lunes, 16 de marzo de 2015

Rendez-vous

Rancio era el cuarto y también la cara de ella, agrisada por los cigarrillos que le pudrían la boca. También era rancio el hombre que les señaló la habitación, con los pies encadenados al suelo por un arrastre cansino. La puerta se abrió para mostrarles que sin duda el sexo iba a ser rancio y la conversación, estéril. Siguieron los pasos esperados y la cama se lamentó de tenerlos encima. El ventilador gemía más que ella. No tuvo sentido prolongar el trámite ni fingir siquiera la buena educación de un interés mal demostrado. El espejo resquebrajado lo encontró viejo, asumiendo las canas y compensando la panza con un buen auto. Ella no quiso mirarse; se encerró en el baño y se lavó la memoria de esa tarde con un jabón minúsculo. La toalla tenía olor a humedad y colgaba de un clavo. En el cuarto de al lado alguien la pasaba mejor o simplemente gritaba más fuerte. No se miraron. Él pagó y salieron de ese telo rancio para no llamarse nunca más, a no ser que la ranciedad de la vida los llevara de nuevo a necesitarse, a olvidar que olvidaron lo rancio que fue todo y a desear algo menos rancio que el rancio vacío de sus existencias huecas. 

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