lunes, 11 de febrero de 2013

Animales

1. Veía lloviznar por la ventana de mi cuarto. Olía lloviznar, también. En eso, un zumbido hace ondas en el aire y un minúsculo picaflor se asoma entre las flores del jazmín del cielo que crece afuera de mi cuarto, llevándose sorbos de entre los pétalos. De repente se dio contra el mosquitero una vez, dos. Siguió revoloteando como si nada.

La belleza no siempre es inteligente.  La fragilidad no siempre es débil.


2. Había dos caballos tordillos en el piquetito de los carneros, justo al lado del parque. Fui con mi freno y agarré a uno, el más grandulón, el que se dejó enfrenar primero. Era tan grandote que la cabezada le quedó chica, y tuve que atarlo medio a lo bestia hasta traerlo cerca de la casa y cambiarle el freno. Lo ensillé. Se portó bastante bien, aunque debo confesar que su tamaño me amedrentó un poco. Me subí, y salvo unos bríos contenidos, se quedó quieto. Después salí, anduve unos metros y me di cuenta de que había algo raro en su andar, a pesar de que parecía robusto y saludable, y respondía a todo lo que le pedía. Estaba manco. Volví para atrás. Desensillé. Le lavé la mano que tenía una herida grande expuesta justo atrás del vaso. Lo solté de nuevo y me sentí culpable.

Los más fuertes también se lastiman. Los más nobles lo disimulan mejor.


3. Salí en moto de tardecita, cuando el sol mandaba hacer sombras largas y la humedad afloraba sobre los pastos. Me fui bastante lejos, donde el padrillo cuidaba a sus yeguas y potros. A la vuelta, entre unos matorrales, vi una cosa inmóvil y gris. Una oveja. Estaba replegada sobre sí misma, echada, con la cabeza hacia un lado y tenía el único ojo que yo podía ver cerrado de una forma casi apacible, desgarradora. Paré la moto y me acerqué. El ruido de las moscas era insoportable. Tenía una oreja comida por la bichera, y todo el costado. Le agarré la lana de los lados del lomo, como para levantarla, pero el susto le dio fuerzas y se paró sola, y salió correteando. Pero me dio la sensación de que tenía ganas de morirse, y de que yo había interrumpido su derrotada placidez.

La muerte puede ser algo deseable. El miedo, a veces, es lo que te empuja a existir un rato más.


4. No llenamos del todo la piscina, apenas por la mitad. El calor me obligó a chapotear unas cuantas veces, y en uno de esos baños descubrí, ahogado en el fondo, un pequeño sapo amarillo. Al principio pensé que estaba vivo, pero lo toqué ligeramente y su cuerpo estirado y rígido se bamboleó en el agua. Se ve que se emocionó con todo ese charco gigante y no pudo salir después. Me olvidé de sacarlo con el calderín, pero alguien lo pescó porque hoy ya no estaba más.

La utopía puede ser peligrosa. Saltar es tentador, pero hay que haber estudiado la forma de escapar. Por las dudas.


5. Al lado de la piscina hay una palmera, que parece ser donde muchas palomas hacen sus nidos. Y cada verano se les caen los pichones. Hace un año intenté salvar a un par, de esos que son grandes porque tienen plumas pero chicos porque todavía no vuelan. Porque hay unos gatos que rondan la casa de noche, especialmente cuando asamos algo en la estufa. Los llevé lejos, a unos ombúes medio decrépitos. Los dejé ahí. Se los deben haber comido los lagartos en vez de los gatos. No sé qué es peor. Hoy vi a un pichón caído, correteando por el jardín, y no hice nada.

La naturaleza es sabia, dicen. Quiero creer.

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