domingo, 12 de mayo de 2013

Amatxo

De repente es el día de la madre, y estamos visitando a mi abuela. Mi abuela con su brazo recientemente quebrado, con su mirada de estar en otra parte, con sus manitos con guantes y el pelo blanco completamente. Mi abuela que no sé si entendió que éramos sus nietas. 

Ella pasa los días sentada en un sillón mirando la tele. Creo que no entiende lo que está viendo, porque a veces vamos y es una película de autos de carreras, a veces es una telenovela, a veces es la televisión española que mira con actitud distante. Y a veces sólo mira por la ventana y ve pasar los autos. O cierra los ojos. 

Apenas camina. Apenas todo. En algunas ocasiones muestra una chispa de vida. Una evidencia fugaz de que hay alguien ahí. Generalmente es como una niña, aunque tiene 87 años, una guerra y un exilio encima. Quiere comer y dormir, y nada más le remueve el placer de la existencia excepto, quizás, un bombón de chocolate.

Su postración, su confusión, su volatilidad mental y su debilidad me dan una pena horrible. Tengo miedo a la vejez. A convertirme en un resabio de persona, no recordar las caras de mis nietas. Olvidar los nombres de mis hijos. Y sin embargo, si llego a esa edad y a ese estado tan frágil, me gustaría tener hijos que vinieran a hacer el esfuerzo de recordarme quién soy. Y lo que dejo en esta tierra.

2 comentarios:

  1. Gracias! Me emocioné porque al leerte volví a sentíir el perfume del pelo de mo abuela, vi su sonrisa y sentí su mano acariciándome. Gracias! @soycristin

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  2. Empecé a leerte y recordé ese miedo que yo también siento a la vejez "mala". Porque también hay vejez "buena" y mi deseo es siempre que me toque de estas.
    Gracias.

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