Hay una bandada de golondrinas revoloteándome adentro. Y vos les das de comer.
Las invitás, tímidamente, a posarse sobre tus hombros cada tanto, para domesticarlas. Les acariciás las plumas con tanto cuidado que parece que ellas te acarician a ti. Les hablás, en susurros largos, y ellas se calman de a poco.
Hay una bandada de golondrinas anidándome adentro. Quedándose a vivir.
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