domingo, 15 de diciembre de 2013

Pausa


"Amigos con el alma buena y el abrazo cálido,
amores de miradas limpias y de sueños ávidos,
millones de carcajadas empapadas en alcohol,
canciones a quemarropa derrotando al dolor.

Segundos de felicidad y tres o cuatro lágrimas".
Agarrate Catalina



Acá estoy, otra vez, rodando sobre las palabras. Otra vez navegando en lo que no fue, lo que pudo haber sido y lo que soy a causa de todos esos altibajos de la ilusión. Chocando con nociones nuevas y las permanentes incertidumbres. Tratando de saber qué carajo quiero. Rompiendo todo lo que toco. Tejiendo confusión a partir de la nada. Acordándome de algunas magias circunstanciales. De cómo una puede explotar y llover de euforia sobre todo lo que la rodea, para después lavar el suelo con un llanto incansable. De cómo se me quemaba la piel y se me erizaba el futuro. De cómo hoy no. 

Alguna vez aposté a correr por un camino que llevaba a un muro coronado por pedazos de botella. Era un callejón muerto, un rincón de cobardes, donde con jeringas de utopía se inyectan la vida que les falta en la rutina que eligieron. Me apuñalaron ahí, en el final de la calle, con una de esas jeringas enfermas de promesas sucias. Me dejaron perdiendo sangre y fuerzas. Y se fueron. 

Pero no me morí. Al menos no me morí toda. Las partes que quedaron sin pudrirse sobrevivieron como enredaderas hambrientas. Se abrazaron a un árbol y hasta florecieron en capullos tímidos. Se dejaron regar. Dicen que las plantas crecen mejor cuando alguien las quiere. No sé. 

La cuestión es que uno no pasa de agonizar a dar frutos de un día para el otro. Por eso estoy acá, otra vez, deambulando en el bosque que es mi cabeza y mojándome los pies en la catarata turbia que es la memoria. A ver si me lavo la cara y enjuago las hipótesis sobre para dónde tengo que correr ahora. O en una de esas tengo que quedarme un rato más acá, quieta, hasta que amanezca y vuelvan a escucharse los pajaritos.

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