lunes, 22 de abril de 2013

Eurorail

Iban en un tren, aprovechando los asientos para dormir lo que no podían dormir en las partes más activas del viaje. Eran tres y sus mochilas parecían tres más. Estaban cansados pero felices. Uno de ellos roncaba, mientras otro, con cara de niño, recostaba la cabeza en su hombro. El traqueteo del tren iba hundiendo el rostro infantil en el pelo largo y voluminoso de su amigo. La tercera era una chica y estaba sentada frente a ellos, dormitando más intranquila y sobresaltándose ligeramente cuando el vagón se sumergía en un túnel o volvía a llenarse de luz. 

Los tres dormían cuando pasó aquello tan fugaz junto a las ventanas, volando y lanzando hilos de fuego por unas narinas inmensas. Nunca lo vieron, y eso que durante un instante planeó a la misma velocidad que el vagón de ellos, y podrían haberlo observado con asombro, o quizás con miedo, o con la fascinación lúdica de un turista. Los varones no salieron del sueño y la chica recién abrió los ojos cuando el tren ingresó al túnel, pero para entonces el dragón ya se dirigía a la cima de la montaña.

El tren llegó a Praga a las cinco de la tarde, donde ya era noche cerrada. El frío sí los despertó, pero se habían perdido la magia. No les importó porque nunca lo supieron.

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