viernes, 26 de abril de 2013

La agencia

Nunca pensé que me iba a sentir tan a gusto. Pero la verdad es que cada día agradezco la oportunidad de entrar por esas tres puertas consecutivas y tener un lugar donde sentarme y una computadora con mi foto de los barquitos del Parque Rodó de fondo. Es una máquina bastante lenta, pero es para mí y nadie más la usa. Y tengo el mejor rincón del mundo tapizado con los recuerdos que fui cosechando en estos casi once meses de trabajo. Conozco las rutinas, los movimientos. Las paredes de vidrio me parecen más amigables que expositoras. La terraza siempre me ofrece su complicidad y su cielo. Ya llené toda una cuadernola de garabatos y me siento tan a mis anchas que una vez dormí una siesta de 10 minutos y otra vez me descalcé. Sólo esas veces, lo juro. 

Quizás esas cosas podían llegar a ser previsibles después de un tiempo considerable pasando ocho, nueve, diez y hasta dieciséis horas diarias ahí adentro. Pero otras cosas no eran tan previsibles. Y por eso son todavía más gratas. Como por ejemplo, el ritmo de vértigo con el que estoy aprendiendo cosas. Nunca termino de ver la totalidad del negocio, aparecen cosas nuevas y siempre estoy refrescando temas que pensé que había entendido pero no, porque son más grandes y más ambiciosos y más desafiantes de lo que pensé que eran, y eso es genial. Porque tengo que ser una esponja y no puedo descuidarme. Y todo me obliga a ser mejor, y no me aburro. 

Y si me descuido, o no estoy siendo lo buena que puedo ser, o dudo hasta de mi sombra, alguien me recuerda de la mejor manera posible que esperan grandes trabajos de mí. Que no necesariamente son grandes resultados, pero van camino a eso. Y logran hacerme competir contra mí misma, y contra mis inseguridades. O me quiebro y exploto y lloro y después de eso sí saco lo mejor que tengo. Está bien quebrarse. Es para levantarse más firme. O no logro sacar nada, pero hago el camino de búsqueda. A veces no quiere salir, la mayoría de las veces, pero me enseñan cómo encontrarlo. Ojalá yo pueda hablarle así de paciente a alguien como me hablan a mí. Ojalá también pueda hacerme merecedora que esa confianza que me tienen, o que yo siento que me tienen, y eso es lo que al final vale y lo que a mí me hace fuerte. Porque podrían no decirme nada, aunque creyeran que soy capaz de algo, o podrían no creer ni siquiera en mí. Y sin embargo creen. Y sin embargo me alientan. 

La verdad es que a veces me siento más en casa ahí que en mi verdadera casa. Aunque cada tanto me derrumbe lo grande de las oportunidades y lo pequeña que me siento frente a ellas. Aunque no todo vaya sobre ruedas y haya textos míos que nunca ven la luz. Aunque a veces naufrague o haga el ridículo. Aunque pierda batallas. Aunque se enrarezca el ambiente porque es difícil llevarnos bien siempre. Aunque tenga episodios de duda y de crisis. Aunque me esconda en un baño para llorar, o en la azotea, o en el consuelo de otro departamento. Aunque sienta que me faltan miles de años de aprendizaje. 

Porque encontré personas que no quiero que desaparezcan nunca. Porque todos, a su manera, me hacen creer en mí misma. Porque me desafían con inteligencia y entusiasmo. Porque me siento querida. Porque siempre tienen palabras generosas. Porque no escatiman en paciencia. Porque no sólo me explican, sino que me forman, me moldean. Porque hay mucho espacio para la risa. Porque hice amigos. Porque no siento otra cosa que agradecimiento. Porque todos se preocupan por hacer del lugar de trabajo, una especie de hogar. 

Y así es fácil levantarse y tener ganas de ir cada mañana. 

2 comentarios:

  1. No me sale decir otra cosa que "me encantó". Cómo describis, circunscribis, trascribis y escribis.

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    1. Es que es un lugar que me encanta. Gracias muchas :)

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