jueves, 28 de noviembre de 2013

Carlos Pérez

El ruido es constante y el tumulto, eterno. Por eso está bien rodearse cada tanto de gente que está sentada en una plaza en silencio, escuchando con avidez las palabras de alguien que está un poquito más despegado, un poquito más arriba, que cuenta cómo ve la cosa desde donde la cosa se vislumbra un poco más grande, menos aguda, más sensata, más callada. Humana, en definitiva. Universal. Intemporal y, a la vez, producto de su tiempo. Alguien con un poco más de amplitud para abarcar lo inabarcable. Y con la generosidad suficiente para contarlo y poblarlo de ejemplos. 

Y observar los signos de los tiempos y entender las verdades universales. 

Y ver para creer, pero sentir para asegurarse. 

Y buscar tercamente la perfección.

Y salvar delfines en comunidad.

Y no perder el amor.

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