sábado, 25 de mayo de 2013

La nada y yo

Y entonces quedamos, la nada y yo, mirándonos otra vez las caras. Ella sonreía. Yo no, pero esta vez tampoco lloraba. En el fondo siempre habíamos estado juntas. Todo este tiempo fue un vacío lleno de nada. Hasta ese momento en que decidí que era hora de aceptar que no había otra cosa que su inabarcable solidez. Ella sonreía, porque siempre lo supo. Yo no, porque también lo supe a pesar de todo. Aunque quise creer otras cosas. Pero ahí quedamos, la nada y yo. La abracé, porque era mi nada y la quise hasta con sus desdichas. La quise desde lo hondo y desde lo eterno. La abrace con furia y la solté. Y empecé a caminar. 

Ahora siento que viene atrás mío. No sé si sonríe ya. Pero no la voy a mirar más. Era mi nada y esa nada era mi todo. Pero no quiero mirarla más. No quiero pensar en que vuelva a abrazarme, porque puede que me den ganas de acostarme ahí, y que me arrope. Y las nadas no arropan porque las nadas dan frío. Las nadas te dejan indefensa y loca. Entonces camino. No sé a dónde, pero camino, y un día la nada va a quedar atrás porque no quiero parar de caminar, porque si paro la nada va a ver que estoy llorando. Camino como si nunca hubiera tenido sueños repletos de nada. Camino para alejarme de algo que me sigue, así que tengo que caminar más rápido, más firme, más ágil. Porque la nada está atrás y alrededor y sobre todo adentro. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario