Supongo que todos piensan en el día D pero nadie piensa mucho en el día antes. En el día en que todo se acomodó para volcarse en el embudo de los acontecimientos y desembocar en ese hecho puntual, memorable, del día siguiente. Esa jornada predecesora sirve para apretar el resorte que mañana se va a soltar, inevitablemente, desatando apenas una de las mil y un formas de suceder que tiene el tiempo durante 24 horas. En esa previa elegimos la ropa, ponemos la alarma y dejamos una lista de tareas programadas. Pensamos en lo que va a pasar mañana. En ese día antes, juntamos valor.
Y en el día D finalmente presentamos una renuncia. O robamos un beso. O escribimos un cuento.
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