El viernes de nochecita, en un silencioso tramo de la ruta, me encontré con los molinos de viento a contraluz de los restos del día, estáticos, y arriba la luna como un gajo de uña. Pensé en parar y sacar la foto, pero la distancia era mucha y el cansancio era largo. Así que seguí, quedándome sin atrapar la magia pero sabiendo que yo la vi existir a un costado del camino.
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