lunes, 18 de febrero de 2013

A tu salud

El otro día con un amigo hablábamos del alcohol. De si decimos más cosas cuando estamos borrachos que cuando estamos sobrios. Coincidimos en que no. En que decimos las mismas, quizás de formas más desubicadas. Al menos, yo creo que no es que me animo a decir más cosas borracha. Como en general tiendo a hablar de más y a decir lo que se me ocurre, cuando tomo lo que más hago es repetir diez veces lo mismo, acentuar las erres y las eses, y reírme de todo. 

Antes pensaba que lo de que no te acordabas de las cosas después de una borrachera fenomenal era mentira. Que no podías olvidarte, que los que decían eso querían excusarse de algún lapsus estando beodos. Después fui descubriendo que es muy posible. Que hay conversaciones enteras que no recuerdo, episodios, anécdotas, acciones. Hay un limbo por ahí donde mi cerebro guardó unas vivencias ebrias que probablemente nunca emerjan en mi lucidez. No muchas. Por ahora puedo vivir con eso.

Tengo una amiga que no toma nada. Apenas algún daiquiri, y no llega a terminarlo. Y alguna vez, cuando me emborracho, me cuestiona. Que por qué. Qué le veo de atractivo. Primero que no me emborracho día por medio ni mucho menos. Ni siquiera fin de semana de por medio. Pero bueno, en comparación con ella sí soy más alcohólica, lógicamente. Lo que le veo es parecido a lo que me hace el relajante muscular. Es como que importan menos cosas. Flotás ligeramente, con el cuerpo descansado. La risa se aloja en tu charla. Las tensiones se disipan un poco. Hay más camaradería. Es un tumulto de pequeñas gratificaciones instantáneas.

Hoy me dolía la cabeza y me sentía estúpida y sola. Así que me hice un gin con pomelo. No gané nada, pero durante un ratito tuve algo que hacer y justifiqué mi tristeza. Con un gin con pomelo no me emborracho, obviamente. Pero entro en esa mentalidad de bienvenido alcohol, acompañame un ratito. También comí sugus y charlé con amigos. Y escribí este post.

No hay comentarios:

Publicar un comentario