miércoles, 30 de julio de 2014

PT

Se viraliza otro video casero que consta de una escena de sexo oral en donde la culpable, la que se merece lo que le pasa, según las reacciones que veo, es la mujer. Que se joda por chupapija, qué cara de petera, a cuántos se la habrá chupado y más frases de este estilo invaden las redes sociales. Mis redes sociales. Y me doy cuenta de nuevo de que la gente que me rodea no es tan abierta como yo pensaba, que el mundo sigue siendo un desastre y que las nociones que nos vienen instaladas de fábrica no son solamente machistas y patéticas, son más que nada falsas. Ojalá viva para escuchar que las mujeres no nos condenamos entre nosotras y que los derechos son de todos, sin importar qué chupemos. Necesitamos con urgencia darnos cuenta de tantas cosas, revertir tantos procesos arcaicos, desdibujar tantos prejuicios, que no sé ni cómo empezar, aunque capaz estas palabras sean una milésima de fragmento de algo útil, un susurro que se pierde entre todos los "puta" gritados hoy y ayer y siempre. 

domingo, 27 de julio de 2014

Las cosas que sé

Me molestaban algunas incertidumbres así que me senté a pensar en las cosas que sé. Las cosas que son ciertas, irrefutables, sólidas, que me ayudan a moverme en el mundo y a no sentir que floto en una nebulosa sin forma.

Sé cómo suenan los pasos de mis padres. Puedo distinguirlos, evaluar su ánimo, sin importar qué zapatos lleven.

Sé que si pego cortando la bocha, el shoot sale levantado y es falta.

Sé que después del cuarto vaso ya estoy bastante en pedo.

Sé exactamente cuál es la última frase de Don Segundo Sombra.

Sé cómo arrancar un auto que se quedó sin batería. Y cómo cambiar una rueda.

Estoy casi segura de que sé cuándo un texto es bueno. Este no lo es.

Sé dónde hay un árbol llamado Dracaena draco.

Sé que si hay viento patino horrible y que si tengo que frenar de golpe, mejor me tiro al piso.

Sé cómo ensillar, juntar un ganado y vacunarlo.

Sé que los rojos y fucsias van mejor con mi piel.

Sé que en mi parada hay un 95% de chances de que sea la primera en subirme al 128.

Sé cómo llegar a muchos lugares.

Sé que las yeguas tienen 11 meses de gestación y que a veces los potrillos se mueren.

Sé todos los pasos para hacer pop en una olla sin quemar ni uno.

Sé que me pinto mal las uñas.

Sé usar más vocabulario que el promedio y menos que Saramago.

Sé cómo funciona una cámara de fotos.

Sé mi clave del cajero de Itaú pero no la del Santander.

Sé cómo huele el campo.

Sé con seguridad qué amigos están siempre. También sé de quiénes desconfiar.

Sé dónde comprar el mejor helado de dulce de leche de Madrid.

Sé jugar al blackjack.

Sé que puedo dormir en casi cualquier medio de transporte. Posta.

Sé cuándo se cosecha el arroz.

Sé a quiénes quiero en mi equipo.

Sé que hoy estuvo bueno.

viernes, 25 de julio de 2014

La belleza de nada

Hay días en los que aprecio la belleza de nada. Donde veo, en cada rincón, un vacío espléndido, brillante, que me deslumbra. La forma en que rebota la luz sobre ese hueco, la grieta hermosa, el silencio de gala. 

Hay días en los que me detengo con cuidado a admirar la escasez que me rodea. La caída del frío en un pozo de aire, por ejemplo. La grisura de la calle sin pies. Los adoquines muertos. 

Hay días en los que veo las ausencias. Los árboles pelados. La fuente sin agua. Las cosas que no tengo. 

Hay días en los que cierro los ojos.     

martes, 22 de julio de 2014

Es lo que tienen los ponis

Llegó así todo confuso y enérgico y entusiasmado. Se instaló, acurrucándose en ese hueco que había entre tu confianza y tu soledad. No te dejó estar en paz. Y por eso mismo lo querías. 

Descubriste que le habías revelado los secretos de media vida cuando ya era tarde y en el fondo eso no te preocupaba tanto. Capaz que lo que te preocupaba era que no estuviera para escuchar sobre la media vida que falta. Que se aburriera, se desencandilara y, peor todavía, que en algún momento inevitable decidiera devolverte el frasco en el que le prestaste tu alma. 

A veces abrazarlo te hacía creer que el mundo era cálido. Casi que alcanzaba. 

A veces lamía tus lágrimas. 

Te intentó enseñar cosas. No sé si aprendiste. Confiaste más en él que en tu criterio. Caminabas por una cornisa pero no importaba porque caminaba cerca tuyo. De a ratos te sentías importante, hábil, hasta linda o especial. Cosas raras en vos. 

De a ratos también te dolía. 

Pretendías explicarlo como quién define una categoría de mamíferos. Y no. Su encanto era su forma incatalogable de estar presente. Su empuje y su risa y sus ojos a los que era preferible no interpretar. Y quererlo así. Quererlo mucho, pero quererlo así. Creo que eso era lo que más tenías que aprender. 

Había épocas en las que se escapaba y galopaba desordenando todo. Vos sabías que ese desorden un poco le gustaba. Que el barro en las patas lo hacía sentirse vivo y suelto y enorme. Aunque los campos que alborotara fueran los tuyos.

Y algún día ibas a entender que todo estaba bien, siempre y cuando cada tanto volviera a hacerte pensar que el mundo era cálido y vos eras importante. Como él para vos. Porque en ese hueco donde se instaló, antes no había nada. Y ahora esa nada es suya.

domingo, 20 de julio de 2014

Mirá

Mirá cómo voy
hacia vos
hacia atrás.

Mirá cómo venís
hacia mí
hacia nada.

Mirá cómo vamos
a explotar
otra vez.

sábado, 19 de julio de 2014

Una cinta roja por favor

Me puse a vagar por la web así, como quien se pierde por una ciudad nueva siguiendo recomendaciones de amigos, y de un blog pasé a otro y a otro y a otro más, descubriendo a gente que escribe como los dioses, o mejor todavía, como los demonios, y los odio y los amo y quiero conocerlos y chuponearlos y compartir cafés, pero sobre todo quiero ser como ellos, y también tengo pánico de nunca generar algo así, una identificación tan visceral con las palabras que escribo, una verdad revelada en cuatro o cinco frases, un análisis del mundo desde un ángulo tan afilado como genial, que recorta con profundo acierto las aristas de la gente. 

Porque hablan de la vida sin miedo y sus textos son como golpes sobre la mesa, subrayados con la fuerza del lenguaje coloquial bien usado o la arquitectura de un vocabulario experto. Hay tantos ejemplos. Y hablan de sexo como quien sabe coger, aman a gritos en sus posteos y desarman prejuicios con una erudición tajante que me deja muda y sintiendo celos, puros celos de esa gente que no sé quién es pero me encantaría saber cómo hacen para escribir así. Igual sé que eso no se aprende ni se copia ni se nada. Eso es estilo y uno no puede tener todos los estilos, al menos no en algo que no se aleja tanto de uno mismo, como un blog. Pero qué lindo sería tomarlos prestados para sentir que puedo tejer cualquier cosa, que puedo ser otra, que puedo escribir con otro disfraz y un teclado menos ingenuo, más mordaz, menos autocensurado, más ágil, menos algodonoso y más ávido. 

Pero en el fondo creo que soy más así, melodramática, y por eso mi estilo es este. Y aunque me asome a mundos más bohemios o más oscuros o más desenfrenados o más rancios, voy a terminar acá escribiendo sobre cómo extraño a alguien más que sobre cómo apretamos en un baño, sobre cómo quiero crecer más que sobre cómo decido hundirme y sobre cómo les envidio los textos a otros que describen tan bien eso que a mí, capaz por ser este el medio, capaz por ser vos mi lector, me cuesta publicar. 

viernes, 18 de julio de 2014

Feriado

Hay viento. Yo sospechaba que había viento pero igual me largué, porque es feriado y hay un poco de sol y las horas se van como un remolino de agua. Sólo un poco de sol, de a ratos, y viento. Pero la gente se abrigó y salió a decirle buenas tardes al 18 de julio, porque sólo hay uno por año y por más invierno que traiga consigo, conviene salir a verlo transcurrir, ahí por donde transcurre la patria, que es en las veredas semivacías y la playa gélida y en los bancos que todavía no se tragan las sombras rectas de los edificios. Gente camina, gente corre, gente pasea perros, gente pasea cochecitos, gente anda en bici, gente mira a los niños jugar al babyfútbol en las canchas de Punta Carretas, y la pelota se escapa a la calle y un auto le pasa por arriba, explotando en un instante la ilusión infantil de seguir metiendo goles, hasta que aparece otra pelota y la vida sigue. Padres divorciados pasean a sus hijos en este sabático viernes; supongo que alguno de ellos perdió un guantecito negro de lana en medio de la bicisenda pero no se va a dar cuenta nadie hasta que sea demasiado tarde y el guantecito esté pisoteado y mojado y embarrado y perdido para siempre, como pasa con casi todo lo que viene de a dos, como las medias que entran juntas al lavarropas y salen divorciadas, igual que esos padres de hoy que van por ahí sin preocuparse por que sus hijos entorpezcan el camino con sus bicis o pierdan un guantecito negro de lana. Tres jóvenes envueltos en bufandas toman mate en la arena y componen una linda foto que nunca les saqué. Una pareja se acurruca en un banco verde, ella mueve las piernas, no sé si de frío o de nervios porque él le está por dar un beso y capaz que es el primero, o el décimo, no importa, yo me imagino que es el primero y la envidio un poco. Cuando me distraigo, el viento me sacude y los patines me traicionan y estoy a punto de caerme sesenta veces por minuto, pero es parte de la gracia el estar constantemente en peligro, porque el que no arriesga no gana dicen y yo me arriesgo en cada juntura de las baldosas mal puestas, como la torpe antiheroína urbana que soy. En un hueco de sol me siento a recuperar la playa y a mirar el aire, absorta en mi cansancio, hasta que algo me toca suavemente la espalda, con ternura casi, y no llego a darme vuelta que un bulldog francés asoma su cabezota y respira como contento antes de saltar para abajo del murito porque su dueña, con una seriedad frígida, tira de una correa tensa como para alejarlo de mí. Y el perrito horrible se va y lo extraño por unos minutos, como extraño pila de cosas que nunca tuve pero que cruzaron rápidamente mi camino: perros, hombres, abrazos, oportunidades, vestidos y otras tardes de julio que no quise pasar con nadie, hasta que arranco de nuevo y los rollers se comen los metros que me separan de ese punto exacto del murito donde me siento a ponerme los championes porque el viento ahora me empuja en vez de golpearme de frente. Después es caminar hasta casa y sacar una foto de las letras corpóreas que dicen Montevideo en celeste, si es que en algún momento los turistas brasileros me las prestan. Me quedo con la M sola como símbolo de muchas cosas y me vuelvo a mi cuarto calefaccionado y la música llenándolo y la tarde que se cae, pesada, sobre este feriado patrio que ahora baño en café con leche. 


domingo, 13 de julio de 2014

Pa

Muchos de mis amigos más cercanos no celebraron nada hoy. Más bien vivieron la jornada con dolor, con resentimiento o con pesadumbre. No todo el mundo tiene un padre a mano para celebrarle el día. Hay padres que no están vivos y hay padres que no están presentes y hay padres que no están cerca y hay padres que eligieron no ejercer de padres. Alguien que quiero perdió a su papá esta misma semana. Por muchos motivos, para mucha gente hoy es un día complicado. 

Yo no sé muy bien expresarle afecto físico a mis padres. En algún momento de nuestra vida juntos se nos rompió el cosito de abrazar. Es difícil entonces decirles lo mucho que me importa que estén. Y cuánto los quiero. Pero es cierto. Los necesito y los quiero tanto como cuando me enseñaban a atarme los cordones o a dejar de usar pañal. Sé que debería hacérselos notar más seguido. Capaz que esta es una de esas notificaciones de afecto que me gustaría que recibieran.

A mi padre le debo casi todo lo que sé sobre el campo, los vehículos y las estrellas. A mis hermanas  y a mí nos enseñó a armar un fuego, a apuntar un rifle, a dominar una moto, a ensillar un caballo y a cambiar una rueda pinchada. A veces me gustaría que volvieran aquellos días de pararnos al borde de la quebrada y tratar de gritar como él, que hacía eco entre las palmeras, con nuestras vocecitas de niñas alborotadas. 

Sé que antes hablábamos más. Puede que ahora tengamos más diferencias. O menos puntos en común. Pero no me parece que estemos tan lejos. De alguna manera yo sigo tratando de alcanzar a ese caballo que va más adelante, con su silueta a cuestas y su calma y la música de su recado. Porque todavía no dejé de querer parecerme a él. 

Entonces supongo que sí tengo que celebrar y agradecer que hoy pude decir feliz día del padre. Y que no podía haberme tocado uno mejor.


domingo, 6 de julio de 2014

El abuelo

La niña lloraba. Tenía seis años y sólo atinaba a ver que su abuelo no se movía. Que estaba ahí, caído sobre la alfombra, como un muñeco de trapo. 

El anciano se había desplomado como una bolsa de papas cuando un infarto lo sorprendió recorriendo el breve tramo entre el sillón y la biblioteca. Lo primero que pensó fue que su nieta lo iba a encontrar ahí tendido. También fue lo último. 

El hombre tenía 87 años y 15 muescas en su revólver. Había pasado buena parte de su adolescencia robando almacenes pobres, para después graduarse en la escuela de la mafia que controlaba la distribución de droga en su barrio. La primera vez que le disparó a alguien fue a los 17 años. A los 20 celebró su primer homicidio. Después todo fue más fácil. Los 45 lo encontraron al frente de una banda organizada y temida que creció hasta dominar todos los aspectos turbios de la mayor parte de la zona oeste de la capital. A los 70 decidió que su hijo más chico tomara las riendas de la cosa y se retiró a disfrutar de una jubilación apacible en una chacra en las afueras. A los 76 asesinó a su última víctima, un indigente que le robaba manzanas de su campo, aunque nadie lo supo. 

Recién a los 87 la muerte le dio captura. Y lo dejó ahí, hecho una piltrafa pálida, para que su nietita lo descubriera cuando iba a pedirle que le leyera un cuento. Y la niña lo vio y lo tocó, pero los ojos abiertos del viejo le indicaron que algo andaba mal y su piel helada quiso decirle que no habría más cuentos. Entonces la niña lloró, arrodillada junto al cuerpo, porque estaba triste de verdad y sólo veía que su abuelo preferido estaba muerto.