lunes, 1 de septiembre de 2014

Lunes

Me miro las manos. Están raras. Me pesa la taza, de golpe. La dejo en la mesa, junto al teclado, que se me antoja enorme y lleno de grietas. Me voy hundiendo en la silla lentamente. La pantalla se vuelve cine, la mesa es una montaña. No alcanzo a ver más allá de los márgenes de mi escritorio. Mi libreta es un desierto enorme con manchones de tinta. El pliegue de la punta de la hoja es un triángulo de vértigo. El aire me sobra. Ya sólo veo la alfombra y mis pies, achicados. Mis piernas cuelgan sobre el abismo de la silla. Ocupo cada vez menos superficie. Oigo menos ruidos. Me sumerjo en el asiento. Quedamos solo las fibras grises de la butaca y yo, cada vez más pequeña. Me aferro a un hilo que se vuelve tronco y cierro los ojos hasta que desaparezco. 

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