(Porque a veces vivimos de hacer de lo viejo una novedad, desenterré este cuento).
Te llevo como siempre, Negra. Nuestras piernas se
enredan y se desatan como siempre, como nunca, como hace años que vienen
buscándose y rozándose en este baile, como la música las llama y las aviva en
este tango. No nos importa el cambalache problemático y febril, es sólo una
excusa para que suene ese bandoneón que nos hace hervir la sangre. Vibramos de
a dos como uno, tus pies siempre a punto de encontrarse con los míos pero
levantándose un segundo antes, el cálculo perfecto, sin esfuerzo, una vida de
acompasar nuestros pasos, Negrita, una vida de ese ritmo único que aprendimos a
respirar juntos, a leer en el giro del otro, en el golpe firme pero amortiguado
de tus tacos, de esos pies enérgicos tuyos que venero. Un tango más, un tango
que de nuevo hacemos nuestro porque levitamos con él, sufrimos con él, giramos
eternamente entre sus sonidos que embrujan, que embriagan, que me derriten por
dentro y me hacen desearte más, como anoche mismo te deseaba, y como todas las
otras noches. Te miro a los ojos y sé que captás lo que pienso como siempre lo
has sabido hacer, dejándome loco por tus ojos negros, por tu pelo negro, esa
cascada que ahora domás con un moño que yo sabré soltar más tarde, esa figura
perfecta que parece mi sombra en este baile donde cualquiera es un señor. Y
siento que arde mi piel donde la roza la tuya, siento lo mismo que hace tantos
años, tal vez no fueron tantos, pero parece una vida, porque entonces yo era un
muchachito ingenuo y vos una pibita de barrio. El tango nos presentó en aquel
club, ¿te acordás?, y te tomé de la cintura y todo se volvió sur, paredón y
después, y un sinfín de melodías más tarde seguíamos prendidos el uno del otro,
enroscados y haciéndole compañía a un Gardel medio rayado, a esa rosa que se
vestiría con su mejor color, el rojo, porque siempre fue tu color, como ahora,
cuando esa tela suave te ciñe el cuerpo como un guante impecable, sos toda
sangre, Negra, toda pasión hecha figuras, hecha torsión, hecha nostalgia, hecha
entrega. Sos del tango, aunque me duela. Aunque te logre tener de a ratitos en
un salón o en una cama, sos toda de esos grandes que compusieron para vos, para
tus vueltas, tus piernas como caminos, tu tranco de yegua elegante y hasta tu
nombre de tango, Malena, aunque siempre la Negra, porque los duendes y
fantasmas no los tenías en la voz sino en el alma, la gloria de tus piernas se
desparramó siempre en el baile, como una explosión de movimiento, como
haciéndole el amor a una guitarra. Y hoy estás única, porque aunque ya bailaste
mil y una noches este mismo orden de estrofas lo sabés refrescar, le contagiás
ese aire tan tuyo, ese coraje que impregna todas tus calesitas, y la rutina se
hace inédita, impredecible hasta el momento previo a la certeza de tus pasos,
donde descubro que seguís rodando entre mis brazos, girando, volteando el
cuerpo hacia donde yo te llamo, donde yo te busco, casi como siempre, pero hay
algo nuevo, una estridencia, un desafine en este instrumento que somos. Porque
aunque acudís cuando te reclamo, aunque tus músculos me responden, aunque venís
a mi encuentro, a la misma vez huís, te siento irte, tan lejos de estar
marchita, tan poco mía y tan del tango. Bailás para vos, para ellos que te
miran, y por primera vez me doy cuenta que ya no bailás para mí, que ya no te
sirven mis brazos dispuestos a guiarte, que mi talle te queda chico y te sigo
apenas, con la fatiga de mis años a cuestas pero vos siempre tan joven, siempre
tan bruja, como volando en la danza mientras mis piernas no se despegan del
suelo triste. No vuelo contigo, no sirvo para vos. Querés criar alas, correr
por las cornisas, se lo debés al acordeón que te desveló el alma, que te
embrujó el corazón con su angustia, y me doy cuenta de todo mientras me mirás
con tus pozos negros, tus ojos profundos. Ellos están mudos pero tu cuerpo me
habla, tu carne me lo dice en chorros de baile, en intrincados nudos y garufas,
en esa aura de mariposa maleva que te rodea. Y hacés sangrar mi corazón cada
vez más, mis pies fallan, imperceptibles pero fallan, y esa obra magistral que
es tu cuerpo se tensa en rechazo, se tuerce siempre impecable pero rígida,
aunque nadie lo nota, solo yo, que voy perdiendo la música de los pies pero
sigo entendiendo tus estremecimientos como si fueran míos, como si fueran digo,
porque ya no lo son, me lo aclarás en cada fricción de pieles. Te siento lejos
como nunca, me tomó por sorpresa este baile, la inexorabilidad de este tango
que seguro será el último que bailes conmigo, porque sos así, Negra, tan mejor
que yo, y así te quiero y así me duele quererte. Tu imagen se agiganta a medida
que te despedís de mi torpeza, de a gotas me vas dejando desolado, mi cuerpo se
achica y se vuelve trágico, una burla al tango que vos ennoblecés, a ese
cambalache de sensaciones que me trituran el pecho, una puñalada amarga ahí mismo,
donde solo por vos palpita ese montón de venas. Me condena un desencanto
brutal, el mismo que condenó este baile, que condenó este mal llamado amor,
este idilio con una mina que me dejó por el tango, que me rechazó con un sopapo
hecho danza. Aprendí tanto contigo, Negra, y ahora pienso que todo lo que sé
del tango lo sé de vos, de ese torrente que te brotaba cada vez que escuchabas
a Piazzola, a Discépolo, a Aníbal y Homero y todos esos amigos tuyos, que
siempre te conocieron mejor que yo, que te hicieron suya en cada sonido, que
amaste como no amaste a esta marioneta que soy, que fui para vos, Malena, yo
que arrastro este martirio, que sé que me voy a quedar solo, despiadadamente
solo. Veo tus labios apretados, como el rencor, mientras ladran los fantasmas
de esta canción que yo ya no bailo, porque la sufro, en cada paso que damos la
siento desgarrarme un poco, apuñalarme un poco, te siento hiriéndome con tu
futura ausencia, tu cercana ausencia, porque me vas a durar lo que dure este
tango, que ya se termina, que ya se muere, con sus últimos acordes, dale nomás,
dale que va, y sigue acabando, quejoso, el tango, como acaba mi vida contigo,
mi baile, todos mis bailes, porque no puedo si no es contigo, porque herida
como un sable sin remaches se me va la existencia, y vos acelerás el paso hasta
morir en mis brazos, quieta pero libre, libre de mí, porque termina este largo
tango que fuimos, y de repente ya no hay música ni voz, ni hay tango, ni estás
vos.
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