lunes, 10 de febrero de 2014

Oídos

La gente me cuenta cosas. Por alguna razón soy digna de esa confianza que se deposita en un extraño de apariencia inofensiva, o en un leve conocido con cara de respetar el silencio, o en un amigo que escucha y hace preguntas. Entonces me entero de que a alguien le gusta desnudarse en la playa, o de cómo fue un festejo de cumpleaños en un cabaret, donde los hombres terminaron bailando en una jaula rodeados de prostitutas. O me cuentan, con la emoción palpable en cada línea del mail, cómo fue abortar. O me explican, a los 10 minutos de empezar a chatear, que adelgazaron 100 kilos. Me dicen que fueron infieles. O que nunca lo fueron. Que ya no se drogan. Que tuvieron sexo con tal y con tal. Que su vida cambió en un instante cuando pasó algo impensado y horrible. Que son hombres y les gustan los hombres, y viceversa. Que están peleados con toda su familia. Que no tienen amigos. Realmente, me cuentan que no tienen ni un amigo con voz de normalidad. Que no quieren tener hijos. Que nunca se enamoraron. Que toman ácido en las fiestas. Que odian su trabajo. Que no les dan los huevos para hacer cosas. Que su padre es de lo peor y les mintió toda la vida. Que su madre es alcohólica. Que están buscando un bebé. Que no les da la plata para mudarse. Que tienen una amante y una novia, además de una esposa e hijos. Que tienen miedo. Que tienen cáncer. Que los van a despedir. Que sufren. 

No sé por qué, pero la gente me cuenta cosas. Y yo enhebro secretos en un collar de historias para combinar algún día con mi vestido de escritora. 

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