia bastante inocente. Sobre todo porque no digo disparates en los que no creo. Así que los monstruos que voy escupiendo en la conversación son parte del gran monstruito que soy, y son la evidencia de mi incapacidad de guardármelos. Qué le voy a hacer, a mí me gustan. Tienen algo de suicidas los pobres, y de tiernos, de vulnerables, de valientes. Se ponen ahí para ser acribillados o mirados con disgusto. Pero en el fondo de su extravagancia, subsisten. Saben que no están del todo errados.

martes, 10 de enero de 2012

lighthearted


Hay cosas que no mueren con el tiempo. Como el poder de tu abrazo y la facilidad de conversación que tenemos. No creo que haya un futuro como alguna vez pensé que podía haberlo, pero quizás haya otra cosa, una mezcla de todo lo que fue y lo que puede ser, que me hace sonreír. Tú me hacés sonreír, y era justo lo que necesitaba.

lunes, 9 de enero de 2012

vuelvo a tener ruedas

Parece una broma, esto de sacar la libreta de conducir. Va a ser la tercera vez que voy a la intendencia municipal a solicitar un duplicado. La primera vez, no habían abierto las cajas donde se pagan los trámites. Hoy pude pagarlo pero no hacerlo, porque no quedaban números. Y si mañana lo logro va a ser casi utópico, porque a esta altura me parece que nunca voy a poder sacarla. Pero bueno, la experiencia demuestra que puedo atravesar el país sin que me la pidan. Fui de Artigas a Montevideo sin que pasara nada, y después fui a Punta del Este, por la ruta más vigilada por los chanchos en estos días, y tampoco me pararon, y eso que no soy de las que se amedrentan con las altas velocidades.

De hecho pensé que me iba a costar retornar al volante después de un año sin tocarlo, excepto por unos kilómetros en Portugal allá por mayo, cuando entré a Lisboa a través del gran puente colgante en un ford focus de alquiler que andaba lindo. Pero nada que ver. Me reencontré con el acelerador como si nunca hubiera dejado de pisarlo, y con una confianza renovada en mis habilidades de conductora. Mis amigas me han dicho que "manejo como hombre", diciéndolo como un cumplido (creo). Y me enorgullece.

Me siento libre otra vez, andando por el país y todos sus caminos. Los de tierra, los de piedras, los destrozados por los camiones, los de cruzar cañadas, los que invadió la maleza, y sobre todo por los que no existen, esos que voy haciendo al surcar los potreros a campo traviesa.

miércoles, 4 de enero de 2012

proud

Estoy como esas madres que no paran de pensar en sus hijos y hablar de ellos y admirarlos y hasta besuquearlos todo el día si es posible. Pero es que son tan lindos…

martes, 3 de enero de 2012

petronilo


Ayer encontramos dos pichones de paloma en el jardín. Uno, el primero que vi, no era tan chiquito, pero tampoco volaba lo suficiente como para alcanzar las ramas de los árboles. Lo perseguí un rato alrededor de un tronco de palmera, y al final lo pude cazar. Como supuse que venía de un nido que tiraron abajo los tres gatos silvestres que rondan la casa de noche, pensé que al pobre pajarito no le quedarían muchas chances revoloteando inútilmente por el pasto, y lo llevé a unos ombúes que hay a unos cientos de metros de la casa, donde supuse que capaz podía salvarse, al menos de los gatos.

Cuando volví de llevarlo hasta ahí, mi hermana tenía a otro bichejo entre las manos, que había aparecido cerca de la piscina. Éste era más chiquito, tenía las plumas más feas, y volaba menos. Volví a hacer el recorrido hasta llevarlo con su (supuesto) hermano, y los dejé ahí, asustados entre las raíces del árbol.

Hoy de mañana fui a ver si estaban. No los encontré. Tampoco vi ningún destrozo de plumas, pero había un lagarto tomando sol en uno de los troncos, así que no tengo mucha fe en la supervivencia de las palomitas. Pero tampoco hubieran sobrevivido en el jardín, porque habían perdido su nido y probablemente a varios de sus hermanos (hay mini plumas grises por todos lados).

Pero hoy de tarde vi otro pajarito parecido caminando por el pasto, inquieto. Tampoco volaba casi nada, y era de un tamaño intermedio entre los otros dos. Nuestro gato doméstico andaba suelto, y aunque es medio tarambana, seguramente lo hubiera cazado. Así que después de dar mil vueltas alrededor de una lavanda y un banco de piedra, donde el chiquitín me esquivaba permanentemente, lo agarré, frente a las risas de papá y mamá, y lo metí en una caja.

Le diseñé una mamadera de agua con uno de esos frasquitos de bar donde se meten los escarbadientes (ni idea de porqué había uno acá), y logré darle un poco. También le puse pan mojado y semillas de girasol, pero creo que no comió nada. Y le hice agujeritos a las paredes de la caja para que no se muriera de calor ni de oscuridad.

Ahora guardé la caja con él adentro en un baño, para que el bobo de Michelle no lo jorobe de noche, y que mejor se dedique a maullarle a mamá para despertarla a las cuatro de la mañana como hace normalmente. Por lo menos creo que el pichón no tiene sed, y si le da hambre y se anima podrá hincarle el pico al pan.

No sé qué posibilidades de supervivencia tiene. Pero mañana se lo voy a llevar a mi primo experto en aves, que debe ser el único con la paciencia y devoción necesarias para criarlo. Mi primo tiene 8 años.

Es la ley del más fuerte, y se ve clarito en estos lugares donde la naturaleza es reina, a pesar de las intervenciones, a veces imbéciles, que tratamos de tener los seres humanos. Muchas veces es triste, pero así funciona todo. También muchas veces es fantástico. Intento quedarme con eso, y con la imagen de mi pichón tragando las gotitas de agua que le derramo en el pico.

domingo, 1 de enero de 2012

happy endings

Mi fin de año no fue ostentoso. Ni multitudinario. Y los fuegos artificiales más cercanos estaban a cinco kilómetros de distancia. Mi fin de año fue pequeño, íntimo, familiar. Con carne a la parrilla y copetín, y frutillas de postre. Con una caminata nocturna con papá para cerciorarnos de que nuestra soledad de soledades era real. Con las últimas páginas del libro de Steve Jobs ya en mi cama. Con gatitos asomándose a la ventana, y que salían corriendo cada vez que les queríamos tirar un quesito. Con ópera en la tele, y velas y hortensias que puso mamá en la mesa. Y vestido para emular a los Jeffreys que se ponían smoking para la cena, pero con alpargatas blancas agujereadas. Y las estrellas dominándolo todo.