domingo, 21 de diciembre de 2014

Polvareda

Un día pasaste tu mano por mi espalda. La sentí atravesar mi piel, despacito, desde abajo hacia arriba, hasta terminar en la zona ahuecada de mi cuello, donde empieza el pelo. La dejaste ahí durante unos segundos, como celebrando el final de un recorrido. Después el polvo empezó a caer. Primero fue imperceptible, una cosquilla del aire. Ya habías sacado tu mano pero yo todavía sentía la presión sobre la epidermis y la huella del surco invisible que dejaste paralelo a mi columna. Las motas de polvo aterrizaron posándose como helicópteros en mi superficie sin que yo me diera cuenta de que ahora una cortina de grises amenazaba lo que quedaba del tacto. Una sábana invisible me empezó a cubrir a medida que el tiempo pasaba y la sensación de tu caricia se volvía lejana. Después me quedó la espalda oscura y la piel dejó de verse, enterrada bajo ese nuevo epitelio formado por partículas de abandono y mugre. El camino que dejó tu mano desapareció del todo y mi espalda se confundió poco a poco con la tierra, hasta que un viento me levantó en nube y me convertí en un suspiro de nostalgia de nadie.

1 comentario: