lunes, 5 de mayo de 2014

Ese edificio

Abrí una de las puertas y era una habitación enorme y oscura, con olor a humedad y a diarios viejos, con sensación de sótano y opresión de cementerio. No quise entrar; cerré lo más sigilosamente que pude y me aproximé a la segunda puerta, robusta y roja. Tras ella se escondía un pequeño jardín de cactus y un par de gatos naranjas se estiraban perezosos sobre un pedregullo claro acariciado por unos pocos rayos nítidos de sol que se filtraban por entre los gajos de una claraboya. Daban ganas de quedarse. Pero seguí abriendo puertas en ese pasillo en espiral, encontrándome con un cuarto repleto de globos de helio, otro que era un campo infinito donde unos caballos me miraron mirarlos, otro que parecía una modesta biblioteca, otro donde se revelaban fotos, otro donde se escuchaban murmullos y conversaciones, otro donde no había más que un lápiz y un papel en blanco, otro con un espejo y otro que era un depósito de frascos llenos de perfume. Al final, tras una puerta de hierro, me encontré con un freezer y, dentro, un corazón humano. Después, en silencio, salí, me fijé que todas las puertas de ese edificio que era yo quedaran bien cerradas y me fui a dormir, no fuera a ser que se escaparan a pulular intimidades por el corredor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario