lunes, 6 de febrero de 2012

gaucha

Muy bonito lo de galopar entre los montes y las cañadas crecidas. Después de hacerlo durante nueve horas, como que el cuerpo pide otras cosas. Principalmente una ducha y una cama.

Era de noche y ya estábamos en pie. Ensillamos, me tocó una gateadita que debe hacer más de una década que trabaja en la estancia. Baqueanasa la doña, chicuela pero rendidora.

Salimos rumbo al ocho de abajo; éramos seis para sacar algo así como veinte novillos del potrero, que habían quedado de cuando sacaron los otros ciento y pico. No es porque los peones se hayan olvidado de ellos. Creo que sacar a esos bichos de ahí es la tarea rural más difícil que tuve que hacer desde que tengo noción.

Los muy hdps se meten entre los árboles (casi todas las 250 hectáreas del potrero están forestadas), y encima los árboles no son de una altura que te permita caminar entre ellos con cierta visibilidad. No. Los árboles son pura rama desde la copa hasta el suelo, y ya miden varios metros. Los novillos se meten en el monte, y es casi imposible encontrarlos. Aparte se quedan quietitos, como para joderte, y vos das mil vueltas por todos los senderos entre los árboles (perdiendo totalmente el norte), sin verlos.

Y cuando los ves, son tan ariscos que salen despavoridos, y te tenés que sumergir en el ramaje (menos mal que fui de sombrero, que me sirvió como escudo para conservar los ojos) y no ves nada y los bichos se van literalmente a la mierda. Y vuelta a empezar a buscarlos entre la espesura. Además del agregado de que los árboles estaban bañados por la lluvia de ayer, así que quedé ensopada durante varias horas.

Pero bueno, fue emocionante porque me encontré con los novillos varias veces, y para que alguien te ayudara tenías que gritar, o si andabas perdido, escuchar los gritos de los demás para saber si alguien había encontrado algún vacuno. Y en la segunda ronda de inspección, después de encontrar nada más que a trece, fui yo la que descubrió cinco reos más y los hice salir del monte y cruzar una cañada que más que agua es barro que te absorbe, hasta el punto que los caballos se niegan a atravesarlo. Mi pobre yeguita una vez lo cruzó a todo galope porque sabía que si frenaba se le hundían las patas hasta la rodilla en el bufadal.

Lo único malo fue que después de tres rondas de búsqueda (como cinco horas), nos quedaron cuatro metidos en algún lado del monte. Volvimos con los caballos cansados derecho a almorzar y descansar un rato.

Al trotecito de mañana no se sentía tanto el calor, pero la tarde fue absolutamente demoledora. No sé si hacían cuarenta grados, pero lo parecían. Mientras papá vacunaba en el tubo, yo manejaba el cepo y dejaba salir a los que iban quedando prontos. Los demás metían a los bichos en el tubo.

Después de un rato de abrir y cerrar el cepo, sentía que me iba a desmayar si no me metía abajo de un chorro de agua fría. Pedí time out y me fui a la casa a tomar como dos litros de agua, y volví. No corría una gota de aire. Lo único frío era la conservadora para las vacunas. Y yo tenía bosta y barro salpicado por todos lados. Y la camiseta ensopada. Y chorreaba. Y la presión por el suelo. Y estaba agotada pero contentísima.

Lo último fue juntar otro potrero más, divertido porque trajimos al ganado entre la soja. Pero qué cansado quedó mi caballo, y qué ducha que me dí apenas llegué. Ahora cena de milanesas y bombones que tiene papá escondidos de postre. Y mañana a las seis, tocan los terneros que se refugian en los montes del nueve. No es changa.

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