lunes, 25 de mayo de 2015

De vos

De vos me gustan tus libros, la anchura de tu biblioteca. Tu manera taciturna de responder. La oscuridad al acecho y cómo caen los rulos sobre el desorden de tus ojos nuevos. Tenés algo de sabio y algo de niño y algo de indefenso experto de la vida. No sé. Dan ganas de abrazarte y miedo.

De vos me gusta el recuerdo y que ya no estés, pero que hayas estado. La distancia que te mantiene cercano a una idea mucho más cálida que la que probablemente seas. Me gusta tu pasaje, tu huella, tu legado. La extrema claridad de tu mirada. No extraño la incertidumbre ni la tirantez; sí el privilegio de que conmigo fueras diferente.

De vos me gusta esa titilante forma de estar. Imperceptible, simpática, por momentos ida pero con la certidumbre de una charla a sólo tres palabras y un vaso. Nos reflejan espejos parecidos. Nos recordamos cada tanto. Nos encuentran los mismos desvíos. Nos entendemos mejor en silencio. Tus perros siempre me cayeron bien.

De vos me quedo con la memoria encogida de una primavera difícil. Vos querías y yo quería querer como vos. Siempre hacía frío menos en tus bolsillos. Seguís siendo todo calma, todo ofrenda. Por ahí flotan restos de nosotros que no van a llegar a ningún lado.

De vos me gusta la sensación de nudo, de hogar, de impacto. La manera en que el aire se curva en una sonrisa planetaria. Los ruiditos, los ritos, los rincones. No abras tanto los ojos que me veo.

De vos me gusta la frescura. Me gusta que sigas vigente a pesar de todo, que no descuides el contacto. Tu cara, tus brazos, tus chispas permanentes. Tu tonada de recién llegado. El ánimo, los brindis, la incansable búsqueda. La galantería tonta y eso tan cálido que me recorre cuando pienso en vos. Es que me agrandás el alma.

De vos me gustó tu aparición, tu rotura. Lo extraño de que irrumpieras con tus hábitos turbios en la estrechez de mi horizonte. Me gustó almacenarte ahí, como un hallazgo. Y dejar que volvieras a irte y nunca querer que vuelvas.

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