A veces en esos rincones de rambla que miran al mar, donde se puede estacionar enfrentando a las olas bajo el rumor de la noche, las palabras y los gestos llenan el auto y lo inflan. El techo se ensancha y hay que bajar los vidrios para que entre aire y salga magia, porque da un poco de miedo creerse todo lo que pasa ahí adentro mientras la radio murmura su música de regreso a casa y queremos todo menos regresar a ninguna parte. Que las palabras sigan y los gestos se eternicen, que la noche sea cómplice de que podemos probar de nuevo y ver qué se siente. Porque descubro que aún hay cositas vivas en mí mientras hago de cuenta que miro el mar y en realidad miro hacia adentro y hacia vos, entrecerrando los ojos por las dudas, para que no me encandile la ilusión y todo eso.
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