martes, 20 de enero de 2015

Cosas enormes

Te lavás los dientes. Bostezás. El café con leche está hirviendo. El diario no viene los martes. Bajás en el mismo ascensor de siempre los mismos diez pisos de siempre. "Siempre" se vuelve una especie de margen dentro del cual te movés hace cuatro o cinco años; lo anterior es remoto. Acelerás. Frenás en los semáforos. Te mirás en el espejo y los lentes te quedan mal. Pero los lentes nunca te quedan bien a vos. Pisás la vereda, decís buen día, abrís la reja, guardás el tupper en la heladera. Sucedés. Escribís poco, tenés miedo de repetirte. Te repetís teniendo miedo de repetirte. Sos un metacliché. Tenés hambre y a la vez te duele la panza. Odiás por momentos el aire acondicionado y odiás el calor y odiás no haber llevado un saquito. La silla es un adefesio de tortura. El reloj marca las horas capicúas. Lo familiar abunda pero el miedo también abunda. No sos nada a veces hasta que de repente sos una promesa de algo. Sos un transcurso de inquietudes mal apiladas. Caminás sin arrastrar los pies: la gente que arrastra los pies debería habitar un pequeño anexo del infierno. Creés en ciertas ideas. El pelo se te enreda todo. Comés y te cae mal. El gato te da alergia y aún así necesitás amarlo. Dormís comprimida, atada a tus nudos de la espalda. Te despertás con la música groncha de un smartphone cargado. Te lavás los dientes. Bostezás. 

Y abajo de todo pasan cosas enormes. 

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