jueves, 30 de enero de 2014

Mil

Creo que cada vez tengo menos idea de la vida y de eso se trata todo. En este descampado desde donde miro pasar las cosas no hay grandes certezas. Me asusta la vorágine violenta y, a la vez, me excita. Reclamo independencia y también añoro afecto, supervisión, lazos. Es difícil. Estoy buscando entusiasmo con un hambre feroz que languidece cada mañana entre los almohadones de la rutina. Quiero besos seguros y abrazos vulnerables. No me alcanzan los relojes de la noche. Necesito no parar de trabajar pero también son esenciales miles de minutos de nada. O de leer. O de mirar cómo se desenreda una historia afilada en una pantalla. Ya no importa en qué pantalla. Me quiero desenvolver así, como un personaje entrañable pero lleno de rica oscuridad en una serie cautivadora de trece episodios que elevan la adrenalina, interrumpen el pulso y pueblan la ficción de suspiros y gritos de euforia. Quiero que alguien me deje boquiabierta y muda. Como si estas mil cosas publicadas de golpe desaparecieran, yo fuera un territorio nuevo que explorar, y el pasado se perdiera en papeles arrancados y tirados al vacío, o quemados. Mejor quemados: efusivas bolitas de fuego que no dejan más que ceniza y olor a memoria trunca. Y aparecer en un páramo chamuscado toda envuelta en humo, como quien sobrevive.

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