miércoles, 6 de agosto de 2014

Psicodelia

Un enjambre despelotado se desenrosca sin pienso y sin reglas y sin acierto a partir de un título. El centro de mi cama es el centro de todo. Soy el eje de lo que para mí es el universo, un núcleo denso, pesado como todo el metal del mundo junto. No sé si el tiempo es ahora o si fue ayer o el otro día. Si la verdad fue eso que pasó en el sillón incómodo, si fue el ballet o esos tragos en un bar nuevo o las risas que conseguí robarme hoy. Porque al final todo tuvo algo de certeza y algo de misterio. Porque mejor no me ato a nada ni a nadie y mejor me escapo o me escondo. O todo lo contrario, y digo que acá estoy metiendo la pata pero con firmeza, con la testarudez del que se equivoca de idea pero no de actitud. No sé. Un poco de la historia de la humanidad se condensó en cada una de esas verdades. Una boca partida, dos ojos esquivos, una lluvia ronca. El dolor sirvió como evidencia. Los rituales me hicieron bien. Las exigencias me desencantaron. El teléfono sonó bastante y a veces hasta fue porque alguien quería hablar conmigo. Creo que necesito carteles luminosos que me digan es acá, es ahora, sos vos. Pero no llego a leer antes de que se apaguen. Es que la niebla no me dejaba reconocer la señalética. La carretera estaba encharcada. En ese momento el auto era el centro pero después el eje se movió y el centro era otra cosa, la verdad era otra cosa, yo era otra cosa. Era yo pero volcada en el delirio ajeno. Era lindo. Como las caras en el sofá y el olor a pintura y la comunión con pizza casera. O la tarde incendiando los edificios. Cómo no va a haber horizonte, si lo veo ahí, resquebrajado por un mosaico de azoteas. La verdad estaba en un panqueque y en una caja que dejaron en portería. En un buzo negro de lana. En una foto posada. En el libro que decidí no leer para escribir esto, porque acá también estaba la verdad, como estuvo en el enojo y en la rabia y en el llanto, pero también en las palomas que coqueteaban y en la chica con acné que se me sentó al lado en el 405. La verdad estuvo en la ventana abierta. Palmeras, cerros, vientos, cúpulas, calles con nombres extraños. El mar borracho. El tercer gin. El olor a muelle. La seguridad del acolchado. La marca de un vaso en la madera. Gotas rompiendo el parabrisas. Las papas fritas sin alma en la basura. La voz monótona de la injusticia. Una cucaracha trepada a la cortina. Un desvelo. Un eco. Un canto flamenco que estuvo en todos lados. Que también estaba en mí y en la comida china. En el frío reventado de una ida al parque. En el mural de la mujer con tres tetas. En un recuerdo ahogado. La flor quemándose. El abandono. Todo tan cierto como este engranaje de psicodelia inconexa en un miércoles agotado, y como el centro hundido de mi cama, donde se va ahuecando la verdad del colchón bajo el peso de dormir sola. 

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