viernes, 1 de noviembre de 2013

Desgano

No quiero escribir. No tengo ganas. O capaz que no tengo ganas de que me lean todos. De que me escudriñen el alma y el humor, de que me adivinen indecisa y torpe, de que intuyan los miedos. No tengo ganas de estar enferma otra vez. No tengo ganas de ver ese auto celeste parado en la esquina de mi casa. No tengo ganas de pisar el barro del cantero central de Ricaldoni. No tengo ganas de pizza con poca salsa ni de empanadas llenas de aire. No tengo ganas de más oroflogol y omeprazol y supradyn forte. No tengo ganas de perderme la vida de afuera. No tengo ganas de estar insensible y bruta, agria, frustrada. No tengo ganas de estropearme las uñas recién pintadas. No tengo ganas de salir ni de quedarme en casa. No me gustan las películas que veo. No me entusiasma el libro. No me veo reflejada en el zoológico de las redes sociales. No entiendo de qué se ríe la gente ni por qué el taxista porteño estaba tan enojado con todo, o por qué el taxista brasilero en Buenos Aires nos llevaba enloquecidos con esa música de mierda. No entiendo por qué ya ni siento el deber de llenar estos posteos. No sé si me quiero esconder o enfrentar al mundo. No sé si soy mala o pésima en lo que hago. No tengo criterio. No tengo noción. No sé si caigo bien o como el culo. No sé cómo volver a enamorarme. No sé dónde dejé algunos recuerdos. No tengo ganas de que me digan lo que tengo que hacer, pero a veces es más cómodo que sólo me den instrucciones. No sé si alguna vez se me va a ocurrir una buena idea. No tengo ganas de seguir engordando ni tengo ganas de parar de comer. No tengo ganas de escribir esto ni tengo fuerzas y sólo lo hago para que no se muera del todo esta bitácora inútil de emociones que alguna vez concebí con ganas. Para que todos lean exactamente lo que tengan ganas de leer. Lo que yo no tuve ganas de decirles. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario