lunes, 12 de agosto de 2013

Hoy lloré

Capaz que fue la fiebre o la impotencia o el afloje, pero hoy lloré. Lloré en el sofá de casa apenas llegué, porque no sentía las manos ni los pies del frío, y temblaba sin parar. Lloré porque no podía moverme sin doler, porque no quería sacarme el abrigo, porque eran las nueve y media de la noche y no había nadie en casa aún. Lloré porque estaba profunda y totalmente cansada, del día y de la semana pasada y del año y de lo que significa no parar de hacer las mismas cosas en ciclos similares de rutina que se repiten y perpetúan por mucho tiempo. Lloré porque a veces no puedo con todo lo que quiero ser capaz de hacer. Lloré porque mi agotamiento es bueno pero es mucho y porque faltan cuatro días para irme de vacaciones, pero no logré terminarlos entera. Lloré porque me duele la garganta y tengo 39 de fiebre y esas cosas me asustan porque nunca tengo tanta fiebre. Lloré porque fui a la emergencia y ni siquiera me tomaron la temperatura ni me tomaron en serio y pasé las últimas tres horas previas al llanto creyendo que estaba loca e hipocondríaca y exagerada. Lloré porque la médica me trató feo y no pude ni discutirle por el cansancio, porque la jornada fue eterna y sin pausa, porque alguien lloró a mi lado hoy más temprano, y ella tenía lágrimas para medio mundo. Lloré porque no pude terminar la sopa de arroz que me hizo mi madre. Lloré por cosas pequeñas y mundanas, torpes cosas afortunadas, bendiciones con cara de responsabilidad y desbordes de cariño. Lloré porque me siento querida y quiero devolverlo con creces. Lloré porque a veces colapso y somatizo y me enfermo y lloro, y porque hoy me dejé morir en el sofá de mi casa, llorando, capaz por la fiebre o la impotencia o el afloje. 

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