Hay un momento de la noche, más o menos a la hora que los canales de aire cierran la programación televisiva y un locutor enumera lo que se va a ver al día siguiente, en el que lo grande se vuelve inabarcable, lo gris se oscurece, lo difícil se retoba y lo lejano directamente desaparece. La noche se posa sobre todo y te aplasta.
Es ahí cuando hay que apagar la tele con sigilo y arroparse bien para esquivar por unas horas esas tragedias, hasta que amanezca y parezcan franqueables otra vez. Hasta que se aliviane con el sueño la pena de sentirte chiquito y solo.
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