Masticar rabia. Masticar, masticar, masticar. Inflar un globo pegajoso hasta que revienta y se te queda pegado en los labios. Volver a masticar, pasearla por la boca, estirarla con la lengua, alojarla junto a una muela hasta que el hartazgo te invita a escupirla en un tacho lleno de cosas inútiles como envases de plástico arrugados, restos de yerba y cáscaras de fruta. Entonces la mandíbula descansa y la boca saborea ese regusto frío que quedó en los dientes. Ese hálito cansado de enojo amargo que se disipa con un trago más fuerte y más dulce. O que persiste hasta morir de sed.
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