viernes, 13 de junio de 2014

Expreso

Hoy pasé por adelante del bar y, capaz porque no iba manejando, miré hacia adentro. Las caras viejas, los hombres viejos, las paredes viejas y los mozos viejos que nunca cambian, muy nítidos a través de esas ventanas viejas que todos los días ven pasar al mundo y a mí. No sé si esperaba vernos pero en la mesa donde supimos sentarnos también se arremolinaban unos viejos riendo y soltando bufidos y expresiones de evocación de pasados menos vetustos. Pensé en la falta que le hacemos a ese bar y a todos los bares, nosotras, despotricando a la salida de la rutina, afuera en la calle, en un hueco de ese nirvana elusivo que llamamos tiempo libre, riéndonos y soltando bufidos y expresiones de evocación de la inmediatez, gritando el ahora sobre un plato de muzzarella y brindando con cerveza o coca o gin con pomelo. Pero ojo, somos el ahora y a la vez, somos la nada, porque es viernes y no estábamos ahí en esa mesa junto a la ventana. Y pensé también que no quiero tener que esperar a que el tiempo libre sea lo único que tenga y que cuando vaya al bar de viejos a sentarme, las demás sillas estén vacías porque el tiempo nos pasó por arriba a todas y, a algunas, nos enterró. 

1 comentario:

  1. Al final entendí que no venía por ahí, pero al principio pensé que era más romántico. Tuve un amor, o lo que en su momento pensaba que era un amor, con la que teníamos un bar de cabecera. Nos sentábamos casi siempre en el mismo lugar y la moza nos saludaba con gracia, seguramente por ser la única pareja joven que frecuentaba el local. Pasar por ahí después que todo se había terminado era casi más triste que el final de la relación en sí.

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