sábado, 8 de marzo de 2014

Ser nena

Participé en una iniciativa de Urufarma para el Día de la Mujer opinando sobre cómo se debe -o no- celebrar este día.

Se puede leer en su formato original aquí (junto a otras opiniones de varias mujeres uruguayas) pero además la transcribo a continuación.


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Hace 27 años nací y les dijeron a mis padres que su bebé era nena. O ya lo sabían desde un poco antes, no sé. La cuestión es que con ese detalle, esa forma de insertarme en la categoría de mujer desde que salí al mundo, automáticamente se me adjudicaron un montón de cosas con las que debí crecer. Por ejemplo, la noción de que está bien preferir las Barbies antes que los autitos. La posibilidad de usar pollera. El mito popular de que nunca voy a poder manejar tan bien como un hombre. La idea subyacente de que tengo que estar linda y flaca y diosa para conseguir un prospecto de varón que quiera establecer conmigo un vínculo a largo plazo formal y respetable. Y un montón de construcciones más que no necesariamente son ciertas.

Soy mujer en el mundo occidental. Puedo estudiar, puedo trabajar, puedo votar. Puedo hacer muchas cosas que mis abuelas no podían o que podían pero al precio de ser juzgadas socialmente. Algunas cosas han cambiado y otras todavía se pagan a ese precio. Por ejemplo, ¿por qué mi feminidad se tiene que apoyar en tacos de 12 centímetros? ¿Por qué tengo que hacerme la difícil si me gusta alguien? ¿Por qué tengo que estar depilada para sentir que no traiciono al género al ser deseada? ¿Por qué no nos dejaban jugar al fútbol con los varones en el patio del colegio? ¿Por qué mi malhumor se reduce a que me está por venir? ¿Por qué me miran las tetas, y eso que no son la gran cosa, como si no tuviera ojos?

Lo que más me preocupa es que el machismo implícito está tan arraigado que no nos damos ni cuenta de lo mucho que convivimos con él y lo aceptamos, incluso quienes nos consideramos –con notoria ingenuidad– más abiertas o más rebeldes que la media femenina. Porque yo no tengo claras las respuestas a esas preguntas y tampoco estoy segura de que todo eso esté mal. Muy a mi pesar, me descubro recelando de un hombre que se pone cremas o de una mujer con axilas peludas. Me pregunto si hay alguna manera de que las cosas sean diferentes. Menos impuestas. Más libres.  

Estoy segura de que las mujeres todavía tenemos terreno por ganar. Esta reivindicación, que está en marcha desde que existió una señora desconforme que cuestionó la hegemonía masculina por primera vez, no se terminó. No se terminó acá en Uruguay, y mucho menos se terminó en algunas sociedades donde las mujeres todavía son consideradas propiedades, objetos, insignificantes seres de segunda y hasta de cuarta. Eso no quiere decir que los hombres tengan terreno por perder, sino que todavía hay que derrotar prejuicios y desaprender conceptos latentes erróneos del lugar de la mujer. No es una guerra de los sexos; es una escalera de equidad en la que todavía nos falta subir peldaños.

No se trata de feminizar al mundo, tampoco. Me parece que tenemos que volverlo menos orientado al macho y más reflejado en todos. No sé si un 8 de marzo dedicado a exaltar al sexo femenino ayuda en algo. Capaz que no. O capaz que sirve para que tipas como yo podamos decir lo que pensamos y tipas como vos puedan leerlo y opinar, a su vez. Y, por qué no, para que ellos puedan opinar también. Bienvenidos seamos todos. Por ahí empezamos con este tema y nos colgamos y debatimos otros, agrandando así la mirada humana, haciéndola más rica y logrando algo que hace no tanto era imposible: que las mujeres formemos parte de la sociedad como seres pensantes, libres, respetados, llenos de vida y de ideas y de fuerza; en suma, como lo que siempre debió ser desde el principio de los tiempos.

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